En el Guzmán de Alfarache hay un exceso de disquisiciones, como queda de manifiesto si se compara esta novela picaresca con el Lazarillo de Tormes, tan desnuda e implacablemente eficaz en la exposición de las andanzas de su antihéroe.
Si a esa abundancia de divagaciones se añaden las historias intercaladas, que, a propósito del Quijote, Unamuno califica de impertinencias, la lectura del libro se resiente. Por supuesto, uno puede saltarse esas narraciones que el escritor cuela de matute.
Mientras que en el Lazarillo asistimos a las desventuras mondas y lirondas del protagonista, a las que el anónimo autor ni quita ni pone nada, Mateo Alemán las entierra a menudo en prolijas consideraciones cargadas de razón, en largos discursos dictados por la amarga experiencia, que buscan el asentimiento del lector, o eso parece.
Dicho esto, hay que apresurarse a añadir que Guzmán vive la misma vida verdadera que su compadre Lázaro o su comadre Celestina.
Desde la tortilla con huevos empollados que comió en una mala venta al poco tiempo de partir de Sevilla hasta su entrada como gracioso en casa del embajador francés, episodio con que finaliza la primera parte de la obra, Guzmán, un personaje de carne y hueso, se sitúa por encima de las peroratas.
Esta fue la ciudad que abandonó para conocer mundo y probar fortuna:
“Sevilla era bien acomodada para cualquier granjería y tanto se lleve a vender como se compra, porque hay mercantes para todo. Es patria común, dehesa franca, ñudo ciego, campo abierto, globo sin fin, madre de huérfanos y capa de pecadores, donde todo es necesidad y ninguno la tiene”.
Esto dice de él:
“Yo fui desgraciado (…): quedé solo, sin árbol que me hiciese sombra, los trabajos acuestas, la carga pesada, las fuerzas flacas, la obligación mucha, la facultad poca. Ved si un mozo como yo, que ya galleaba, fuera justo con tan honradas partes estimarse en algo”.
Y esta fue la decisión que tomó:
“El mejor medio que hallé fue probar la mano para salir de miseria, dejando mi madre y tierra. Hícelo así; y para no ser conocido no me quise valer del apellido de mi padre; púseme el Guzmán de mi madre, y Alfarache de la heredad donde tuve mi principio. Con esto salí a ver mundo, peregrinando por él, encomendándome a Dios y buenas gentes en quien hice confianza”.
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No sé si fue en esta obra o en el Lazarillo donde leí lo de los huevos empollados, pero me traumatizó durante bastante tiempo la posibilidad de morder huesecillos.
Sería aquí, en el Guzmán de Alfarache (primera parte). Este episodio que revuelve el estómago, ilustra bien las desventuras del pícaro. Pero la vieja ruin se llevó su merecido.
Un saludo, maestro!
Otro para ti, Eladio. Espero que te haya aprovechado la lección. Mañana publico la correspondiente a la segunda parte de esta novela picaresca.
No existía literatura laika en Rusia del siglo dieciseis . Un retraso enorme en comparación con Europa.La primera universidad de Rusia fue fundada en 1755.
Me enteré un poco del autor y del personaje, no lo he leido, por supuesto. Un saludo.
Cada país tiene su historia. La de España es también peculiar.
Mateo Alemán es un autor del Siglo de Oro, nacido en Sevilla. Se le estudia en el instituto, o se le cita al menos. En su tiempo tuvo mucho éxito y fue traducido a otras lenguas.
Si quieres iniciarte en la literatura picaresca, te recomiendo el Lazarillo de Tormes. Un abrazo.
Reblogueó esto en AGA & I.M.C. Mercadología – Mercadotecnia E./S..
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
No hay de que Antonio, buen día.