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Posts Tagged ‘poeta’

                                     II
Ese día llegó. Mi madre se levantó temprano, mucho antes de que amaneciese, y me preparó tortas de arroz. Amasó la harina con agua y, sobre las piedras del hogar, coció tres tortas que envolvió en un paño limpio. Ese era mi condumio para el camino.
Tengo grabada en la memoria la imagen de mi madre vestida con su sari bermellón, amasando la harina y dándole forma a las tortas con las manos, al lado del fuego. Esa imagen me ha acompañado en todas mis andanzas.
Mi madre no salió a la puerta a despedirme. De hecho, no nos despedimos. Yo pensaba regresar, mi madre esperaba volver a verme. Decir adiós nos pareció un gesto de mal augurio. Ambos somos además bastante inexpresivos.
Mi abuela me había aleccionado bien con sus historias. Pero tuve que aprender por mí mismo, dolorosamente, que la victoria no es el objetivo, ni tampoco los placeres, a los que se entregaban mis compañeros, los cuales me increpaban cuando me abstenía de participar en sus francachelas.
En los momentos difíciles, cuando era insultado por mi comportamiento extraño, me acordaba de mi madre y de sus tortas de arroz. Veía su figura con nitidez, inclinada sobre el fuego o mezclando el agua y la harina en una artesa. A su alrededor bullían las tinieblas, en cuyo centro ella destacaba como una divinidad.
El desaliento hizo presa en mí. Muchas veces me sentí abatido. Conocí los embates del miedo. No creo, sin embargo, haberme comportado nunca como un cobarde. Las enseñanzas de mi abuela estaban ahí para cortarme la retirada.
Poco a poco aprendí lo que ella me repetía: “Lo importante es combatir”. Combatir sin pensar en las ganancias o en los resultados de nuestras acciones. Eso era lo que el dios Krisna había aconsejado a mi homónimo.
La felicidad es una quimera. En cuanto a la paz, se consigue si uno obra desinteresadamente.

III

Soy moreno. Mi piel es oscura. Durante mucho tiempo no entendí por qué me llamaron Arjuna, por qué mi abuela insistió en que me pusieran el nombre de uno de los hijos de Pandu. El nombre de un príncipe. El blanco. El resplandeciente.
Mi madre tenía más fe en los Deva que en los príncipes de esta tierra. Ella habría preferido que me llamasen de otra forma, pero acató la decisión de su suegra. El mundo de mi madre estaba poblado de ángeles y demonios. Del de mi abuela esos seres estaban ausentes.
En la guerra fui un arquero lo bastante hábil para cumplir mi cometido honestamente y para sobrevivir. A veces me felicitaron por mi destreza. No estoy orgulloso de haber disparado flechas incendiarias, que son las más devastadoras, pero tuve que hacerlo cuando me lo ordenaban. Entonces me encomendaba al dios Agni y cumplía con mi deber.
Tal vez me habría gustado ser poeta y ensalzar la gloria de Brahma cuyos días duran cuatro mil trescientos millones de años. Recrear los avatares de Visnú ante un atento auditorio. Cantar la belleza de las flores de loto que tanto gustaban a mi madre, y que iba a cortar a los ríos y estanques donde crecían para adornar los altares o nuestra propia choza. Contar las infinitas historias que genera la Rueda de la Vida en su incesante girar.
Cada uno es lo que tiene que ser, lo que le toca ser. Esas palabras encierran una sabiduría que la mayoría de la gente rechaza, que yo mismo he tardado mucho tiempo en comprender.
La ignorancia nos impulsa a rebelarnos. Nuestra grandeza radica en aceptar nuestro destino.

 

 

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Agradezco a Salvela (http://salvela.wordpress.com/2013/12/09/el-crimen-de-porfirio/)
su invitación a participar en el concurso de relatos cortos organizado por la autora del blog Gaviotas con Amor (http://gaviotasconamor.wordpress.com/)

Éstas son las seis direcciones de los blogs a los que, a mi vez, invito a participar:

http://narracionesycuentos.wordpress.com/

http://miradab.wordpress.com/

http://remigiosol.wordpress.com/

http://literaturageneralycomparada.wordpress.com/

http://ernestocisnerosrivera.wordpress.com/

http://desireejimenez.com/

 

Y éste es mi relato:

 

Conocí a Mauricio Monzón una despejada mañana de principios de primavera. Como me suele ocurrir en los cambios de estación, había cogido un resfriado tremendo. Estornudaba, tenía la nariz congestionada, me dolía la cabeza. Confieso que no presté atención a sus palabras. Sólo recuerdo que sus gestos y su verborrea salpicada de retóricas preguntas suscitaron en mí una mezcla de lástima y desprecio.
Si el azar no nos hubiese juntado de nuevo, habría olvidado por completo la existencia de un poeta llamado Mauricio Monzón. En esta ocasión me regaló un libro de poemas que había publicado recientemente.
Me hizo saborear “in situ” algunas de sus composiciones más logradas y me arrancó elogios que yo estaba lejos de sentir.

-o-

Después de desayunar me dirigí al despacho con la intención de preparar las lecciones de la semana próxima. No más sentarme a la mesa me percaté de que no iba a preparar nada. No obstante, estuve un rato garabateando en una cuartilla y mirando la pared de enfrente.
Finalmente me levanté y empecé a andar por la habitación. En uno de esos paseos me acerqué a la mesa, abrí uno de los cajones y saqué una carpeta azul.
Con la carpeta debajo del brazo me fui al patio, a un rincón del patio. No sabía por qué estaba haciendo eso. No podía pensar.
Los fui quemando uno a uno. El humo de los papeles ennegreció levemente los ladrillos de la pared.

-o-

Cerré la carpeta vacía y regresé al despacho. Me senté de nuevo y me puse a juguetear con la pluma que reposaba encima de la cuartilla.
Me sobresalté al comprobar que la hoja no estaba virgen. Había algo escrito. La cogí y leí:

Hay poco que decir
Soñé con la eternidad
Y olvidé darle cuerda a mi reloj

 

 

 

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El poeta

Él había querido ser poeta. Pero esta condición no se elige. No depende de uno serlo o no serlo. Tal vez de los dioses, del destino, de quién sabe qué fuerzas que se mueven libres por el mundo, que pasan raudas, sin musitar ni una triste sílaba en los oídos de la mayoría de los mortales.
Querer ser poeta es tan disparatado como querer tener el don de la profecía, la capacidad de ver el futuro y predecir los acontecimientos para ayudar a los hombres que, por lo general, rechazan esos angélicos intentos de apartarlos del abismo. Por lo general, prefieren caer y desnucarse.
No se trata de querer sino de ser elegido. Se puede estudiar y aprender técnicas, se puede ser un alumno aplicado, pero en este campo la diligencia no garantiza la realización de los sueños.
No es la inteligencia la que prevalece en los poetas sino su capacidad de oír y su disposición a servir.
No hay que entristecerse por ello. Las palabras que susurran los dioses enloquecen a menudo a los hombres o los hunden en la desesperación.
Esas palabras ligeras como hojas, cortantes como cuchillos, reveladoras y creadoras de misterios, son un regalo que sólo unos pocos reciben.
Él había soñado con ser un buceador del alma, un explorador de la belleza, un alquimista de la pedestre realidad, un intérprete de los arcanos, un mensajero de lo ignoto, un humilde portador y escanciador de palabras sagradas.
A veces le ocurría que se notaba ingrávido, como si fuera a ponerse a flotar de un momento a otro. Como si le hubiesen nacido alas que aún no sabía utilizar, pero que estaban ahí, en sus espaldas, para elevarlo a las alturas cuando llegase el momento.
A veces se sentía alado y ligero como los pájaros. A punto de emprender el vuelo. Tocado por la divinidad. Tembloroso.

 

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La torre (III)


                                        3
Un caballero rememora su embarco rumbo a Sarras. Luego habla de la integridad y del valor. A veces se expresa en un lenguaje simbólico o recurre a complicadas metáforas, que dificultan la comprensión de su discurso.
Cuando aluden a una rosa única en un jardín cerrado, sus palabras se nimban de misterio y adquieren significaciones contradictorias.
Más abajo, sobre un fondo de pan de oro, un nutrido grupo de personas ataviadas de verde, entre las que hay cuatro vestidas de blanco y tres de carmesí, participa en una reunión que preside, desde su alto sitial, un mitrado.
El cónclave desaparece pronto de mi vista.
En la estancia siguiente predomina el añil.
De hinojos, un poeta ensalza a su amada. Los oyentes, acomodados en los pétalos de una flor, no parecen interesados en el panegírico. En lugar de concentrase en las morosas matizaciones de un asunto tan complejo como las vicisitudes amorosas, parlotean animadamente entre sí.
Sólo tres bienaventurados con túnicas anaranjadas escuchan con la debida atención.
Flotando en una esquina, varios ángeles de alas níveas, gentilmente arrodillados y con las manos juntas, contemplan al poeta de ropaje y tocado azules, que expone su fervor y desgrana sus cuitas en primorosas variaciones.

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Un poeta indio encontró a una muchacha llorando porque se sentía sola. El poeta, que también era un yogui y un asceta, se llamaba Kabir. Apiadado de la joven, trató de consolarla. Le dijo que igual que en la minúscula semilla de ajonjolí hay aceite o en el duro pedernal hay una chispa siempre dispuesta a saltar, así el Amado reside en el interior de uno mismo. Basta con llamarlo para que acuda. Basta con abrir bien los ojos para descubrirlo. La muchacha se enjugó las lágrimas y sonrió. Pero la suya era todavía una sonrisa de incredulidad.

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