La casa estaba situada en el centro de un vasto alcornocal. Reme y Elena tomaron esos árboles por encinas. Las corregí, pero no me creyeron. Quien las sacó de su error fue el dueño de Orozuz que añadió, con una sonrisa de suficiencia, que esa confusión era frecuente en los habitantes de ciudad. Elena se apresuró a confesar “nuestra” ignorancia al respecto.
Incluso en esa noche lluviosa eran patentes la singularidad y la belleza de ese lugar. La residencia solariega se erigía en un calvero. La finca se extendía por una meseta que, por uno de sus lados, acababa en un abrupto barranco.
Desde la última doble cancela, el camino describía suaves curvas entre los alcornoques talados. Sus ramas se alzaban como robustos brazos. La propiedad estaba limpia de maleza. Todo eso evidenciaba el celo que los dueños ponían en su cuidado. De hecho, se tenía la impresión de haber salido de la sierra, donde la vegetación era densa.
En esa planicie desbrozada, aparte de los árboles, sólo destacaban algunos peñascos solitarios incrustados en la tierra. Brevemente, los faros del coche iluminaron también un amontonamiento de rocas en los confines de la dehesa tapizada de hierba.
Esa verde extensión recordaba una sementera cuyos tiernos tallos despuntaban pujantes y uniformes. Recordaba un campo de trigo o de cebada.
Reme comentó que una de las consecuencias de la lluvia era el barro. Yo no dije nada. Elena, que iba encogida en el asiento trasero, tampoco. Luego, apartando la mirada del cristal, masculló: “Espero que tengan encendida la chimenea”. No tardamos en llegar a uno de los laterales de la casa, donde había dos coches aparcados.
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Esas descripciones paisajísticas, mi querido frater, son tan elocuentes y líricas que logras que aspire uno los aromas, admire uno los colores y empiece a paladear los sabores. Un marco contrastante para la personalidad de los personajes que nos vas desvelando desde las entregas anteriores hasta la presente.
Maestro, que se te admira profundamente.
Amigo, que se te quiere harto.
Abrazobeso fraternal, bardo.
Los tres personajes se adentran en la sierra. Y es la naturaleza en su declinante esplendor otoñal la que prácticamente acapara el escenario. El hombre y las dos mujeres se dibujan en menor proporción, aunque cada uno de ellos ha mostrado ya su carácter y se ha mostrado también la complejidad de las relaciones.
Pronto esa situación cambiará. Ya han llegado a la casa. De la naturaleza pasamos a la sociedad. Y en ésta las protagonistas son las personas. Un abrazo.
Disfruto mucho como creas tensión a través de la naturaleza. Estoy de acuerdo con Ernesto, pero, a pesar de la ‘aromática’ descripción con deliciosos detalles, una propiedad ‘limpia de maleza’ me hace sospechar lo peor con la llegada de la gente. Espero que el barro sirve de amortiguador (en el mejor de los casos) …. 😀 Un abrazo, Antonio.
Naturaleza y sociedad en contrapunto. Incluso naturaleza versus sociedad.
Se trata de una simple reunión de amigos, en la que prima la convencionalidad.
Hay dos descripciones: la del viaje, que continuará y se invertirá. Y la de la velada, que es la que se desarrolla a continuación.
En ese contexto se desenvuelven los personajes, dan su medida.
Ciertamente la historia está contada desde el punto de vista del protagonista, que tiene pinta de inadaptadillo.
En cuanto al barro, sirve sobre todo para dar resbalones. Un abrazo.
Todavía no tengo claro si ‘la convencionalidad’ es positiva o negativa. Al ‘perder las formas’ puede que un encuentro de este tipo se degenera facilmente, por lo tanto puede ser conveniente ‘la convencionalidad’, pero existe tambien esa convencionalidad incómoda, por ser tan artificial que empieza a rozar la hipocresía. De todos modos a mi lo social, en particular en grandes grupos, me cuesta cada vez más, sobre todo cuando el ambiente empieza a ser, no sé como explicartelo, denso, con bromas hirientes, preguntas impertinentes, etc. Observo el escenario y solo pienso en como dibujaría esa ‘boca ofensiva’, esos ‘ojos llenos de dolor escondido’. 😉 La literatura es un bello refugio, el dibujo tambien. Un buen día.
Para mí las convenciones, que son necesarias desde el punto de vista social, tienen connotaciones negativas. Equivalen a concesiones, que es el precio social que hay que pagar. Si esas concesiones rebasan ciertos límites, que es lo que suele ocurrir, se convierten en cargas, incuso en atentados contra uno mismo.
Las convenciones son un juego hipócrita. Todos sabemos que es así. Lo aceptamos y seguimos adelante. Admito que es una hipocresía de baja intensidad, una hipocresía no maligna.
En grupos numerosos la dinámica empeora. Pero también pueden ofrecer al individuo vías de escape que no son posibles en los grupos pequeños.
«Observo el escenario y sólo pienso en cómo dibujaría esa boca ofensiva, esos ojos llenos de dolor escondido» Qué parecidos somos en ese sentido.
Y sí, la literatura, el dibujo, el arte en suma, es el hogar de los agraciados con un plus de lucidez. Un abrazo.