Durante gran parte del trayecto se mantuvo callada. Salvo algunos comentarios relativos a la inminente tormenta y al asunto de las cancelas, permaneció abstraída en la contemplación del paisaje. Tan sólo en una ocasión se animó y participó en el debate a propósito del nombre de la finca.
Elena estaba decaída. Ésa era la razón de que mirase ensimismada a través de la ventanilla, y de que nos acompañase a Orozuz. Ella estaba invitada también, pero la idea de que viniese con nosotros fue de Reme. No dije ni sí ni no. Esa es mi forma de manifestar mi desacuerdo. Mi novia argumentó que si tenía que ir sola, se quedaría en su casa. Me encogí de hombros. Para mí ya era una prueba ir a esa cena. Ir con Elena era una complicación añadida.
La esperanza de que declinara el ofrecimiento de Reme duró poco. Elena aceptó arreglándoselas para dar la impresión de que nos hacía un favor. Aun después de haber accedido, yo abrigaba la secreta ilusión de que se arrepintiese. Me decía: “¿Qué ganas de frivolidades puede tener alguien que está bajo el impacto de una ruptura?”. Su novio la había dejado. No por otra. Sencillamente la había dejado.
Los días son tan cortos en diciembre que, cuando llegamos a Orozuz, era de noche. Y llovía con fuerza. Desde que cruzamos el puente sobre el Guadalmecín y cogimos el camino que salía a la derecha, el tiempo empeoró.
El camino bajaba hasta el río y discurría paralelo a él. Entre uno y otro había una franja arenosa donde crecían las adelfas. Luego el camino se desviaba a la izquierda, flanqueado por una alambrada de espinos. Este tramo recto acababa en una cuesta larga y empinada.
Más allá el camino se estrechaba. Entre ambas rodadas crecían matas de jara lobuna que barrían la parte inferior del coche. También los laterales eran azotados por los durillos que formaban una densa galería. La luz de los faros reverberaba en su rozagante follaje abrillantado por las gotas de agua.
Había también madroños cargados de frutos. Me habría gustado hacer un alto. Pero llovía y Elena no estaba de humor para recolecciones. Me limité a contemplarlos y seguimos hasta la primera doble cancela, donde no hubo más remedio que detenerse.

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Me gusta muchísimo esta serie. Logras que cada frase es interesante. La naturaleza es casi un personaje (o varios) más. Te felicito. Es como si me sacaras de paseo, guau 😉
Me alegro de que te guste. Las frases más bien cortas, a veces telegráficas, son eficaces desde el punto de vista expresivo e imprimen un buen ritmo. En este relato he procurado evitar las frases largas.
La naturaleza es uno de los protagonistas de esta historia. No es sólo el telón de fondo sino una fuerza que entra en liza con los otros personajes, y que contrabalancea las situaciones sociales.
El paseo prosigue hasta Orozuz y más lejos. Un abrazo.
Qué sería del ser humano sin humus, adelfas, jara lobuna, durillos y madroños. Son puntos de luz.
En lo que a mí respecta, no sería nadie.
He disfrutado el paisaje circunstancial y natural que nos presentas en el trayecto a Orozus. Tus descripciones en estos relatos nos llevan a plantearnos como nos apechugamos con nuestros enredos existenciales. Singularmente nos embullen en los campos donde la flora sale a nuestro encuentro y nos anuncia sus cambios de estación a estación, con su particular enseñanza; ese punto “ lejano ”, dilucidante, del origen de la creación.
Saludos cordiales.
Nadie está libre de enredos existenciales, creo. El protagonista de este relato no sólo tiene los suyos, sino que está atravesando una crisis, a la que tendrá que hacer frente, y que tal vez lo desborde.
Durante el trayecto a Orozuz esa crisis va cobrando cuerpo, acentuándose a medida que el coche y sus ocupantes se adentran en ese paisaje de finales de otoño. Veremos qué ocurre más tarde.
Gracias, Demian, por tus siempre penetrantes comentarios. Saludos cordiales.