115.-Abordamos un tema recurrente, un tema que, como el Guadiana, desaparece y aparece al cabo de cierto tiempo, que acude sin necesidad de llamarlo. Todo lo cual es ya de por sí significativo.
Ambos coincidimos en que todo el mundo tiene problemas. Ambos admitimos también que estos son variados, de forma que no es posible meterlos en el mismo saco so pena de incurrir en una torpeza o en una injusticia.
Hay quien, pelando una naranja, se hace una heridita y la vende como si fuese una operación a corazón abierto. Y hay quien tiene un problema gordo que expone parcamente, sin avasallar ni monopolizar la conversación. Este es el caso de las personas discretas, de las que rehúyen los protagonismos y a las que incomodan los alardes.
Un observador superficial puede sacar la errónea conclusión de que quien se ha hecho la rajita en la yema del pulgar las está pasando canutas, de que está atravesando por un duro momento, de que el destino se ha ensañado con ella.
Un observador atento descubrirá que sólo tiene una gran capacidad fabuladora, la cual pone al servicio de su deseo de ser el centro, de suscitar la admiración, de demostrar su entereza y su valía por soportar el corte sin una queja y arreglárselas ella sola, pues no había nadie más en casa.
Lo que hay en el fondo de esa actitud es un espíritu de vendedor que, sea como sea, quiere colocar su producto, aunque se trate de una birria en comparación con lo que puede ofrecer el otro, es decir, el competidor.
Emma, que pertenece al grupo de los observadores sagaces, confiesa sin rodeos que ella no está por la labor de escuchar historias de heriditas.
Esos montajes hiperbólicos la ponen de mal humor. Esos autobombos la endemonian y el riesgo de que suelte una fresca aumenta en proporción directa al sahumerio.
Pero lo que sobrelleva peor es que esos mitómanos con sordera selectiva, esos narradores con debilidad por los exornos y las florituras, esos mercaderes de crónicas maravillosas, sublimes, inasequibles, provocan daños colaterales en el oyente que, aun conociendo el percal, tiende a sentirse empequeñecido, a considerar que su vida nunca alcanzará la altura de la del chalán.
Y a esto Emma se niega de plano. Su vida será más bonita o más fea, más novelesca o más anodina, pero es la suya y no está dispuesta a devaluarla por prestar oídos a un ególatra.
“O sea” concluyo, “prefieres mi compañía, que soy más calladito. Y cuando se me ocurre contar algo, la cuerda se me acaba rápido”.
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Muy buenas y muy acertadas sus reflexiones. Me siento un poco avergonzada de ser de vez en cuando ese» chalan»…exagero mis puntos positivos para impresionar. Aunque lo sé que a largo plazo es lo que me perjudicará…seguro . Y no soy calladita..un desastre! Intento cambiar mi forma de ser..No sale bien…la lucha eterna😰
Gracias, Laacantha, por tu comentario. Me alegro de que mis reflexiones te hayan parecido acertadas. No tienes (si me permites el tuteo) por qué sentirte avergonzada de ser, por lo que puedo apreciar, una persona extrovertida. Emma, mi amiga imaginaria, también lo es. Normalmente es ella la que habla y yo el que escucho. Saludos cordiales.
Aja…ahora sí, entiendo lo de Emma…voy a ver más a fondo tu blog y que me presentes a tu amiga Emma. Un abrazo muy cordial.