Mis compañeras iban preocupadas porque los resultados del informe Pisa, una vez más, eran deprimentes. Como consecuencia de ello, la inspección nos había visitado.
A mi centro, según la descripción de un colega lenguaraz, había ido un sietemesino que se pasaba el tiempo subiéndose la montura de las gafas con el dedo índice, y que nos puso la cabeza como un bombo.
La reunión a la que fuimos convocados la invirtió en gran parte en alabar ese ejemplo a seguir que es Finlandia, un país con cinco millones y medio de habitantes y unas características geográficas y socioeconómicas que poco o nada tienen que ver con las nuestras. La fijación de estos mendas por ese país nórdico, mantenida y alimentada regularmente por los artículos que aparecen en su periódico de cabecera, el cual, cómo no, salió a relucir, la fijación, decía, de estos representantes más políticos que administrativos, es una de las plagas que se ha abatido sobre el sistema educativo.
La murga que nos dio fue de órdago. Las tonterías que enhebró nos dejaron turulatos. Y las medidas que impuso merecían ser arrojadas directamente a la papelera. Estoicamente, salvo los afectos al régimen a quienes todo parece bien o mejor, aguantamos el chaparrón.
La encerrona fue larga y tediosa. Casi todos estábamos deseando que acabase para olvidarnos de lo que habíamos escuchado. Pero el inspectorcito no estaba dispuesto a soltar su presa fácilmente. Pese a que procurásemos mantenerlas impenetrables, algo debió detectar en nuestras caras que no le gustó, poniéndolo un punto agresivo. Desde luego, nuestras miradas no traslucían el beneplácito.
Su remedio infalible eran más reuniones y más burocracia. Todo lo cual debía traducirse en un mayor número de aprobados. Como comentaron después algunos de los asistentes, que en ese momento no se atrevieron a hablar, de esa forma no se solucionaba el problema. Cuando volvieran a evaluar a los estudiantes, el informe PISA desenmascararía esos falsos aprobados, esas notas hinchadas.
El inspectorcito, consciente de la dureza con que nos estaba tratando, quiso atenuar el tono al final de su filípica, imprimirle un aire campechano. Para majaderías estábamos los oyentes.
Tras asaetarnos a consignas, tras apabullarnos con la cantidad de papeles inútiles que había que rellenar, acabó haciendo el panegírico de la labor docente. Y citó a dos o tres personalidades para las que la educación era el súmmum. Debíamos entender y asumir la bronca que nos había echado porque la enseñanza era la piedra angular de la sociedad. Y concluyó diciendo que era una terrible desgracia no estar a la altura de los tiempos, ir en el furgón de cola del convoy del progreso, aludiendo de paso a la buena posición que ocupaba Finlandia en ese tren.
Yo estaba sentado en la primera fila porque llegué de los últimos a la reunión, y ese fue el sitio que encontré. Subiéndose las gafas con el dedo y cabeceando, el representante de la administración me preguntó: “¿Y para ti cuál es la mayor desgracia?” “Abrir el frigorífico y descubrir que no hay cerveza” “Hablando en serio” “Muy en serio”.
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Genial final para tanta estupidez. Se entiende: la magistralmente reflejada en el inspectorcete de marras que nos has regalado en esta entrega del «Camino del trabajo». Lo cuasi trágico, en realidad, es que parece ser que estos seres sin capacidad propia de pensamiento y un cerebro desaprovechado en memorizar y citar tan sólo lo dicho por otros abundan hoy día más que nunca. Ya de por sí es una molestia tener que tratar con ellos en ocasiones, pero tener que trabajar con ellos día a día, que sean para colmo tus superiores, es como tener un karma muy oscuro.
Fenomenal relato este, maestro.
Vaya siempre un abrazobeso lleno de admiración y pródigo en fraternal cariño para el escritor y para el hermano quienes, a fin de cuentas, son uno y el mismo.
Hay mucha estupidez flotante (como los radicales libres) y deseosa de condensarse en los individuos adecuados. Y hay situaciones que se prestan maravillosamente a esas nefastas condensaciones.
Este cuentecito es una crítica a un sistema educativo dominado por intereses partidistas. A un sistema educativo concebido en provecho propio, con escaso o nulo respeto a los que no comulgan con esa ideología.
Ciertamente, desde el punto de vista social, los cambios son inevitables. Lo social es el campo del movimiento. Social es sinónimo de impermanente. Sólo hace falta echar un vistazo al pasado, al reciente, a nuestra propia vida, para constatar ese hecho.
Pero una cosa son las transformaciones que acaecen como consecuencia de los nuevos descubrimientos y de la emergencia de nuevas realidades, y otra muy diferente el uso sectario y torticero de las necesidades sociales (enseñanza, sanidad, infraestructuras y otras).
Esas necesidades deberían mantenerse al margen de las mezquindades. Deberían ser objeto de un amplio acuerdo. No deberían tocarse salvo que hubiese un consenso. Y en ningún caso deberían convertirse en campo de batalla o en armas arrojadizas. Por desgracia no es así.
Confiemos en que ese karma oscuro se disipe pronto. Un abrazo.
Existe un dicho que sintetiza, de algún modo, lo expresado en tu relato y en este comentario que lo suplementa:
«Hay que hacer un féretro a la medida del muerto y no, meter al muerto a un féretro ya hecho.»
Abrazobeso, frater querido.
Interesante!!!!!!
visita mi blog: http://www.percyreateguipicon.com/
Gracias, Percy. Paso a visitar tu blog.