Pasada esta racha en la que todo venía pintiparado, me percaté de que mi proyecto revestía serias dificultades. Estuve bordeando la decepción y la deserción.
Los primeros días, en contra de lo previsto, se deslizaban sin que atinase a trazar una línea maestra.
Sentado con mi tía abuela a la mesa camilla, frente al ventanal que daba al patio, me distraía jugando al parchís, leyendo los libros que había traído y otros que encontré en la casa, en el soberado.
Diccionarios enciclopédicos, novelas de aventura, manuales de contabilidad que ya en mis años infantiles me ayudaron a combatir el tedio. Sobre todo los tomos de la enciclopedia que, entonces como ahora, me proporcionaron momentos de placer.
Mi tía abuela se ponía las gafas y, mano a mano conmigo, revisaba esos volúmenes de páginas amarillentas. Mojando un dedo en saliva las pasaba y recorría de arriba abajo, deteniéndolo en las imágenes. Las tardes las dedicábamos a este agradable pasatiempo.
La calma conventual y la lectura obraron los efectos de un sedante.
En una de mis incursiones por los rincones de la casa me llevé la sorpresa de encontrar el Quijote en una edición carcomida. Fue hurgando en la despensa situada en el hueco de la escalera donde lo descubrí.
Allí dentro olía a humedad. Sabría Dios el tiempo que ese cuchitril no se aireaba. En los anaqueles superiores había platos, vasos y una sopera. En el inferior medicamentos caducados: pastillas, jarabes, supositorios…En el suelo, en cajas de cartón y de dulce de membrillo, había libros, cuadernos y papeles. También había una caja de zapatos llena de corbatas.
Saqué ese material a la luz del día. No había nada interesante. Folletines de antaño saturados de crímenes pasionales y estrambóticas conspiraciones, biografías de santos y prohombres, cuadernos de caligrafía y de cuentas, un breviario…
En el fondo de ese cajón de sastre ennegrecido por el moho estaba el ejemplar del Quijote, perforado por la polilla, con las costuras del dorso deshilachadas, hermanado con una devota edición de Genoveva de Brabante en mejores condiciones.
La creación cervantina, ilustrada por Doré, soportaba el peso de ese batiburrillo de homicidios, amoríos y transportes místicos, el libro sobre el que, cuando aún era analfabeto, sentado sobre la falda de mi tía abuela, paseaba mis ojos a la par que movía los labios como si fuera yo quien leía las gestas del hético caballero manchego, poniendo mi mano sobre la página cuando la anciana iba a pasarla porque, enfrascado en la recitación, no había tenido tiempo de examinar los grabados del francés, hecho lo cual yo mismo la pasaba, mi tía seguía leyendo en voz alta y yo seguía haciendo el paripé.
Casi me había olvidado de ti. Tan atareado estaba, tan imbuido de mi papel de enfermero, de tal forma me había ganado ese ritmo de vida apacible y propicio al estudio de lo que fuera, preferentemente civilizaciones periclitadas o sistemas filosóficos abstrusos, que el Diablo, que no desaprovecha una ocasión, me tentó.
Bastaba con que enterrara los prismáticos en uno de los baúles arrumbados en el soberado, bajo vestidos, echarpes y abrigos que nadie se pondría jamás. Con este gesto simbólico el Protervo quería hacerme abdicar de mis intenciones.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Lo que más me ha gustado es husmear en el cuchitril y descubrir todo su contenido.
¡Genoveva de Brabante!, nos la leían en el colegio, solo recuerdo que vivía en un bosque y se peinaba.
Entonces era verdad que iba a acabar jugando al parchís con la tía abuela pero ahora que tiene los prismáticos…con lo tranquilo que él estaba leyendo.
Siempre se hacen descubrimientos interesantes en las alacenas. Hurgar en los rincones de una vieja casa conocida depara imprevistas sorpresas y reaviva recuerdos aletargados.
Sí, ya te lo dije, igual acababa jugando al parchís con su tía abuela. Y eso sucedió. La inercia nos come el terreno. Pero reaccionará.
A mi me fascinan esos trasteros viejos con las cosas antíguas , inútiles y olvidadas , me aspiran a imagiinar las historias de la vida de sus dueños.¿ Y cuando va a empezar …con los prismaticos ? Será lo más interesante, lo creo…jajaja Un abrazo.
Exacto, en esos lugares hay un montón de historias. El tiempo se ha detenido o transcurre lentamente en los polvorientos y sombríos desvanes. Cuando les da la luz, preferiblemente la solar, se inicia el desfile de personajes.
Con los prismáticos empieza en el siguiente capítulo. En efecto, lo que vea y oiga constituye el núcleo de este relato. Ya está bueno lo bueno. O ya está bien de marear la perdiz. Elige la expresión que quieras. Feliz descanso.