230.-El instinto de destrucción, el de supervivencia, el de reproducción y el religioso (o según Freud, Eros y Thanatos) se alojan en el cerebro.
En situaciones extremas, pero también en las normales, esas pulsiones hacen acto de presencia y entran en conflicto unas con otras. El campo de batalla es el alma. No es raro que las normas morales salten por los aires y se cometan crímenes horrendos o se incurra en toda clase de bajezas.
Para desmarcarse hay que crear condiciones que favorezcan la lucha contra el mal. Una de ellas, tal vez la primordial, es la decisión de situarse en el bando del bien. Es, en efecto, una decisión puesto que el ser humano tiene libre albedrío, la capacidad de decir sí o no.
Esta capacidad es una patata caliente de la que, en circunstancias comprometidas, no dudamos en deshacernos como sea. En momentos de crisis las actitudes tibias y benevolentes, la laxitud, el humanitarismo mal entendido o hipócrita son pasaportes a los agentes disgregadores, zapapicos que allanan el camino del mal.
En los ríos revueltos sólo flotan los fuertes que a menudo son también los malos. Los fuertes, los egoístas, los inescrupulosos, los que carecen de principios y de conciencia o la tienen tan ancha que toda fechoría encuentra acomodo en ella, estos son los que sobrenadan en las corrientes tumultuosas, y no digamos en las tranquilas.
De este hecho parece deducirse que uno de los motores de la evolución es el mal. Sin su asistencia el riesgo de quedar orillado es alto o seguro. No son los débiles, los peor dotados quienes marcan la pauta sino quienes no tienen reparo en pisotear y plantar su bandera en el cráneo de los demás.
Matar si hay que matar, traicionar si hay que traicionar, zancadillear, mentir, manipular y otras actividades por el estilo son los comodines que permiten ganar la partida.
Esta deprimente realidad no es fácilmente digerible. No sólo a los paladares finos repugna, no sólo los espíritus sensibles se estremecen ante este panorama. Cualquiera, con mayor o menor intensidad, experimenta una punzada de horror.
Asumir, además, que el mal no se perpetra en todas las ocasiones con el fin de obtener una recompensa, lo cual no lo justifica pero al menos le da un barniz de familiaridad, sino por el simple placer de hacer daño, es la píldora que se atraganta y amenaza con la asfixia si no nos damos prisa en beber un trago de agua que la empuje hasta el estómago.
El mal por el mal hace pensar que el diablo no es una invención de mentes calenturientas ni la fantasía morbosa de una beata. Incluso reduciéndolo a aberración humana, el maligno proyecta su sombra que se confunde con la de su secuaz. Su presencia, encarnada en un individuo concreto o en un grupo, es discernible en los discursos y comportamientos. Un espectador perspicaz puede vislumbrar entre bambalinas al adversario manejando los hilos.
231.-Independientemente de las especulaciones y teorizaciones, la cuestión primordial es cómo se combate el mal, cómo se le detiene o neutraliza. Desde un punto de vista práctico qué hay que hacer. Desde luego lo primero es reconocerlo.
Lo segundo utilizar las armas adecuadas que son la verdad, la honestidad, la legalidad, la transparencia. Esta propuesta de lucha, que es la única efectiva, parecerá ingenua a muchos, no sólo a Maquiavelo que se reiría en nuestras narices.
Cierto es que en situaciones de emergencia, en casos de putrefacción y criminalidad generalizadas, la única manera de combatir el mal es el mal. Es necesario corromperse y rebajarse para derrotarlo. Ese contagio es el precio que se paga por su derrota, y constituye un triunfo del enemigo.
A niveles ordinarios el mal es también un recurso utilizado con asiduidad y con absoluta conciencia, sobre todo en el ámbito del poder.
El poder, por su naturaleza, implica el uso de métodos perversos. Quien lo ejerce sabe que la ocasión se presentará, y que, salvo en individuos de probidad heroica, no puede retroceder si no quiere ser descabalgado. El poder no se anda con chiquitas. Los melindrosos y los vacilantes no tienen futuro en un terreno en el que a menudo hay que tomar decisiones que perjudican grave y hasta mortalmente a terceras personas.
De hecho, es en este campo donde el mal encuentra las condiciones ideales para florecer en todo su esplendor. La desconfianza que inspira el poder está más que justificada.
A escala social y doméstica, guardando las proporciones, los estragos del poder son similares. El deseo de imponer la propia voluntad suele ser más fuerte que la prudencia de atenerse a criterios imparciales, máxime si estos chocan con nuestros intereses o con nuestro orgullo.
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«Cierto es que en situaciones de emergencia, en casos de putrefacción y criminalidad generalizadas, la única manera de combatir el mal es el mal. Es necesario corromperse y rebajarse para derrotarlo. Ese contagio es el precio que se paga por su derrota, y constituye un triunfo del enemigo.» Es racional y muy humano sentir pasión porque el mal y sus consecuencias nos dejen en paz. Pero en este pequeño párrafo que he transcrito es donde más me surgen las dudas. La última frase dice: «derrota y triunfo del enemigo». Aquí parece haber una contradicción: ¿se le gana a un burro rebuznándole o coceándolo? No me creo creyente pero dicen que Jesús dijo algo así como «No resistáis al mal». No se por qué me acuerdo de esta frase, no si la dijo y si tenía verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Tampoco estoy seguro de qué quiso decir con «resistir al mal». Pero es posible que, si la dijo y con verdad, se pudiera referir a no responder al mal con el mal. El adversario o demonio es, al parecer en muchas creencias religiosas, aquel que arroja un reto o tentación, una trampa o engaño o mentira al ser humano. Quizá sea una de ellas que, para vencer o superar el reto o problema que nos plantea el mal, creamos que sólo lo podamos hacer con sus propias armas. Afectuosos saludos.
Hablo de casos de supervivencia (campos de concentración, dictaduras sangrientas de uno u otro signo, genocidios…, también se podrían citar situaciones de emergencia más corrientes). Pero, en definitiva, siendo consecuente, tienes razón en lo que expones.
Comparto tus dudas. Es más que probable que me haya dejado arrastrar por la pasión.
A las contradicciones no deberíamos tenerles tanto miedo. El ser humano es un compendio de incoherencias y aspiraciones. Quizá las contradicciones son otro potente motor.
Ciertamente no se trata de organizar un concurso de burros, aunque mirando a nuestro alrededor ese parecer ser el espectáculo. Desde luego, en lo que a mí respecta, que tan poco peleón soy, pienso que ese no es el camino. En las discusiones cedo pronto. Cuanto más acaloradas, antes.
Eso fue lo que dijo Jesús en el sermón de la montaña, que no resistiésemos al mal, que pusiésemos la otra mejilla para recibir una segunda bofetada. O sea, que el mal pasase a través de nosotros sin contaminarnos, que ese vendaval siniestro no nos arrastrase.
Sócrates declaró también que prefería sufrir una injusticia a perpetrarla. Resumiendo, no responder al mal con el mal. Esa es la heroica solución.
Gracias por tu atinado comentario que es una invitación a seguir reflexionando. Un abrazo.
Gracias por tu respuesta. Esas son dudas, es decir, no sé cómo vencer o superar el mal, sobre todo el colectivo y monstruoso, guerras, genocidio…Creo que, para empezar, no adhiriéndome a nacionalismos…Me deja chocado que no aprendamos de nuestros errores. Un abrazo.
No voy a decir que somos duros de mollera. Sí aprendemos pero, llegada la ocasión, tiramos por la borda nuestro saber.
Desde mi punto de vista, el quid de la cuestión está en el individuo que no debe dejarse seducir. El mal, bajo sus múltiples formas (los fanatismos nacionalistas, religiosos y políticos se cuentan entre las más escalofriantes), ejerce por desgracia una irresistible atracción. Pero el individuo tiene la última palabra.
Será por eso que los que suelen llegar al poder no son precisamente los mejores.
Y el bien, aunque más callado y menos aparatoso, ¿no es también un motor? Yo creo que sí, pese a todo el tiempo que pierde intentando reparar los destrozos del mal o simplemente, defendiéndose de él.
Los que están arriba son los más ambiciosos, ni siquiera forzosamente los más inteligentes, pero no los mejores.
El bien debería ser el motor de nuestros actos. Tú así lo crees. Yo también, sólo que pienso que el mal es otro más potente.
Todo empezó, al menos en nuestra cultura, con Caín que mató a Abel a golpes de quijada de burro, que ya hay que ser bestia por muy encelado que se esté. Este es un tema, el del fratricidio, que me gustaría repensar.
Me ha encantado este escrito donde sigues desarrollando esta teoría del mal la la que llevas dedicando años ya. Te felicito y me quito el sombrero ante todo lo que tan bien expresas. Nada que objetar. Un abrazo Antonio.
Gracias, Gonzalo. En efecto, llevo años dándole vueltas a este tema. Hay otros a los que también me gustaría hincarles el diente (el poder, el tiempo, el alma…). Más me vale poner los pies en la tierra. Un abrazo.
«pero el demonio no hace falta que exista para que lo haya; sabiendo uno que no existe, entonces es cuando toma cuenta de todo» Joâo Guimarâes
Vaya, Cuidador, me sorprendes con esta cita de «Gran Sertón: veredas», si no me equivoco. El título me encanta. Por eso compré ese libro cuando era un pipiolo que andaba siempre escaso de dinero.
El retruécano es perfecto: no hace falta que exista el diablo para que lo haya. Lo que recuerda: Yo no creo en las meigas pero haberlas haylas. Resumiendo, el mal es una realidad.
tenemos tiempo para leer mientras acompañamos🤷
El poder y el dinero son dos pruebas de las cuales poca gente sale moralmente sana.
“Un político hará cualquier cosa por conservar su puesto. Incluso se convertirá en un patriota”.
William Randolph Hearst
Del poder se ha dicho que es más adictivo que el sexo o la droga. Debe proporcionar un subidón tremendo.
Fíjate lo que es capaz de hacer un político para conseguirlo o conservarlo. Y a mí eso me parece poco. ¿Estás pensando en alguien?
Pues, sí …creo que pensamos en el mismo personaje político. Pero, para ser adicto al poder hay que nacer para ello . No se aprende eso…hay que llevarlo en sangre.Yo ,por ejemplo, ni siquiera soy capaz de ejercer el poder sobre mi gato . Un abrazo y gracias por levantar los temas tan discutibles.
Gracias, Gonzalo. En efecto, llevo años dándole vueltas a este tema. Hay otros a los que también me gustaría hincarles el diente (el poder, el tiempo, el alma…). Más me vale poner los pies en la tierra. Un abrazo.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.