Entramos atropelladamente en el box que servía de oficina y esperamos a que Cirilo manipulase la cerradura de la puerta que comunicaba con el local vecino. Antes de dejarnos pasar se esforzó en poner orden y silencio, pues quería recordarnos las instrucciones dadas. No pudo a pesar de que repetía lastimeramente: “¡Soy el responsable! ¡Soy el responsable!”.
Encendimos las luces y nos perdimos por entre las desvencijadas estanterías de madera donde se apilaba la ropa usada. La primera impresión era de desbarajuste, pero el género estaba clasificado y dividido en secciones.
Los abrigos, chaquetones y vestidos largos estaban guardados en armarios, en uno de los cuales se alineaban, colgados de perchas apretadas, trajes de época. Había también baúles con accesorios y varios montones de ropa en el suelo.
En cuanto empezamos a revolver la mercancía, el tufo a sobaquina se intensificó sin que por ello menguara nuestro entusiasmo.
La idea de travestirnos fue general. Uno se puso un traje de noche con mangas de tul plisadas y anchas. Otro, con falda de raso y blusa blanca, se echó sobre los hombros un ajado abrigo de astracán. Un tercero escogió un chaquetón con el cuello y los puños de piel, ajustado con un cinturón.
Dejando a un lado a la tirolesa con su delantal ribeteado de encajes y su blusa abullonada, furor causaron quienes tuvieron la paciencia y la imaginación de vestirse como en tiempos pasados. Había una damisela con peluca llena de rizos que lucía una falda ahuecada por un miriñaque. Otra había optado por un vestido con polisón en forma de gran lazada. Y por último contábamos con una sacerdotisa o con una zarina. La túnica blanca, el manto de terciopelo y la diadema con ínfulas de este disfraz se prestaban a diversas interpretaciones.
Fue en lo más animado de la fiesta cuando la puerta se abrió de golpe y se produjo la funesta irrupción. Bailábamos o paseábamos por el húmedo almacén. No había una gota de alcohol, ni tampoco refrescos. Las bebidas se habían acabado y no se habían repuesto. Estábamos viviendo sobrios esa fantasía colectiva.
Todo iba bien hasta el allanamiento. No tuvimos tiempo de hacer nada. Vimos con horror cómo los miembros de otras dos pandillas con las que manteníamos una relación de rivalidad, invadían nuestro dominio. Les faltó tiempo para silbar y abuchearnos, tronchándose de risa mientras más corridos nos veían.
Cirilo, que era el responsable como tantas veces nos había repetido, salió al paso de los intrusos que se burlaron de él.
Ni lo escucharon ni atendieron su petición de que se fueran. Algunos manifestaron su deseo de unirse a la fiesta cumpliendo el requisito exigido. La situación estaba tomando un feo cariz. Si aquella turba entraba en la ropavejería contigua, el resultado sería una catástrofe.
Quitamos la música y ellos la pusieron. La volvimos a quitar y ellos la volvieron a poner entre risas, insultos, bromas pesadas y conatos de peleas. Lo que salvó la situación fue que de beber sólo había agua, y con la que estaba cayendo esos advenedizos tenían bastante.
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¡Lo siento pero soy muy mala, cada vez que leo el nombre de Cirilo me entra mucha gracia, la verdad, me hacer reir, espero que el pobre de Cirilo me perdone!. Fantástico divertirse con ropas de otras épocas, en Francia suelen hacerlo y pasean las personas vestidas de época en Versalles donde son invitados a un café con magdalenas.
Pues ya así se queda bautizado este personaje. En la fiesta que organizan en el almacén del padre de Cirilo también se divierten, pero la cosa no acaba en un café con ese rasgo proustiano de las magdalenas sino en una trifulca. Acaba mal porque uno de ellos los ha traicionado abriéndoles las puertas a las pandillas rivales.
Desde la entrega anterior, el relato se ha enriquecido con este inserto, dándole un giro sorpresivo, que pinta para inquietante. Me ha parecido soberbio que te lanzaras con ese juego de papeles sexuales impuestos por la cultura desde antiguo, y que tanto sufrimiento ha traído a la humanidad.
Maestro, como siempre, cada vez que te leo encuentro en ti una lección de la buena escritura, tu estilo tan lleno de elegancia y puntualidad es, a no dudarlo, tu sello creativo personalísimo y el cual sustenta la gran pluma que eres. Buen sabes que lo digo con objetividad, de escritor a escritor, y no con el criterio subjetivo del amigo que tanto te admira y te quiere, lo cual sería deshonesto de mi parte y una falta de respeto hacia tu obra y hacia ti.
Gracias, frater, abrazobeso grande.
Son escaramuzas narrativas que profundizan en la intrahistoria del personaje, y que preparan el terreno a los acontecimientos venideros. Fundamentalmente son conexiones con el pasado que se producen durante la velada al conjuro, en este caso, del comportamiento de Eduardo Martín. Así es como ocurre en la vida. Ya lo hemos comentado: una cosa lleva a otra, una persona recuerda a otra.
Hay desencadenantes que ponen en marcha mecanismos psicológicos y sociales. Eso es lo que ha ocurrido.
En este episodio se desarrolla una inocente fantasía en la que se cuestionan los roles impuestos. Fantasía que acaba como el rosario de la aurora debido a la indignidad de uno de los personajes.
Quien asoma sus orejas en este lance es la traición, el judas de turno que vende a sus amigos ni siquiera por treinta miserables monedas de plata sino por pura maldad, por el placer de crear discordia.
No sé si en el principio fue la traición, pero a poco que uno busca siempre encuentra a un infame, a un delator, a alguien que sella con su bajeza una situación imprimiéndole un giro nefasto.
Muchas gracias, Ernesto. Sé que eres sincero, que la hipocresía no habla por tu boca. Por eso tus palabras tienen un gran valor (como escritor, como crítico y como amigo).
Con todo mi afecto.
Nunca falta alguien así, cuyo comportamiento ruin sólo refleja su espíritu débil, pequeño, irracional.
Gracias a ti, mi amigo, mi maestro, mi frater.