Las aspiraciones de la gente de su tiempo y de su país, que Pla reseña en la entrada del 6 de diciembre, siguen siendo las mismas de la gente de ahora y de cualquier lugar. El escritor catalán, a pesar de sus desventajas, acepta el individualismo subyacente a esa manera de entender la vida.
Ese individualismo es la salvaguarda, la garantía, la materialización de la libertad. Y la libertad, en primer y último término, es preferible a las componendas de las relaciones sociales.
“La gente de aquí quiere: a) vivir bien; b) vivir bien en su casa o haciendo una vida absolutamente privada; c) interpretar las cosas con el pie forzado de los intereses personales exclusivos; d) no ser importunada por cosas ajenas a la propia voluntad. Este fondo de individualismo me gusta. Tiene un gran defecto, claro: la imposibilidad que la gente tiene de relacionarse hace que, prácticamente, sea imposible la vida social. Lo que se encuentra más a faltar, en el país, es la conversación, la higiénica volubilidad de la relación social. Puesto a elegir, sin embargo, entre la conversación y la libertad –la libertad solitaria- me quedo, siempre, con la libertad”.

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Efectivamente, yo también me quedo con la libertad y no olvidemos que la libertad, si no es individual NO es libertad.
Salud.
Lo que constituye al individuo es la libertad, la capacidad de decidir por sí mismo. Si arrebatamos o hipotecamos esa capacidad, lo que queda es un esclavo, un comparsa o un esbirro.
Impresionante artículo, todo cierto, nada que dudar sobre él, ante todo la individualidad porque es la libertad, o al menos en lo más posible, las relaciones sociales son necesarias también, pero ante todo la persona propia y no el conjunto.
Pla, aparte de un gran escritor, era un insobornable y perspicaz defensor de la autenticidad, que no se dejaba engañar por ningún canto de sirena.
Sin libertad no hay individuo, sin individuo no hay sociedad sino un hormiguero.