Regresé al núcleo histórico y a sus locales de comida que no eran restaurantes ni bares sino colmados donde se consumía los productos a la venta. Había también tiendecitas de pasteles y golosinas.
Manzanilla del Puerto, a juzgar por la animación, estaba de fiesta. Sus habitantes no me prestaban atención cuando les dirigía la palabra. Iban de acá para allá, a lo suyo. Era como si no me viesen. Esa actitud unas veces me deprimía y otras veces me irritaba.
Algunos vecinos, a lo sumo, se encogían de hombros. Dos o tres me facilitaron datos imprecisos.
Empecé a ponerme nervioso y acabé metiéndome en un sitio que agudizó mi percepción surrealista del entorno. Era una plazoleta semicircular en la que había varias personas que se comportaban con afectación.
Avancé cautelosamente. Cuando estaba en medio, caí en la cuenta de que ese espacio era un escenario. Esos hombres y mujeres estaban representando una obra. Los que estaban sentados eran los espectadores, que sin duda me tomaron por otro comediante.
Al cabo de algunos minutos, a la vista de mi irresolución, esbozaron una sonrisa de complacencia. Pensaban seguramente que yo estaba bordando mi papel de alelado. Con mi casco aerodinámico y mis manos enguantadas debía transmitir una convincente impresión de extravío. En lo que a mí respecta, mi mayor deseo era, nunca mejor dicho, hacer mutis.
Yo no formaba parte del elenco de esa obra ni de ninguna otra. Me hubiese gustado gritar: “¡No estoy actuando!”.
Después de esta experiencia entré en una minúscula tienda de arropía y meloja con trozos de cidra. Sin disimular mi desazón ni mi urgencia, pregunté a la dueña cómo podía salir del pueblo. Me aconsejó que saltase cualquier obstáculo hasta conseguir mi objetivo.
¿Me estaba proponiendo que me pusiese a andar en línea recta y salvase a las bravas los impedimentos, haciendo caso omiso de su magnitud y dificultad? Sobreponiéndome a mi perplejidad le di las gracias. Una vez fuera me invadió la exasperación. Me entraron ganas de cantarle las cuarenta a la mielera.
Cansado de patear inútilmente el pueblo, desorientado, permanecí inmóvil en la acera, como si me hubiesen dado un mazazo y mis pies se hubiesen hundido en el suelo.
Tenía que recuperar mi bicicleta y largarme como fuera, por mis propios medios.
Este pensamiento me hizo reaccionar y me puse en marcha. Por las empinadas calles llegué a la medina. Seguí subiendo y subiendo por ese dédalo de cuestas que se multiplicaban aviesamente, por ese zoco infernal en el que proliferaban los tabucos comerciales y hormigueaba la multitud.
Cuando llegué a lo más alto, escruté la extensa llanura. Mis ojos se empañaron. ¿Y la carretera? Para tranquilizarme me dije que mi ubicación no era la correcta. Pero no cambié de sitio.
Tenía dinero suficiente para comer algo y buscar un alojamiento. Necesitaba reponer fuerzas y descansar. Estaba hecho un lío. ¿Era esta una buena idea? No quería aposentarme en Manzanilla del Puerto. Quería irme.
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Quédate(un poco), no parece mal sitio
¿Tú crees? A mí me parece kafkiano. Si es un poco, una noche, vale. Pero más tiempo no.
Pero quién sabe lo que puede durar ahí una noche(has sido tú el que has indicado kafkiano😉)…
Hay noches interminables. Pero incluso a esas sigue el alba.
«sitedijeraamormíoquetemoalamadrugada 🎶🎶🎶»
¿No será Comala disfrazada de andaluza?
Que te haya recordado Comala es un honor para Manzanilla del Puerto. Hay una diferencia, y es que los habitantes del segundo pueblo están vivos. Gracias por comentar. Saludos cordiales.
A mí también me ha parecido un poco kafkiano, con esas indicaciones tan poco precisas. Y encima no se ve la carretera, lo que incrementa la sensación de angustia, de estar perdido. Se nota que yo también soy sedentaria.
Arropía y meloja no lo había oído nunca. Ni cidra. Ahora ya sé que es una tienda de miel, pero voy a buscar los significados.
El ciclista vive una absurda experiencia existencial. Resulta común, pienso, verse enfrentado a situaciones de ese tipo. Podría ir lejos en mi interpretación.
Los sedentarios solemos viajar con la imaginación. Es más cómodo y puede ser igual de gratificante.
Los productos de la miel que citas se vendían antes en mi pueblo. En cuanto a la cidra, seguro que conoces el cabello de ángel.
Reblogueó esto en Ramrock's Blogy comentado:
#Relatos
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
Es un pueblo muy particular, estoy de acuerdo en que es un poco kafkiano. Lo comparto (el I y el II) en mis redes.
Este relato, más que graciosas o terroríficas, contiene anécdotas absurdas. Se cuenta en él la historia de un hombre que, en una radiante mañana, sale a pasear en bicicleta y acaba perdido en un pueblo. Por muy grande que sea, cuesta creer que no encuentra la salida.
Quizá es un pueblo laberíntico y plagado de trampas en las que el pobre e ingenuo ciclista, que sólo pretendía disfrutar de esa soleada mañana, ha caído. Lo que nos pasa a todos, supongo. Kafka sabía de esto largo y tendido.
Gracias por compartir este relato en tus redes. Que disfrutes, sin fraudes ni sobresaltos, de este espléndido fin de semana.
En las calles de Sevilla me ha pasado y mira que llevo GPS, pero de alguna manera siempre he podido llegar a mi destino. jajaja Espero que tu también disfrutes sin sobresaltos este fin de semana.