Cuando era niño, vivía en las copas de los árboles contemplando las nubes y dialogando con los pájaros.
A veces el viento soplaba huracanado, pero por lo general corría una brisa suave.
Desde allí arriba todo me parecía hermoso. Ni siquiera las carreteras ni los postes del tendido eléctrico estropeaban significativamente el paisaje.
Sin saber cómo fui descendiendo. De las cimas de los árboles pasé a las horquetas de las gruesas ramas, donde se estaba cómodo y se disfrutaba también de un amplio panorama.
Desde luego, no era lo mismo. Hablaba menos con los pájaros que revoloteaban más arriba o pasaban en bulliciosas bandadas.
Ojalá todo hubiese acabado ahí.
Yo lo achaco a la fuerza de la gravedad, pero seguí tronco abajo como una hormiga que regresa a su refugio subterráneo.
Así llegué a las mismas raíces del árbol, donde ahora resido.
Es verdad que echo de menos sus cimbreantes ramas. Pero éste es mi lugar. No el que he elegido sino el que me corresponde.
Antes tenía por compañeros a los pájaros y a las nubes. Ahora tengo a las hormigas. Antes estaba donde quería. Ahora estoy donde debo. Antes me sostenía el árbol. Ahora soy yo quien lo ayudo a tenerse en pie.
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A veces, hay más valor en aceptar el destino que en rebelarse contra él. Un saludo.
El destino acaba colocándonos en nuestro sitio.
Por mi parte, veo más valentía en aceptar que en rebelarse. Por supuesto, no estoy hablando de sumisión ni de servidumbre.
Creo que es desde la aceptación como actitud consciente desde donde se puede construir algo positivo. Un abrazo.
Tu historia me hace pensar en el proceso de la madurez, al principio uno es más ingenuo y se siente feliz mirando de lejos, luego uno se acerca lentamente al mundo práctico, sabiendo lo que dejó atrás, y termina en el lugar que debe, cambia por voluntad propia en el fondo. Eso es madurez a mi parecer.
Buena historia!
Así es. Pero yo creo que para seguir disfrutando de la vida, para que ésta siga teniendo sentido, debemos mantener esa capacidad de contemplar las cambiantes nubes y de dialogar con esos mensajeros alados. Hay que saber combinar la madurez y la infancia, lo cual es todo un arte.
Agreed! 🙂
(Mira que inglesa me pongo a ratos!)
No sé, Antonio.Me recuerda a Italo Calvino, pero más práctico. A mí me gusta estar en los árboles y, como tú dices, contemplar las nubes.Los árboles también forman parte del mundo. También es vivir el mundo, vivir ahí.Como los pájaros.
Sí, claro. Es una forma de estar en el mundo, pero ¿no piensas tú que la vida nos va llevando hasta el lugar que nos corresponde?
Gracias por la comparación con Italo Calvino y por tu comentario.
Muy vivencial el texto. Vivir en las ramas de los árboles proporciona mayor felicidad porque contemplar la vida desde arriba, no se escapa nada por observar quizás, y es el Mundo de la fantasía al mismo tiempo, cuando vamos bajando ya vemos más cerca la realidad de la vida y bastante dura que es, el panorama no es el mismo, pero es abajo donde debemos estar aunque no queramos.
Abajo sí, pero me quedo sólo abajo, en las raíces no me gusta, hay mucha oscuridad, como preferir prefiero en las ramas dónde se posa la luz, pero como no puede ser, entonces me quedo simplemente abajo, no accedo a las raíces tampoco. Siempre es maravilloso sostener a los árboles.
De vivir en la cresta de los días hemos pasado a vivir en las raíces de los árboles. Es un cambio drástico. Un cambio que explicas bien en tu comentario.
De la fantasía, que tan vastos horizontes nos ofrece, a la chata realidad que tanto nos limita, que incluso nos oprime, pero que es el lugar donde deben colocarse los pies.
He bajado demasiado para tu gusto. Soy un radical (Del lat. radix, -īcis, raíz), o sea, que voy a la raíz. En un relato que empezaré a publicar esta semana vuelvo sobre este tema de las raíces, que no asocio a la oscuridad sino a la fuerza que nos permite crecer y convertirnos en frondosos árboles. Sin raíces somos matorrales secos a merced del viento.
La vida suele ser un constante ascenso y descenso así como nuestro interior.
Sí, pero solemos pasar más tiempo en un sitio que otro.