Un grito que se superpuso nítidamente al estrépito de la lavandería, me desconcertó. Procedía de detrás de la puerta de cristales esmerilados.
Los negros seguían entrando y saliendo por ella con toda normalidad.
Me mantuve a la expectativa, cuestionando la realidad del grito. Un lamento disipó mis dudas.
Mi oído no me había engañado. Algo horrible sucedía detrás de esa puerta.
A lo mejor estaban torturando a alguien. Pero no pensé en huir, en ganar la calle y contar que se estaba cometiendo un crimen en la lavandería al primer transeúnte que me encontrara.
No consideré esa posibilidad. Antes bien, un impulso halaba de mí hacia la habitación del fondo.
Con la vista fija en los cristales opacos, eché a andar.
A medida que me acercaba, en el rostro de los negros que se cruzaban conmigo, advertía un alarmante regocijo.
Ese relámpago que iluminaba sus facciones, me confirmó en la sospecha de que me dirigía a un desastre seguro.
Arrastrado por esa fuerza que se imponía al instinto de supervivencia, a sabiendas de que estaba quemando las naves, empujé la puerta.
Me embargó un sentimiento de profanación. Esta vez era consciente del alcance de ese acto. Pero no podía hacer nada por evitarlo.
No daba crédito a mis ojos. Eran uno servicios.
De la sorpresa pasé a la estupefacción cuando comprobé que no eran unos servicios normales.
De grandes dimensiones y alicatados de blanco, no había mingitorios sino una tubería de plomo horadada regularmente de la que salían los correspondientes chorritos de agua.
Por debajo de la tubería que recorría las cuatro paredes, había un canal con un sumidero en cada ángulo. Delante del canal se alzaba una plataforma de medio metro de ancho.
Un negro orinaba plácidamente en ese momento.
Estaba mirando la pared de la izquierda que no llegaba al techo cuando se oyó de nuevo el mismo grito, ahora más matizado.
Era el alarido de alguien a quien estaban martirizando. El grito de dolor fue seguido de forcejeo, como si la víctima pataleara por liberarse.
Yo permanecía junto a la puerta, paralizado de terror. Una vez aliviado, el negro se volvió y me observó. Desde que traspuse el umbral de la lavandería, los empleados me habían ignorado.
Este no sólo reparó en mí sino que me enseñó su blanca y perfecta dentadura en lo que supuse era una sonrisa.
Incluso pensé que iba a echarse a reír. Pero no soltó una carcajada. Bajó de la plataforma, cruzó la habitación con paso atlético y, en un alarde de agilidad felina, se encaramó en el tabique cortado, dejándose caer por el otro lado.
Subí a la plataforma y traté de asomarme. Estaba extrañamente lúcido.
Por tercera vez se oyó el grito que fue disminuyendo hasta morir. Luego hubo una serie de voces guturales, borboteos y otros sonidos difíciles de identificar.
Me retiré del tabique. Retrocedía en dirección a la puerta cuando algo blando se estrelló contra mí llenándome todo. En esta ocasión fui yo quien gemí. Era una bolsa de sangre caliente.
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¡Ay, qué susto Antonio!, coincide que acabo de terminar un libro de Twain que por cierto al principio me hizo reír la historia, luego el final…me ha dejado hasta mal cuerpo, la verdad…a veces la literatura nos da sobresaltos…este Señor Twain es un poco raro me parece. Me ha gustado mucho cómo has contado las escenas porque son muy visibles, vamos que hemos visto bien los dientes tan blancos de los negros…¡quién sabe…lo literario y lo real…se mezclan! Un abrazo.
A mí me resultaron muy divertidas «Las aventuras de Tom Sawyer». Es un libro bien escrito, con un ritmo excelente, que atrapa de inmediato la atención del lector. Lo que se suele llamar un clásico. Pero eso es lo único que he leído de ese autor norteamericano.
Mark Twain es un buen referente literario. Sus escenas son muy plásticas y visibles.
Supongo que este relato cuyo desenlace he publicado hoy, también se puede calificar de raro.
Si te ha sobresaltado un poco, te ha ocurrido lo mismo que al protagonista cuando recibió el impacto de la bolsa de sangre de caliente. No es para menos. Un abrazo.
Por cierto el libro de Mark Twain que acabo de leer es » La decadencia del arte de mentir».
Anoto el título que es prometedor.
Ahora bien, no creo que ese arte esté en decadencia.
Estremecedor y un brillante relato de terror. Llevaste con mucho cuidado el suspenso desde el inicio, desorientando al lector en un principio, como en todo buen texto de suspenso.
No resuelves el misterio subyacente, para dejar la interpretación libre a tus lectores, lo cual se agradece cuando un texto tiene manufactura impecable, desde su concepción hasta el resultado final.
Has jugado con tus lectores y nos has guiñado el ojo con este cuento.
¡Bravo, magister!.
Feliz inicio de semana y vaya siempre un gran abrazobeso cariñoso y fraternal, Antonio querido.
El final es sangriento. El protagonista fue demasiado lejos. Como suele suceder cuando uno empieza a comer o a rascarse, uno no puede parar a pesar de que sepa o intuya que esa obcecación acabará en empacho o en llaga.
Es un terror psicológico. Hay un deseo de trasponer límites (el tema del deseo lo abordaré otra vez en el poema que publicaré mañana), que se traduce en dolor, en una fulminante toma de conciencia de que tras ese tabique se ha cometido un hecho horrendo.
Detrás de la puerta (que es el título de una película de Liliana Cavani), detrás del tabique que no llega al techo, en la habitación del fondo, hay siempre un misterio. Algo nos atrae a ese lugar…pero puede ocurrir, ocurre a menudo, como en este relato.
Un abrazo, cher ami.
En el fondo, querido Antonio, es la natural curiosidad humana, muchas veces satanizada, y que para cuestiones literarias es algo tan útil para entregar joyitas como la que tú nos has regalado con «Lavandería de negros». Juegas también con esa dicotomía de atracción-temor, que igual es humana, ante lo que es distinto (raza, costumbre, cultura, etc.) y ante lo que hemos aprendido a través de prejuicios.
Bien y humorísticamente lo afirmas: «comer o rascarse», todo es comenzar. Desconozco la peli que mencionas, y con ello me llevas a buscarla y ver de qué se trata. Hitchcock manejó magistralmente ese mismo tema en su clásica «La ventana indiscreta».
Que tengas un satisfactorio ombligo de semana (como le decimos coloquialmente por estos lares al miércoles), y ya sabes que eres mi maestro.
Te abrazobeso con admiración y mucho y grande cariño, frater carus.