Las tinieblas formaban una masa algodonosa que pronto nos engulliría. Delante se alzaba una muralla de oscuridad, a la que nos acercábamos inexorablemente. La carretera moría de repente a sus pies.
Había encinas que las tinieblas cortaban por la mitad, de un tajo limpio. En cuestión de minutos nos adentraríamos en ellas.
Mis compañeros de viaje estaban tan asustados que no se atrevían a hablar. Era tal el silencio que tuve la impresión de ir solo en el seíta.
Mis amigos no eran más que imágenes reflejadas en el espejo retrovisor. Tres máscaras que flotaban en el vacío.
Mi percepción del tiempo se alteró. Ansié que el coche salvara de una vez la distancia que nos separaba de ese paredón.
A lo mejor, pensé, ese trasto ruidoso no tenía la suficiente potencia para internarse en esa plasta negra y quedaba incrustado en la superficie, como un moscardón en una tarta.
Pero el coche penetró en esa mole que no opuso la menor resistencia. Y siguió rodando y traqueteando con pareja intrepidez.
Se estableció un compás de espera. Los ocupantes del asiento trasero rebulleron, pero ninguno habló.
Al cabo de unos minutos percibí que la atmósfera era más pesada. Respiraba con dificultad, pero no me atreví a bajar el cristal de la ventanilla. Conforme transcurría el tiempo, aumentaba mi ahogo. De pronto recibí un manotazo en el cuello, luego en el hombro.
Esa zarpa que me golpeaba a ciegas, acertó a cogerme por los pelos. Traté de librarme de ella, pero no había forma. Por el contrario, el tirón era cada vez más doloroso.
“¡Por todos los santos!” grité. Solté el volante y, agarrando la mano por la muñeca, me revolví. Era, como sospechaba, la de Carmelina. “¡Suéltame!”.
“Se está asfixiando” dijo Luisa. “¡Déjala!” “Que me suelte”.
Forcejeamos y escuché un gemido de Pedrote que había sido arañado o golpeado. A continuación fue Luisa quien lanzó una larguísima queja.
Por fin conseguimos reducirla. “¡Dios mío! ¡Dios mío!” gimoteaba Luisa. Yo me masajeaba el cuero cabelludo.
“Ha perdido el conocimiento” anunció Luisa. Y añadió acongojada: “Si no la atendemos, se morirá” “¿Qué podemos hacer?” dijo Pedrote.
Cuanto más se prolongaba la travesía en la oscuridad, más se intensificaban nuestros síntomas de debilitamiento, jadeando y tosiendo a menudo.
“¿Llevas los faros encendidos?” preguntó Luisa con un hilo de voz. “Si” “Entonces ¿por qué no se ve nada?” “No lo sé”.
A pesar de mi aturdimiento, advertí que el coche seguía subiendo y bajando al compás de la accidentada carretera.
Se trataba de una descomunal masa de tinieblas. El corazón, quizá, a partir del cual se desprendían porciones de diferentes tamaños.
El silencio se impuso de nuevo. Nuestras mermadas energías las invertíamos en luchar contra la modorra que nos iba ganando.
A veces, un ataque de tos me dejaba exhausto y sudoroso. En uno de esos accesos abrí la ventanilla en busca de alivio. Para mi sorpresa, una ráfaga de frescor me dio en la cara, reanimándome de inmediato.
Otro tanto les ocurrió a mis compañeros. Luisa ronroneaba de placer y, cuando se recuperó lo suficiente, se abalanzó sobre la otra ventanilla y bajó el cristal. “¡Esto es vida!” exclamó Pedrote.
Carmelina seguía inconsciente y, de momento, ninguno de sus vecinos se ocupó de ella.
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Querido Antonio: ¿dónde nos llevas? ¿realismo mágico? ¿tiene la masa tenebrosa algo que ver con el comportamiento? ¿a qué se deben esos cambios repentinos en los estados de ánimo de los personajes? Lo sé, lo sé… tendremos que esperar al próximo lunes. Mientras tanto, te deseo una estupenda semana.
Más bien realismo onírico. En cualquier caso un realismo «sui géneris». Esa masa de tinieblas algodonosas, una especie de pudin infernal, está fuera. Es uno de los percances de este viaje cuyo destino es Aracena, donde Dios sabe si llegarán los cuatro amigos y el invitado fantasma.
Los cambios y las reacciones están en relación con la vicisitudes de esta aventura. La pobre Carmelina es quien más los acusa y los sufre. Siempre hay alguien más débil. Gracias por tu comentario. Un abrazo.
Me ha hecho recordar una peli en la que un cosmonauta habiendo agotado las existencias de oxigeno de su traje se sentía ahogar. Y entonces, al abrir el visor del casco, comprueba que la atmosfera es respirable y respira a pleno pulmón. ¿Llegaremos a Aracena Antonio? Un abrazo
Así están los ocupantes del coche, ahogándose. La masa de tinieblas les impide respirar. Puede también que a cuatro personas dentro de un seíta cerrado les falte el oxígeno, máxime si están nerviosas.
Y aquí también abren una ventanilla y una ráfaga de frescor las reanima. La imaginación juega malas pasadas.
No puedo decirte si llegaremos a Aracena. Espero que lo comprendas. Un abrazo.
Estás manejando el suspenso con brillantez. El texto fluye y consigues que tus lectores quedemos a la expectativa y sumergidos en la trama con la partida de amigos rumbo a Aracena.
Por cierto, para tus fans no españoles y que no hayan visto mucho cine español de los 1950 y 1960, aquí me atrevo a poner el enlace de la enciclopedia virtual por excelencia para que conozcan o reconozcan lo que fue el seíta para ustedes, por aquellas tierras peninsulares. [Como breviario cultural, el equivalente en México fue el famoso escarabajo de la Volkswagen. Fue el auto que por muchos años unificó a todas las clases sociales en este país, pues desde la alta hasta la baja – con posibilidad de lograrlo- tenían su «vochito», como se le nombró cariñosamente por acá.]
https://es.wikipedia.org/wiki/SEAT_600
Esta novela te está quedando de rechupete, querido maestro.
Grande y cálido abrazobeso con cariño fraterno y fiel admiración, Antonius carissimus.
Gracias, Ernesto, por tu apreciación crítica. Si se logra mantener el suspense, es decir, la intriga, el libro tiene más posibilidades de no ser abandonado hasta el final.
Y gracias también por ese enlace que remite al utilitario por antonomasia de la España del desarrollo económico de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. El Seat 600 es todo un emblema.
Un coche pequeño e incómodo, más pensado para la ciudad que para la carretera, pero que, pese a todo, permitía viajar.
El escarabajo de la Volkswagen era también conocido aquí, pero no gozaba de la misma popularidad, supongo que porque era más caro. Un abrazo.
Curiosamente, aquí en México, el escarabajo de la Volkswagen era el auto más económico. Y nunca fue muy cómodo para quienes iban detrás, salvo que fueran niños o personas de talla pequeña o mediana.
Durante muchos años, hasta el momento en que las autoridades los retiraron de la circulación, el «vocho» fue el taxi público de la Ciudad de México, y no pocos estaban en unas condiciones tremendas. Se te encajaban los resortes o dabas unos brincos tremendos en ellos entre los topes y los baches que siempre han aquejado a esta ciudad.
No hay peli española de esas décadas que no saque un seíta. Qué te voy a decir a ti.
Sigamos con los misterios por desvelar de ese viaje a Aracena.
Abrazobeso cariñoso y fraternal, maestro querido.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.