Lo embargó el pánico. Pensó que se había quedado ciego. Se tocó la cara con las manos. Se pasó los dedos por los ojos.
Un resplandor lejano lo tranquilizó. Una antorcha iluminaba un rincón perdido.
¿Dónde estaba? Al hacerse esta pregunta descubrió un murciélago que batía sus alas membranosas sin moverse del mismo sitio. Parecía suspendido en el espacio, como un ídolo que se ofrece a la adoración.
Cuando hubo captado totalmente la atención del muchacho, se dio media vuelta.
Edu lo siguió por una galería en la que se alternaban los tramos de oscuridad y los círculos de luz de las antorchas.
Por una escalera de caracol bajaron a una cámara que Edu reconoció, aunque nunca había estado allí.
La estancia tenía en el centro una alfombra carmesí sobre la que había alguien. Le pareció un títere descuajaringado, un muñeco de tamaño natural que, cansado de estar de rodillas, se había dejado caer y yacía boca abajo. Esa figura le resultó familiar.
El descenso no había acabado. El murciélago condujo a Edu a un subterráneo donde lo esperaba el Encapuchado en medio de cuerpos descabezados y de flotantes ojos de corneas amarillas.
Había también orejas que, con un ligero vaivén, se desplazaban de un lado a otro.
Al igual que le ocurriera con el heraldo, Edu sintió que se hallaba en presencia de una siniestra deidad.
Olía a estiércol, lo cual produjo náuseas al muchacho. La atmósfera enrarecida le desencadenó asimismo una intensa nostalgia y su mente se pobló de árboles, de arroyos, de nubes.
La querencia era tan fuerte que cerró los párpados.
Cuando los volvió a abrir, estaba tendido en el suelo de su habitación, como si se hubiese caído de la cama.
Me ha gustado mucho, tiene fantasía y también poesía. Estás llevando muy bien este nuevo género, (nuevo para mí como lectora tuya).
Gracias, Paloma. Siempre me ha atraído el género fantástico que ofrece una gran libertad narrativa, aunque eso puede ser también peligroso.
Reblogueó esto en sara33ia.
Gracias por rebloguear. Buen fin de semana.