XVI
Él no podía prever el giro que iban a tomar los acontecimientos. Aunque se hubiese tratado de una persona intuitiva, capaz de interpretar correctamente actitudes y reacciones aparentemente gratuitas, no habría solucionado nada.
Tenía sus propios recursos, por lo demás bastante limitados. Todos los puso en juego. No se guardó ninguna carta. Su nobleza innata no le permitía andar con malicia ni trampear.
Hubo de pasar mucho tiempo antes de que llegase a estas conclusiones que lo reconciliaban consigo mismo. Le había sido necesario vaciar muchos vasos de vino, recorrer infinitas veces las calles del pueblo, rumiar largamente los lances que se sucedieron a partir de esa noche en que, con intensidad inusitada, experimentó un sentimiento tan inexpresable que, para aprehenderlo, se veía obligado a utilizar símiles y perífrasis, de entre los primeros pareciéndole el más adecuado el de un segundo parto en que de nuevo era expulsado al mundo.
Frente a la botella de blanco, mientras observa a los parroquianos acodados en el mostrador, a los que están sentados, a los que entran y salen de la bodega, trata de reconstruir una vez más, con los ojos entrecerrados, la metamorfosis sufrida, obra de un malvado genio envidioso de su felicidad.
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Es imposible dejar de entrever tus sesgos líricos en cada fragmento de este grande relato, Antonio querido. Te mando un cálido, apretado y harto afectuoso abrazo, frater.
El niño zangolotino se convierte en un hombre que trata de comprender y asumir su propia historia. El hombre descubre que el niño, por fortuna, sigue vivo en su interior. Él fue un zangolotino, un niño especial para quien la infancia fue el mayor de los regalos. De hecho, creo que lo es para todos los seres humanos. Pero se trata de un regalo provisional o temporal, del que queda la experiencia de haberlo tenido en las manos, el recuerdo, una visión, en su caso, integradora, benévola, a pesar de los pesares, con rasgos líricos, por supuesto. La infancia es una de las fuentes de la poesía, tal vez la condición “sine qua non”. Un abrazo.
Me gusta esta perspectiva en torno a una de las fuentes del quehacer poético.
Zangolotino es un relato de vida y como ésta, entrañable siempre.
Abrazote, Antonio.