Por insistencia materna fui a ver a un primo que está enfermo. Le ha dado por no salir de su casa. Toda la familia teme que se vuelva más arisco de lo que es.
Estuve remoloneando una semana, dándole largas a ese asunto, no porque yo tenga “mal corazón” como me reprochaba mi madre cuando me preguntaba si había ido y le respondía que no.
Cuando me dirigía a casa de mi primo, encontraba siempre a un amigo con el que pegaba la hebra y el santo se me iba al cielo.
Confieso que a veces yo mismo me encargaba de buscar compañía.
Hacía mucho tiempo que no hablaba con él. Durante la infancia y el bachillerato fuimos inseparables. Después él siguió un camino y yo otro. Últimamente no nos tratábamos. Es lamentable que esto haya ocurrido.
Una tarde, duchándome, decidí no posponer un día más la visita. Mientras me arreglaba, estuve recordando nuestra vida en común.
Mi primo no había sido un niño taciturno ni insociable, de lo que ahora tenía fama, sino, por el contrario, vivaracho y travieso. Juntos nos habíamos divertido bien.
Ante la puerta de su casa me asaltó la duda de si debía entrar o no. Pensé que mi presencia podía deprimirlo más. Finalmente pulsé el timbre y esperé.
Mi tía me recibió contenta, si bien me echó en cara mi desapego. Luego suspiró. Pregunté por mi primo y ella, por toda respuesta, me señaló su habitación con la mano.
2
Estaba acostado, leyendo. Cuando entré, levantó la cabeza y me saludó con su habitual “qué hay”.
“Siéntate” dijo a continuación. No supe dónde, si en una silla alejada o a los pies de la cama.
“Siéntate” repitió y encogió las piernas indicándome así dónde debía hacerlo.
El libro debía ser muy interesante porque prosiguió su lectura durante varios minutos más, tiempo que aproveché para detectar en su semblante indicios de trastorno.
“¿Has terminado de observarme?” “¿Y tú has terminado de leer?”.
Entre ambos había habido siempre cierta rivalidad. Por lo general estábamos en desacuerdo en casi todo.
Se levantó, dio un paseo por la habitación y me espetó: “¿A qué has venido?”. Con parsimonia repuse: “Eso mismo me estaba preguntando”.
Estaba de espaldas pero aseguraría que sonrió. Cuando se volvió, estaba serio.
“Ya que estás aquí, podemos echar una partida de ajedrez”.
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…un día puedo leer tus libros, Antonio…
Español es si hermoso!!!
Te deseo un buen dia,
Muchos saludos,
Stefanie la fada ✨
Te voy a ayudar, encantado, a mejorar tu español.
«Un día podré leer tus libros. El español es una lengua tan hermosa. Te deseo un buen día. Muchos saludos. Stefanie el hada».
Gracias, Stefanie. Estoy seguro de que un día leerás el Quijote o, al menos, uno de mis cuentos en versión original. Feliz lunes de Pascua.
Muchas gracias por tu ayuda. La gramática….puh…🤔☺️…
Te deseo una buena semana después los días de fiesta✨
…voy me entrenarse a mejorar mi español …
por Don Quijote y tus libros!🌈
Saludos y un abrazo,
Stefanie, el Karfunkelhada
¡Quiero saber más! 🙂
A su debido tiempo (el miércoles).