Después nos íbamos a los jardines. El pintoresco grupo de paisanos se encaminaba sin prisa, gastándose bromas, a ese céntrico parque de altísimos plátanos y pinos. Allí nos sentábamos en un banco y hablábamos de lo humano y lo divino, de nuestros proyectos para el fin de semana y de los más lejanos, de lo que haríamos en la vida. Pero sobre todo nos divertíamos con las ocurrencias de unos y otros, en un olvido total de nuestras obligaciones hasta que llegaba el momento de regresar a la academia o al instituto. Lo cual no siempre pasaba. Algunos sucumbían a la tentación y se tomaban la tarde libre. Pero esos eran los resabiados, los que, a pesar de su juventud, ya estaban de vuelta sin haber ido a ningún sitio.
No éramos muchos, a lo sumo cinco, entre los que se contaban un tunante que era uno de nuestros puntos de referencia, un alma de cántaro al que todo el mundo guardaba el aire porque era de buena familia, un muchachito enclenque, que era uña y carne del tunante, un grandullón que festejaba las gracias con risas y palmadas, un aspirante a escritor y algunos más que no eran fijos.
Andábamos unos pocos metros y nos parábamos. La inconsciencia nos protegía y propiciaba nuestra felicidad. Puede que los monstruos ya estuviesen al acecho e incluso hubiesen hecho acto de presencia. Puede que más de uno viviese o hubiese vivido ya sombrías historias familiares. La plenitud de ese momento nada la empañaba. Esa burbuja, fatalmente, explotaría tarde o temprano. A cada cerdo le llega su San Martín, decía un tío del aspirante a escritor con la malevolencia que lo caracterizaba.
Con un poco de suerte, si uno ha resistido los vaivenes de la vida, incluso llega la hora de los balances y de las conclusiones, provisionales unos y otras, pues mientras acá estamos, mientras la rueda sigue girando, más vale no ponerse solemne ni pontificar como un doctor de la iglesia o como cualquier mameluco.
¿Qué mejor lugar para inventariar pérdidas y ganancias, logros y fracasos, avances y retrocesos que uno de los bancos de hierro de esos jardines de romántico sabor? ¿O dando un agradable paseo por sus sombreadas avenidas? Seguramente en ese hermoso enclave hallaremos también respuestas a algunas interrogantes, tal vez algunas incógnitas se despejen mientras contemplamos sus estanques y sus pérgolas.
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Un hermoso texto lleno de nostálgica evocación. Encantadora lectura para iniciar la semana, Antonio querido.
Que te sea muy provechosa. Grande abrazobeso fraternal.
Así es: de nostálgica evocación, de indagación en busca de respuestas. Un regreso a un antiguo y hermoso escenario.
Igual semana te deseo: provechosa y placentera. Un abrazo.
¡Espléndido relato Antonio y certero, más existencialista no puede ser!: A veces los justos también creen en ello: » A cada cerdo le llega su San Martín, decía un tío del aspirante a escritor con la malevolencia que lo caracterizaba.».
Estos los ha habido durante toda la vida, pero en la actualidad no te digo, se han incrementado: » Pero esos eran los resabiados, los que, a pesar de su juventud, ya estaban de vuelta sin haber ido a ningún sitio.».
Un relato, como señala Ernesto, evocador. Un relato en que se rememora un tiempo de estudiante sobre el que el autor echa una mirada valorativa y constata que cambiamos menos de lo que pensamos. Nosotros y los demás. La manera de ser de unos y otros. Malevolencia había entonces y hay ahora. Gente resabiada que cree saber mucho nunca falta. Mañana publico la segunda parte, la conclusión o desenlace de esta incursión en el pasado que desemboca en el presente.