I
Manolo, el marido de su prima Rafaela, insistió en enseñar a Isabelita sus gallinas ponedoras de las que tan orgulloso estaba. Rafaela también la animó haciéndole notar el cacareo de las aves. “Todo el día se llevan así”. Isabelita no pudo negarse a pesar de su escaso interés. “Vamos a ver esas gallinas”.
Lo primero que se le vino a los ojos fue el gallo que se paseaba jactanciosamente por el corral, un hermoso ejemplar sin duda. Manolo, dándose cuenta de que el animal había llamado la atención de la visitante, exclamó: “¡La gente lo confunde con un faisán!”.
Isabelita calló lo que pensaba porque, conociendo la habilidad de Manolo para hilvanar sandeces a remo y vela, prefería no dar pie y exponerse a una andanada.
Aunque hacía dos o tres horas que habían recogido los huevos, el dueño propuso entrar para que Isabelita comprobase in situ la eficiencia de sus gallinas. Rafaela apoyó a su marido y éste, entreabriendo el portillo, cedió el paso a las dos mujeres.
Isabelita estaba pendiente del gallo. Su pico fuerte y sus espolones puntiagudos le daban aires de matón. En la tienda de Hortensia, relatando el lamentable episodio, confesó que el bicho despertó su recelo desde el principio.
El engreído gallo se paseaba a cámara lenta creyendo suscitar la admiración a su alrededor, pero con ella se equivocaba. Tanto las personas como los animales arrogantes la repateaban.
Éste en concreto, con su librea de plumas doradas que brillaban al sol con reflejos metálicos, con su cresta inyectada en sangre y sus andares altaneros de jayán, se creía el mayordomo de un lord inglés o el mismo lord.
¿Por qué la tomó con ella? ¿Leyó acaso en su cara la nula simpatía que le inspiraba? Pero este desafecto no era motivo suficiente, pensaba Isabelita, para lanzar un feroz ataque.
A lo mejor, sin querer, hizo un mohín de fastidio que hirió la sensibilidad del gallo, el cual reaccionó en el acto y se dirigió hacia ella como una flecha con el inequívoco propósito de darle una buena lección.
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El misterio se desvela con pudor, picando la curiosidad de quienes te leemos, te admiramos y siempre, siempre, te aplaudimos, maestro.
Ayer inicié la publicación de este relato suficientemente largo para hacer cinco divisiones. Esta semana (lunes, miércoles y jueves) publicaré tres partes y las dos restantes la semana próxima (lunes y miércoles). Así su lectura se hará más llevadera. El exceso de letras provoca desaliento.
De momento dejamos a Isabelita a punto de ser agredida por un energúmeno con plumas, al que no le ha gustado la mirada de la mujer.
Espero que esta narración depare al lector curioso alguna que otra sorpresa , y le haga pasar un rato agradable.
Un fuerte abrazo.