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Posts Tagged ‘Universo’

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Estos leves acordes
Estas vagas imágenes
Afloran del profundo
Pozo del Universo

17
Este cálido olor a jara
Esta áspera fragancia
De los cantuesos
Me calan
Hasta los huesos

18
Gentío parloteo
Ciudad estruendo
Sopor

 

 

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27

Inmóvil, arrullado por el aguacero, pasé revista a mis encuentros con Jacinto. Solitarios o encadenados surgían los recuerdos.

En mi conciencia sólo subsistía una reducida idea de peligro en relación con la crecida del arroyo cuyo estruendo se entremezclaba con el de la lluvia.

Jacinto recitaba de tarde en tarde unos versos de Shakespeare que venían como anillo al dedo. Era una cita sobre los cielos descargando su furia sobre la tierra y los vagabundos corriendo despavoridos en busca de refugio.

Pero no era necesaria la cólera celeste para poner en fuga a los menesterosos, concluía. Bastaba la propia condición humana.

En cuanto al deseo de hallar cobijo, opinaba que era un error. Sólo era posible regresar al hogar.

“¿A qué hogar?” le pregunté, “si son mendigos, es seguro que no lo tienen”. Su respuesta fue una amable sonrisa. Yo fruncí las cejas. Nunca he sido aficionado a los enigmas ni a los esoterismos.

En otra ocasión me habló de los archivos akásicos. En algún lugar del Universo se estaba registrando las obras, las palabras, los pensamientos, las sensaciones, los sueños, los deseos de todos y cada uno de los seres humanos. Nada de lo que hacíamos u omitíamos caía en saco roto.

En esos archivos figuraban desde un suspiro hasta un discurso de investidura. Objeté que ese tratamiento igualitario me parecía injusto. El segundo no merecía ser conservado en esa biblioteca toda la eternidad.

Distinguí un punto luminoso que se acercaba. Traté de moverme. Una náusea profunda me puso mortalmente enfermo. En mi cabeza bailaron los faros del todoterreno y los del camión. Me encontraba peor de lo que pensaba. Tal vez esa angustia congelada en el pecho era el principio de la agonía.

Se apoderó de mí un afán desesperado de abandonar mi cuerpo.

La luz iba en aumento y acabó convirtiéndose en un resplandor que estaba por todas partes. Era una luminosidad semejante a la de potentes lámparas halógenas. Una luminosidad tan descarnada y voraz que lo borraba todo.

Miré el volante, la guantera, mis manos, esas migajas de realidad que aún no habían sido engullidas. Cerré los ojos. A través de los párpados esa irradiación me inundó el cerebro.

 

 

 

 

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10.-“La vida nos desborda, pero el creyente acepta que tiene sentido. La fe consiste en reconocer que, a pesar de nuestra incapacidad para captarlo plenamente, ese sentido existe. Más aún, es la razón primera y última del Universo”.
Mi interlocutor, un respetuoso ateo, sonríe. Se abstiene de hacer comentarios.
Su sonrisa equivale a decir: “Me gustaría creer, pero me resulta absurdo, imposible. Por eso lo rechazo”.
Añado: “Creer no es una cuestión de impotencia cognitiva sino de aceptación o rebelión”.

 

 

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En algún lado estaba el secreto.
A veces lo percibía en las cosas más familiares. Una alegría súbita estallaba dentro de mí, como el hongo gigantesco de una explosión atómica.
Me embargaba un sentimiento tan fuerte de felicidad que temía romper a llorar.
En esos momentos sentía cómo la sangre me bullía en las venas y me cosquilleaban las yemas de los dedos.
El Universo todo, con sus mil líneas de fuerzas, convergía en mí.
En algún lado estaba el secreto.
Esta palabra preñada de sugerencias dio a luz un vocablo bisilábico, duro como el acero, afilado y cortante.
Sus dos vocales eran como dos ojos que me mirasen fijamente.
Y este vocablo se plantó ante mí. Me perseguía durante el sueño y durante la vigilia. Me atormentaba.
Era el reto.
Quizás debí mantenerme firme aunque fuese al precio de taponarme los oídos con cera, como hizo Ulises con sus compañeros de viaje.
Quizás los dioses me consideraron indigno de adentrarme en esa tierra misteriosa por ellos celosamente custodiada.
¿Qué ocurrió con exactitud? ¿Sufrí una alucinación? ¿Di un traspié?
Caro pagué mi desliz.
El reto se transformó en otro vocablo de resonancia extranjera.
Sólo fue necesario un cambio de consonante. Después se produjo un descenso en picado.
Descubrí que, de las tres palabras, la última era la única real. La única que no engañaba.

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