Aparte de los comensales mencionados, estaban también Eduardo Martín, el “connaisseur”, muy apreciado en las reuniones mundanas, y su mujer, menuda como él pero más tiesa. Ella se llamaba Rocío y, pese a esa impresión de envaramiento, era de conversación amena. Por sus cualidades, ambos eran invitados a numerosos acontecimientos sociales a cuyo lucimiento y animación contribuían.
Eduardo, cuando estaba en vena, que por fortuna era casi siempre, resultaba ingenioso y divertido. No era ni de lejos el caso de Alonso que quería pero no podía. Empeñado en caer simpático, esta incapacidad lo mortificaba aunque no tanto como a los testigos de sus infructuosos esfuerzos.
La opípara comida ha quedado grabada en mi memoria por derecho propio. La iniciamos con unos entrantes de jamón de cerdo ibérico alimentado exclusivamente con bellotas, mojama y ahumados (que le encantan a Rafael, aunque no le sientan bien, razón por la cual su mujer le lanzaba miradas disuasorias), espárragos blancos que se deshacían en la boca y una tarrina de angulas. Y unas galletitas crujientes, sin sal, ideales para acompañar.
Nos reímos cuando Eduardo cogió una pala y empezó a examinarla buscándole una aplicación. Mariana explicó que se usaba para servir los espárragos. Este era un detalle entre muchos. Los cuchillos reposaban en un curioso soporte. Los cubiertos y la panera, que imitaba una canastilla de mimbre, eran de plata, así como los servilleteros.
Aturdían tanto brillo y tanta meticulosidad. No sólo la plata resplandecía. También el cristal, el mantel y, sobre todo, la loza.
La fuente grande con el asado y otra más pequeña con el arroz, la salsera y los platos encandilaban con su blancura y seducían por su sencillez. Dos detalles les daban un toque personal: un filo y un monograma dorados.
El dibujo era pequeño y alambicado, siendo tarea ardua identificar las letras entrelazadas. Le comenté a Reme que yo no lo hubiese puesto en el fondo, sino en el reborde del plato. Mi novia replicó que era justamente ahí donde no se estampaban los monogramas.
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No cabe duda, cher Antonio, que al final de todo, la sencillez es lo que más se llega a amar.
Enfrascado en el deleitoso acto de leer cada entrega de este relato.
Encaminándonos hacia el fin de semana, te abrazobeso con mi admiración y cariño fraterno, amigo.
Estoy leyendo un libro sobre el epicureísmo donde se citan las siguientes palabras del fundador de esta escuela: «Quien no sabe contentarse con lo que tiene será desgraciado aunque se convierta en el amo del mundo».
Y estas otras: «Los insensatos no están satisfechos con lo que tienen, pero se afligen por lo que no tienen».
Unas y otras vienen como anillo al dedo. Epicuro, por cierto, era casi un asceta. También dijo esto: «Vale más vivir sin turbación durmiendo en un jergón que agitarse disponiendo de una cama de oro y una mesa lujosa».
Tú hablas de sencillez. Epicuro va más lejos y propone «la alegre pobreza» como un objetivo (lo cual tiene a mis oídos resonancias franciscanas). Un abrazo.
Me gustó leer este comentario. Bien por Epicuro, al fin y al cabo sabemos que lo frugal es lo que más nos llega. Pan con queso, bajo esa encina… 🙂 un una bota de vino. Los pájaros alrededor. Feliz!
La sencillez, la frugalidad, la austeridad (que es una palabra que no tiene buena prensa), la aceptación de nuestra realidad en suma, nos proporciona más felicidad que todos los honores y riquezas del mundo.
Pan con queso debajo de una encina. O, según Sancho Panza, pan con cebolla mejor que comer a mesa y mantel siendo gobernador de la ínsula de Barataria. Un abrazo.
Eco le qua, es decir… exactamente. perdón por las faltas… 😀 Pero ahí lo has dicho todo. Me encanta la frugalidad, como ejemplo, y eso no es todo, a veces me hago gachas por el gusto de recordar a mi madre hablando de su abuelo, fíjate tu! 😀 Y están de buenasssssss
Me he imaginado » esas miradas disuasorias», ejejjeje. A mí también me pasa: » Aturdían tanto brillo y tanta meticulosidad»…tantos brillos falsos…en la sencillez está el verdadero resplandor, nos sentimos más cómodos y no falta la amable sinceridad.
Es lo que Ernesto opina. Y lo que propone Epicuro. Me uno a vuestro punto de vista. Si algo tiene que resplandecer, que sean la sencillez y la autenticidad.
¿ Les puede ocurrir que le inviten a una cena como esta?, espero que no.
Por favor, actúen como si nada pasara al igual que en la escena, no va con nosotros la historia. Me encanta los mismos.
Y ya espero del todo que no nos inviten a esta segunda escena, ¿ quieren subir escaleras?.
¡Qué escena tan divertida! Me apuntaba a una comida como ésa, con un camarero tan inspirado.
Y la segunda es superdivertida. No me reía tanto y de tan buena gana desde hacía tiempo. Muchas gracias.
¡Que exagerados no son tantas escalinatas!
Todos están geniales, en particular la madre de ese joven Robert Redford. Un humor fino y chispeante.
Dos divertidísimas películas, prefiero las clásicas, tienen mayor ingenio en la creación de guiones.
Sin duda. Aunque sólo se escuchase los diálogos, sin ver las imágenes, uno se reiría. Pero es mejor ver y oír.
¡ A quien se le ocurre estar descalzo por el parque!