Me levanté bañado en la cruda luz de las barras de neón y me acerqué a una lavadora. Desde allí estudié las tareas que realizaban los negros. Ignorado por ellos, mi condición de intruso, en vez de diluirse, se afianzaba.
Como un ratón temeroso me aventuré a dar algunos pasos.
No sabía cómo abordar a esos semidioses indiferentes. Mi primer intento fue un fracaso. A uno le hice señas de que se detuviese, pero pasó de largo. No habrá visto mi mano alzada, pensé.
En medio de la sala me sentía más perdido que en plena selva.
Al siguiente negro que cruzó ese lugar inhóspito donde retumbaba el fragor de los centrifugados, le pregunté directamente. Siguió andando como si tal cosa. La culpa la tiene ese ruido, murmuré.
Dudé incluso de haber hablado. Carraspeé, tosí, me aclaré la voz. La próxima vez no podía fallar.
Tragué saliva, como se hace en los momentos cruciales. Antes de intentarlo de nuevo, hice una prueba.
Me erguí, levanté el brazo derecho con la palma extendida a la altura del pecho, abrí la boca…Ninguna palabra, ningún sonido salió de ella.
Me quedé petrificado en esa postura. No sabía qué decir.
“Por favor, ¿a quién tengo que dirigirme para pedir trabajo?” “¿Sería tan amable de indicarme la salida?” o quizá “¿Qué clase de sitio es este?”.
Podía limitarme a saludar. ¿Pero no era una necedad desear “buenas días” a quienes no te miraban siquiera?
Seguí dándole vueltas a este asunto, haciendo preguntas que yo mismo me respondía.
“¿Por qué hace tanto calor?” “Eres tú quien estás sofocado” “¿Por qué trabajan desde tan temprano?” “Porque es una lavandería de servicio permanente”.
Lo mejor era sonreír, inclinar cortésmente la cabeza y susurrar: “Buenos días”.
Eso era lo más adecuado. Estaba allí para que me lavaran la ropa sucia. Mientras esperaba, daba un paseo por la sala de máquinas.
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Muy real la escena Antonio, y aunque no es nada de simpática, tiene algo de ello en tu narración: » En medio de la sala me sentía más perdido que en plena selva.» » Tragué saliva, como se hace en los momentos cruciales. Antes de intentarlo de nuevo, hice una prueba»…momentos reales y difíciles en la realidad de la situación.
En la realidad ocurren también esas cosas, se tienen las reacciones que has anotado. El protagonista se ha metido, más que en una lavandería, en la boca del lobo. Está desorientado y atemorizado pero llegará hasta el final, sea cual sea.
El próximo lunes publicaré la conclusión de este relato.
La música que has elegido es un bálsamo que mitiga los efectos de este episodio. Un abrazo.
Ahí va un regalo para ti Antonio, una estrella me dijo anoche que te la dejara.
Muy amables la estrella y tú. Gracias a ambas.
¿Apagar las sonoridades del pasado?…nunca suele ocurrir se mantienen en el tiempo y vuelven al presente.
¡Que peligrosidad tiene pertenecer al Cielo y a la Tierra, y ocupar más tiempo el Cielo!, gozada incalculable y allí nos perdemos por un paseo entre las nubes, y sendero a la derecha, al frente y perdernos entre los pensamientos del vivir, acostumbrados a tantas convencionalidades estúpidas y amarrados a los mayores absurdos del ser humano, perdiendo la grandeza de las cosas sencillas y humanas más encantadoras. Así que de todas maneras ante tantas mentiras mostradas ante nuestras narices, decido seguir paseando por el lugar de arriba, otorga más dicha…soy más libre.
Bonito texto, Teresa, donde expones grandes verdades. Más que malos somos estúpidos. Podríamos disfrutar de tantas cosas. Y sin embargo preferimos sacrificarlas por otras que no tenemos o que valen mucho menos.
Desde luego, es necesario desconectar y «volar», como esas lindas gaviotas del video, para no quedar enterrados entre tanta miseria. Pero incluso las gaviotas vuelven a tierra o se posan en las olas para reponer fuerzas. Un abrazo.
¡La vida es Grande y la empequeñecemos nosotros, la ridiculizamos y no se merece tal cosa!