I
En cuanto me enteré, salí corriendo para verlo con mis propios ojos. Si era verdad, me llevaría un buen disgusto. Tal vez fuera una exageración.
Los vecinos son muy dados a hiperbolizar y a tergiversar. Es una actitud incomprensible e irritante. De lo que me cuentan creo la mitad o todavía menos, según el informante.
Hace tiempo que mi candidez se esfumó y que dejé de tomar al pie de la letra las fantasías y delirios de los hilandarios.
La fuente de la Catana, situada entre la carretera a Besoto y las últimas casas del pueblo, es un lugar con historia. Hay lienzos de muros y cimientos de villas romanas.
El agua de la fuente da nacimiento a un arroyo bordeado de berro, mastranzo y plantas aromáticas. Sombrean sus orillas álamos plateados que hacen más ameno este paraje al que íbamos a jugar cuando salíamos de la escuela, y a pasear y charlar en nuestra adolescencia.
II
Por una vez la noticia se ajustaba a la realidad. Una hoya gigantesca se había tragado el manantial, los restos arqueológicos, las rocas y los árboles.
Contemplé espantado esa depresión profunda y desolada, ese cráter inhóspito sin rastro de verdor. Parecía como si hubiese caído un meteorito calcinándolo todo.
Los numerosos curiosos comentaban con voz incrédula cómo había podido formarse semejante agujero de la noche a la mañana.
El Sapo estaba también allí. Se trata de un individuo cobardón, de verborrea ininteligible, aficionado a gastar bromas pesadas cuando se siente respaldado por otros o protegido por el anonimato.
Se acercó con los carrillos hinchados por la risa que a duras penas podía contener. Al parecer ese desastre le hacía gracia. Venía acompañado de tres amigotes.
Instintivamente me retiré del borde de la hoya.
El Sapo se detuvo a escasa distancia de mí y se cruzó de brazos. Era la personificación de la indignidad.
No dijo nada ni yo tampoco, como si no nos conociéramos.
De vez en cuando volvía la cabeza y lanzaba una mirada de connivencia a sus acompañantes. Como recordaba bien de nuestra infancia, era el mismo gesto de incitación que utilizaba para perseguir a un niño y correrlo a pedradas.
Observé que su cara cambió de expresión adquiriendo un aire bovino. De repente yo había dejado de interesarle. Incluso retrocedió algunos pasos y luego se alejó a toda prisa.
De la hoya salían escarabajos negros de brillo metálico, ciempiés que se desplazaban presurosos, hormigas de descomunales mandíbulas que avanzaban en desorden, cucarachas rubias de largas e hiperactivas antenas…
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported
¡Maravillosa descripción Antonio me has llevado a convivir junto al Sapo por unos instantes!, excelente apreciación : » aficionado a gastar bromas pesadas cuando se siente respaldado por otros o protegido por el anonimato.»
Pues, la verdad, no es la mejor compañía. Un tipo cobardón y, por eso mismo, peligroso.