El ciclo de las estaciones era una gigantesca y grandiosa rueda que no paraba de girar. Las manifestaciones fenoménicas no lo inquietaban. Pero su repetición era la causa de ese hartazgo que experimentaba. La monotonía de las vueltas lo había saturado.
Esa era la razón de que sintiera la necesidad de escapar a esos acontecimientos periódicos y puntuales, a esa rueda que, sin dejar nunca de funcionar, no avanzaba un metro.
La pregunta solapada era esta: ¿qué camino conducía fuera?
¿Podía el hombre recorrer un camino que lo llevase a otro sitio?
Li Po no tenía una mente morbosa. No pensaba en la muerte ni tampoco en encontrar un medio eficaz de aturdimiento o enajenación. Sólo tenía conciencia de estar encerrado en un círculo y de su deseo de salir.
El cansancio conllevaba la búsqueda de un sentido más allá de las rotaciones sin fin. No sólo el cuerpo acusaba el agotamiento. El espíritu se mustiaba también. Uno y otro llegaban a un límite. Cada uno a su manera decía “basta”.
El poeta había llegado a la conclusión de que este mundo cíclico dominado por los dualismos podía ser trascendido. Vivir inmerso en él no era una fatalidad sino una decisión.
Esa puerta de salida era la creación, que no se oponía a la naturaleza, pues ocupaba un escalafón superior, de forma que esta quedaba supeditada a aquella. La naturaleza es eterno retorno. La creación es un camino que abre nuevos horizontes.
¿No era ese el camino que él había recorrido durante toda su vida?
Sentado en la piedra, el viejo poeta miró sin ver, miró más allá de los bosquecillos de bambúes, del río cuyo caudal de agua había aumentado con las últimas lluvias, miró dentro de sí.
Luego alzó la vista hacia arriba, hacia el cielo por donde se desplazaban las nubes blancas, hacia el profundo e inconmensurable azul.
Li Po tenía setenta y seis años. Había asistido a muchas floraciones primaverales y a muchas otoñales caídas de hojas, había sido testigo de sequías e inundaciones, había aspirado la fragancia de los jazmines y se había extasiado ante la belleza de las peonías, había conversado con las libélulas y las mariposas, se había detenido innumerables veces a admirar el reflejo de la luna en el agua…
Y había escrito cientos de poemas. Pero hoy su corazón albergaba un dulce deseo. Con una leve sonrisa en los labios, Li Po se puso en pie y siguió su camino.
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¡Hermosísimo y Magistral texto Antonio!, siempre MIRAR ARRIBA.
Gracias, Teresa. Es seguro que Li Po logró salir del círculo sutil en el que todos estamos presos. Ahora mora en el País de los Inmortales, adonde llegó montado en una garza.
Más que una narración, tu texto en torno a Li Po podría calificarse como un poema de largo aliento, en donde reflexionas (so pretexto del poeta chino) sobre la existencia, la intemporalidad, el universo, la creación.
Bello texto y conspicua muestra de tu elegante y metafísico estilo.
Abrazobeso enorme y siempre fraternalmente cariñoso, Antonio.
Es como dices. Más que un relato o un poema en prosa es una larga reflexión sobre la Naturaleza y la Creación, ambas generadoras de belleza, sobre el paso del tiempo y su consiguiente desgaste, y sobre la esperanza de una vía que nos conduzca más allá de nosotros mismos, a un imposible lugar de encuentro donde reine la concordia.
Li Po es un referente de esa búsqueda o de esa disponibilidad. Su amigo Fu Yin es otro ejemplo todavía más radical.
Los taoístas escapaban montados en una gruya. Li Po era aficionado al vino.
El cansancio nos alcanzará a todos y nos desarmará. Mientras tanto seguimos rastreando esa tercera vía, ese elixir misterioso y milagroso de la longevidad, de la eterna juventud, de la transmutación del plomo en oro, qué más da el nombre, en los atanores de nuestros laboratorios alquímicos. Un abrazo.
Hola. Soy nuevo por aquí.
Tu texto me parece un perfecto ejercicio de equilibrio taoista. La armonía en sí misma que muestra la belleza tanto en el continente como en el contenido; el todo del que habla LI PO en alguno de sus poemas.
Gracias por tu valoración. Se ve que aprecias la poesía de este poeta chino de la dinastía Tang, que dejó escritos estos versos (versión libre):
Rodeado de flores, ante un jarro de vino,
bebo solo.
Alzo la copa y convido a la luna.
Ella, mi sombra y yo nos hacemos compañía.
Saludos cordiales
¡oh luna! Serás mi inmortal amiga,
Nos veremos amenudo, a través de la Vía Láctea.
No soy un erudito, ni un gran conocedor de su obra; más bien un enamorado del respeto y la belleza que encierra el taoísmo. El Tao Te King, que se atribuye a Lao Tse, es una obra bellísima.
Un abrazo.
Por tanto amor a la luna (y al vino), acabó como acabó.
Sin duda el Tao Te King es una obra que aúna sabiduría, belleza y profundidad. Un faro en el proceloso mar de la vida.
Que tengas una agradable velada.
Se me escapó la respuesta sin corregir y sin despedirme.
Un saludo.