Inmóvil, arrullado por el aguacero, pasé revista a mis encuentros con Jacinto. Solitarios o encadenados surgían los recuerdos.
En mi conciencia sólo subsistía una reducida idea de peligro en relación con la crecida del arroyo cuyo estruendo se entremezclaba con el de la lluvia.
Jacinto recitaba de tarde en tarde unos versos de Shakespeare que venían como anillo al dedo. Era una cita sobre los cielos descargando su furia sobre la tierra y los vagabundos corriendo despavoridos en busca de refugio.
Pero no era necesaria la cólera celeste para poner en fuga a los menesterosos, concluía. Bastaba la propia condición humana.
En cuanto al deseo de hallar cobijo, opinaba que era un error. Sólo era posible regresar al hogar.
“¿A qué hogar?” le pregunté, “si son mendigos, es seguro que no lo tienen”. Su respuesta fue una amable sonrisa. Yo fruncí las cejas. Nunca he sido aficionado a los enigmas ni a los esoterismos.
En otra ocasión me habló de los archivos akásicos. En algún lugar del Universo se estaba registrando las obras, las palabras, los pensamientos, las sensaciones, los sueños, los deseos de todos y cada uno de los seres humanos. Nada de lo que hacíamos u omitíamos caía en saco roto.
En esos archivos figuraban desde un suspiro hasta un discurso de investidura. Objeté que ese tratamiento igualitario me parecía injusto. El segundo no merecía ser conservado en esa biblioteca toda la eternidad.
Distinguí un punto luminoso que se acercaba. Traté de moverme. Una náusea profunda me puso mortalmente enfermo. En mi cabeza bailaron los faros del todoterreno y los del camión. Me encontraba peor de lo que pensaba. Tal vez esa angustia congelada en el pecho era el principio de la agonía.
Se apoderó de mí un afán desesperado de abandonar mi cuerpo.
La luz iba en aumento y acabó convirtiéndose en un resplandor que estaba por todas partes. Era una luminosidad semejante a la de potentes lámparas halógenas. Una luminosidad tan descarnada y voraz que lo borraba todo.
Miré el volante, la guantera, mis manos, esas migajas de realidad que aún no habían sido engullidas. Cerré los ojos. A través de los párpados esa irradiación me inundó el cerebro.
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¡Qué bonito Antonio, qué bonito, una maravilla!, universal y enigmáticamente atrayente pero con un matiz de cercanía.
Una Preciosidad: » Solitarios o encadenados surgían los recuerdos.», pues sí no hay dudas como dice el Señor Ernesto que eres todo un Maestro. Felicidades. Un abrazo.
La memoria sirve los recuerdos enigmáticamente. En los momentos cruciales, adquieren mayor nitidez. Como si quisieran hacernos llegar su mensaje oculto.
Los recuerdos son un regalo que el tiempo vivido nos hace.
Cuántos años hace que no escuchaba a Milladoiro. Eso es otro regalo, no del tiempo sino tuyo.
Todavía guardo «La Galicia de Maeloc» que ponía a menudo cuando vivía en Huelva. Bonne soirée.
«Jonás» está entrando en la crisis, el cúlmen de la catástrofe que le ha acontecido. La presencia de Jacinto, a través de sus hechos y palabras, ha sido un acompañamiento durante la angustia que está viviendo; precisamente Jacinto, en quien ve un poco o un mucho de su reflejo, de ese reflejo que nos descubre cómo somos de verdad.
Todo pareciera que «Jonás» está soltándose para trascender, así lo está experimentando su mente, sin embargo, esas luces que lo circundan o son producto de su cerebro divagando (por el malestar físico) o luces reales, las de su salvación…
Has dejado el fragmento de tu relato en suspenso dramático, y nos has dejado a tus lectores atrapados en tu lectura.
Buena mitad de semana, querido trovador, y un grande, cariñoso y fraterno abrazobeso.
Estamos llegando o hemos llegado al clímax. A partir de aquí o el relato acaba, que no es el caso, o da un giro y sigue adelante.
Jonás está cara a cara con su dolor, con su angustia, con la posibilidad de su extinción.
De alguna forma se puede decir que Jacinto lo asiste en ese trance, que lo acompaña en su agonía.
Pero ese resplandor implacable que lo acosa, a la postre, deja a Jonás solo, que es como nacemos y morimos.
Ni aun cerrando los ojos se libra de esa claridad corrosiva. Esta puede ser una explicación subjetiva y, por supuesto, real.
Jacinto no es él. Jacinto es otro. Por eso justamente adquiere tanta importancia en esa coyuntura. Jonás descubre que somos otro. Que no somos lo que creemos ser sino lo que ignoramos de nosotros mismos. Jacinto es una puerta de acceso a otra dimensión. Pero no será él, ese amigo perdido, quien lo salve.
Jonás, no hay duda, se enfrenta al momento del tránsito. O, según tu filosófica y poética expresión, tan de mi gusto, a su trascendencia.
En ese momento crítico sólo cabe el abandono. Cuando el sufrimiento es insoportable, el final es una liberación. «Aparta de mí este cáliz».
Buena interpretación haces de las luces, que pueden ser las dos cosas que mencionas. Luces reales y luces imaginarias. No sabemos cuáles lo van a rescatar. Tal vez las dos. La semana que viene lo averiguaremos. Un abrazo.
He disfrutado tanto este comentario, Antonio, pues has enriquecido tanto el contenido y su interpretación de esta parte 27 de «El camino de regreso». Queda clarísimo que los dos personajes centrales de tu novela corta (novella, como se les designa en inglés; término que tanto me gusta) son Jacinto/»Jonás»… ¿o serán acaso el anverso y reverso de una misma moneda, que unidos nos dan el panorama completo de este hombre?
Es parte de tu esencia literaria el que tus textos jueguen en su fondo, en su «alma», con mucho más allá de lo que cuenta la anécdota o los conceptos entorno a los cuales creas tu narrativa o tu lírica. «El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que oiga».
Magister y frater tan queridos te abrazobeso muy fuerte y con toda mi admiración y mi cariño.
Somos poliédricos. ¿Quién tiene una sola cara? La vida nos va tallando. La vida, consigné en una anotación, es una piedra de amolar que nos va puliendo por dentro.
Visto tal como lo planteas (que me parece un enfoque correcto), de Jonás habría que decir que es también Cirilo y Santiago Maluenda, que todavía no ha aparecido, y Joselito…
La vida es también un juego de espejos en el que nos perdemos a menudo. Un abrazo y buen fin de semana.