Li Po fue a visitar a un amigo taoísta que vivía en la montaña, pero no lo encontró. A su vuelta, apoyándose de vez en cuando en el tronco de los pinos, se detuvo en un lugar desde el que se divisaba un panorama magnífico. No era la primera vez que se sentaba en esa roca a descansar y a contemplar el entorno.
Había cumplido recientemente setenta y seis años. Su cuerpo acusaba la usura del tiempo. Sus piernas no eran tan fuertes como antes, a veces las recorría un ligero temblor que hacía sonreír levemente al poeta.
Pero todavía, a pesar de su decaimiento físico, iba a ver a su amigo Fu Yin, tan viejo como él, que se había retirado a una cabaña, al lado de un torrente, en completa soledad.
Le gustaba hablar con Fu Yin, aunque a menudo el tiempo transcurría sin que cruzasen palabras. Su compañía reconfortaba a Li Po que tenía en gran estima sus escasos comentarios relacionados, sobre todo, con los cambios meteorológicos y su repercusión en la naturaleza. En realidad, más que hablar, callaban largamente.
Sentado en la piedra en cuyas hendiduras verdeaba el musgo, Li Po, con un asombro siempre renovado, se deleitaba con la visión de los bosquecillos de bambúes y de la cascada lejana. Y sentía cómo lo anegaba esa felicidad inexplicable que le expandía el pecho y lo reconciliaba con todas las criaturas, incluidos los seres humanos.
Ese regocijo había sido y, como tenía ocasión de comprobar, seguía siendo el mayor sostén de su vida, la columna más sólida sobre la que se apoyaba.
Los ciclos de la naturaleza constituían una inagotable fuente de gozo. Nunca le había aburrido el espectáculo del otoño, del invierno, de la primavera y del verano, con sus luces y colores propios, con su encanto peculiar.
Pero hoy era diferente. Era cierto que siempre se descubrían nuevos matices e insospechados detalles en los paisajes que creemos conocer como la palma de la mano. De hecho, Li Po pensaba que siempre eran diferentes sin dejar de ser los mismos. El viejo poeta tenía también su vena de filósofo.
Hoy, en esa gratificante experiencia, había un elemento nuevo. No era la primera vez que afloraba en los últimos tiempos. Retornaba con cierta frecuencia de forma que Li Po lo había identificado. Su percepción estética había alcanzado un punto de saturación.
Debido sin duda a la repetida exposición, se había producido un desgaste o un apagamiento. No sólo su cuerpo se había debilitado. También interiormente notaba el cansancio.
Su curiosidad estaba saciada. No aspiraba a disfrutar de nuevas variaciones que no añadirían nada significativo a su acervo.
Esas diferentes ediciones de un libro que ya se ha leído, aun sabiendo que las modificaciones y correcciones deparaban sorpresas, no le atraían como cuando, embelesado, se sumergía en las primeras lecturas, como cuando su sensibilidad emitía los primeros acordes, como cuando sus ojos se abrían a perspectivas insospechadas.
La pregunta solapada que había desoído y apartado de su mente, tenía ahora la suficiente fuerza para imponerse.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Claro que ya nada de eso le saciaba, porque Li Po esperaba la fiesta, llenar la copa con vino, continuar hasta que todo terminara.
«Melancólica, contemplo
mi alcoba solitaria.»
«Tres años ya han transcurrido,
pero tu fragancia no se disipa.
¿Dónde estarás, amor mío?
Te añoro, y de los árboles caen hojas amarillas
Lloro, y sobre el verde musgo brilla el rocío.»
Su «A mi amor lejano» me parece precioso. Frente a su canto al exceso, habitual en lo que he leído de él, esa nostalgia dolorosamente exquisita le sienta bien. E igual de bien me ha hecho recordarlo.
Li Po tenía fama de empinar el codo. Pero en mi relato no muere ahogado por intentar abrazar la luna una noche de borrachera.
El poema que has transcrito es de una gran belleza, con ese toque melancólico y esas pinceladas otoñales que lo hacen tan humanamente profundo.
Este relato está inspirado en otro poema de este vate chino que se titula: «Visita a un amigo taoísta», que no tengo a mano ni encuentro en internet. Poema que me ha servido para hacer una reflexión sobre la condición del hombre y la actividad artística. Un abrazo.
» No necesitaban hablar se comunicaban en silencio, de mente a mente».
Probablemente es la mejor comunicación. De mente a mente, de alma a alma. Supone una gran afinidad. Por eso sobran las palabras.
Li Po se preparaba para morir, me parece.
Sí, pero, pese a tener una vena de filósofo, no lo es. Él es poeta, tiene una visión estética de la realidad y un gran amor a la naturaleza.
Él busca una salida, la ha buscado toda su vida. Ahora, en su vejez, la vislumbra más claramente.