El Taller de Calderería semejaba un navío desde cuya proa capitaneaba Gregor, el Maestro Calderero. Los aprendices eran los marineros que faenaban en cubierta.
Con su gruesa nariz surcada de venillas varicosas, Gregor imponía respeto.
Sus ayudantes habían colocado una enorme caldera con tres patas debajo de la campana de la chimenea, y ahora avivaban el fuego con un fuelle.
Los muchachos no sabían si ese recipiente de cobre tan grande como una tina estaba lleno o vacío. A ninguno de ellos se le ocurrió preguntar ni asomarse.
Así pues, todos estaban como la caldera de abultada panza: sobre ascuas.
Algunos hacían gala de una seguridad admirable. Esta actitud tenía la nefasta consecuencia de incrementar la ansiedad de los más aprensivos. Entre esos gallitos destacaba Roque, un mozalbete de la misma isla que Edu.
De cejas espesas y gesto desdeñoso, contemplaba los preparativos con indiferencia.
Gregor habló por fin. Dentro de la caldera había agua abisal obtenida por medios mágicos. Lógicamente, añadió, nadie podía descender a las profundidades oceánicas para aprovisionarse de esa agua negra y densa.
La marmita estaba a su mitad. Eso era suficiente para la prueba en la que se determinaba la verdadera naturaleza de los aspirantes a Maestros.
Un ayudante anunció: “El agua está a punto”.
Se oía un gorgoteo que hizo mella en el ánimo de los muchachos. Algunos palidecieron, otros apretaron las mandíbulas.
Gregor explicó que la prueba consistía en entrar en la caldera.
“Las aguas abisales hierven pero no queman”.
El Maestro llamó al primer aprendiz de cuyo rostro había desaparecido todo rastro de color. Un ayudante lo condujo al escabel al que debía subir para saltar al interior de la gigantesca vasija cuya base iluminaban siniestramente los carbones palpitantes.
El Taller de Calderería, como los estudiantes recordaron en ese momento, tenía por mal nombre “la Cocina de los Diablos”.
Si todo iba bien, el agua, como si se hubiese tragado un hueso que le cortaba la respiración, expulsaría al intruso a renglón seguido.
Pero si el candidato tenía más zonas oscuras que luminosas, el agua lo retendría. Sus sombras se entremezclarían con las tinieblas abismales, se reconocerían unas y otras confundiéndose en un infernal hermanamiento.
Qué cómodo se hace con el audio Antonio, escucho las hostias y parece una novela.
Feliz día!!
Me alegro de que te resulte cómodo. Ese es el objetivo: que el lector disfrute y se interese en esta novela. Que tengas una buena semana.
🌹🖐
Yo lo leo, soy de viejas costumbres, es que no me gusta que me lean.
Aunque sea un género distinto está tan bien escrito como todo lo tuyo.
Los audiolibros están muy de moda, por cierto.
Buena semana, Antonio.
He escuchado bastantes audiolibros. Si el lector tiene un buen timbre de voz y entona adecuadamente, es un placer. Así me adentré y recorrí por completo «En busca del tiempo perdido» que anteriormente había intentado leer.
Son dos maneras de abordar un texto que no se excluyen.
Gracias por la valoración que haces de este trabajo. Un abrazo.
Está muy bien eso del «agua abisal» 👍
Es un agua negra y densa. Unas tinieblas acuáticas. Que tengas un buen día.
Yo también prefiero leer, sobre todo, si está bien escrito, como este relato
Gracias, Mara. Yo soy un lector impenitente. Siempre traigo entre manos un libro o más. Saludos cordiales.