Él había querido ser poeta. Pero esta condición no se elige. No depende de uno serlo o no serlo. Tal vez de los dioses, del destino, de quién sabe qué fuerzas que se mueven libres por el mundo, que pasan raudas, sin musitar ni una triste sílaba en los oídos de la mayoría de los mortales.
Querer ser poeta es tan disparatado como querer tener el don de la profecía, la capacidad de ver el futuro y predecir los acontecimientos para ayudar a los hombres que, por lo general, rechazan esos angélicos intentos de apartarlos del abismo. Por lo general, prefieren caer y desnucarse.
No se trata de querer sino de ser elegido. Se puede estudiar y aprender técnicas, se puede ser un alumno aplicado, pero en este campo la diligencia no garantiza la realización de los sueños.
No es la inteligencia la que prevalece en los poetas sino su capacidad de oír y su disposición a servir.
No hay que entristecerse por ello. Las palabras que susurran los dioses enloquecen a menudo a los hombres o los hunden en la desesperación.
Esas palabras ligeras como hojas, cortantes como cuchillos, reveladoras y creadoras de misterios, son un regalo que sólo unos pocos reciben.
Él había soñado con ser un buceador del alma, un explorador de la belleza, un alquimista de la pedestre realidad, un intérprete de los arcanos, un mensajero de lo ignoto, un humilde portador y escanciador de palabras sagradas.
A veces le ocurría que se notaba ingrávido, como si fuera a ponerse a flotar de un momento a otro. Como si le hubiesen nacido alas que aún no sabía utilizar, pero que estaban ahí, en sus espaldas, para elevarlo a las alturas cuando llegase el momento.
A veces se sentía alado y ligero como los pájaros. A punto de emprender el vuelo. Tocado por la divinidad. Tembloroso.
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Me gusta mucho la serie de metáforas que utilizas para definir lo que es y hace un poeta.
Gracias, Guido. Es una antigua visión del poeta que se remonta por lo menos a Platón.