Los deseos nacieron como espadas,
como leones rampantes,
como serpientes emplumadas.
En el tiempo de la infancia subyugaron.
En los claroscuros de la adolescencia
culto se les rindió.
Al calor de sus húmedos costados
a andar echamos por las sendas del planeta.
En endechas torcidas cantamos
el acre olor de su aliento.
Y en mitad del torbellino especular
de sus fuegos
la soledad del ciprés conocimos.
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¡Grandioso y brillante final de estrofa Antonio!, magnífico poema. » Y en mitad del torbellino especular
de sus fuegos
la soledad del ciprés conocimos.».
La soledad se alza como un ciprés que no tiene por qué estar en un cementerio, aunque ahí es donde suele estar. Puede hallarse en un jardín o en un claustro, como el famoso de Silos. En la Toscana, donde no he estado, hay cipreses en el campo donde se elevan solitarios y desafiantes. Un abrazo.
¡Precioso!
Celebro que te guste. Un saludo cordial.
«Los deseos nacieron como espadas», porque acaban tajando a quien los pare, ya que nunca se materializan tal cual, y en el caso de que su realización se acercara a ello, la desilusión es inevitable. Es el juego que siempre nos hace la mente.
Excelente poema, bardo, con esas metáforas tan exquisitas.
Grande y muy admirativo abrazobeso, querido hermano.
Yo no creo que los deseos sean un simple juego mental. Se trata de algo fisiológico. Una realidad que hunde sus raíces en la unidad psicosomática que somos. De ahí su extraordinario poder. De ahí el despotismo que ejercen.
Sin duda, son la mayor trampa en la que caemos una y otra vez como conejillos en un cepo. Un abrazo.