Un gran escritor es el que desvela la realidad por medio de las palabras. Todos tenemos barruntos de cuál es la naturaleza profunda de las cosas, pero sólo cuando la vemos objetivada gracias al saber hacer de un narrador tomamos plena conciencia de ella. Nuestra vaga intuición se ve confirmada al recibir este espaldarazo.
Esto ocurre, y no se puede decir sencillamente pues de sencillo no tiene nada, porque el escritor ha encontrado la forma idónea de expresión que conviene a esa parcela de la realidad social o individual. Ha dado en la tecla. Y como es de bien nacido ser agradecido, hay que reconocer que ese logro va a ser difícil de superar. Ahí está para posteriores comparaciones y consideraciones ya que, por derecho propio, se ha convertido en un punto de referencia.
Ése es el mérito de Josep Pla cuando habla del tan traído y llevado como probablemente sobrevalorado arte de escuchar, con un excelente cartel que pocos se atreven a cuestionar. Entre esos pocos se cuenta el escritor ampurdanés que, sin pelos en la lengua, analiza ese alabado e incluso mitificado ejercicio que tanto fastidio produce en el noventa y cinco por ciento de los casos.
El arte de escuchar, además de lesivo, supone una pérdida de tiempo de la que uno acaba arrepintiéndose amargamente, pero esto no quita para que goce de una fama a la altura de los tiempos.
Irónico y socarrón, Pla tira de la manta y deja ver lo que hay debajo. Recurriendo a la paradoja, afirmando cuando niega y negando cuando afirma, dándoles la vuelta a las palabras y colocándolas boca arriba o boca abajo, Pla radiografía el fenómeno y la estrategia de la escucha aireando las motivaciones “non sanctas” del oyente y del hablante.
Pla no se llama a engaño. Con su pragmatismo y su realismo a prueba de buenismo y demás estulticias, llama al pan pan y al vino vino.
En su exposición sobre este tema no utiliza la palabra diálogo, tal vez porque, como confirma la experiencia, se trata de una quimera.
Normalmente no hay diálogo, sino que uno habla y otro escucha. En el análisis de este hecho Pla se luce.
El alto precio pagado por el oyente sólo tiene sentido si a cambio obtiene algo.
Este pasaje de maestría literaria, que se encuentra en la entrada del 2 de abril, es uno de tantos de El cuaderno gris, donde se suceden sin dar respiro al lector.
Habla Enric Frigola, propietario que ha vivido en Estados Unidos, y profesor de idiomas en la Escuela de la villa:
“Se ha de escuchar a quien conviene. Eso sí: hay que escuchar bien o al menos dar la impresión de que se escucha bien. Se ha de dar la impresión de adhesión activa a la persona que habla. Se puede tener el pensamiento donde se quiera, pero se ha de dar la sensación de presencia y de adhesión a la persona que habla. Esto último es bastante sencillo: consiste en mantener una cierta vivacidad en los ojos, mirar de una manera tierna y solícita y hacer, mientras tanto, con la cabeza, los movimientos de asentimiento paralelos a las cosas que la otra persona va formulando. También es muy útil decir de vez en cuando: “¿Quiere hacer el favor de repetir lo que decía hace un momento? ¿Tendría la amabilidad de aclararme el concepto a que aludía hace un instante?”. Los hombres quieren que los escuchen. Es lo que les gusta más. Les gusta más que el dinero, que las mujeres y que comer y beber bien. Un hombre escuchado se convierte en un presuntuoso absolutamente feliz. (…) El sistema (…) establecido naturalmente entre los hombres, y entre los hombres y las mujeres, se basa en la adulación –en el gusto físico que da el hecho de sentirse adulado- y la forma más activa y disimulada (es decir, más eterna) de la adulación es saber escuchar de una manera natural, activa y discreta. Contribuye mucho a llegar a esta naturalidad no cometer la tontería de mostrar lo que uno sabe realmente. Los propios conocimientos –si es que se tiene alguno- se han de saber disimular hasta el punto justo; sin caer, en cambio, en el extremo de acentuar demasiado la propia estupidez… (…)
El arte de escuchar (…) es terriblemente cansado y vale realmente la pena (…) ahorrarse tener que practicarlo. A mi entender, la forma más concreta y agradable de la independencia es poder vivir sin necesidad de escuchar a nadie”.

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