Mi ansiedad era el combustible que la máquina utilizaba para lanzarse a esa carrera suicida.
La pesadilla se repetía como si quisiera transmitirme un mensaje.
Un mensaje que me era imposible de descifrar.
Cuando percibía el rugido de la máquina, me ponía rígido. Rezaba para que el tren se desviase y pasase de largo. Rezaba para que ese ruido in crescendo fuese una falsa alarma.
Raramente ocurría ni una cosa ni otra.
Una vez que el tren se precipitaba, su ascensión era imparable.

Archive for the ‘In illo tempore’ Category
In illo tempore (XXIV)
Posted in In illo tempore on septiembre 15, 2011| Leave a Comment »
In illo tempore (XXIII)
Posted in In illo tempore on septiembre 13, 2011| Leave a Comment »

Por las tardes no había miedo de que me interrumpiesen con cualquier pretexto. Durante esas horas gozaba de una inmunidad que me permitía entregarme sin trabas a la lectura o a dormitar apaciblemente. Encerrado en mi habitación, podía hacer lo que me placiera, incluso aburrirme.
Quizá la palabra felicidad no sea la más adecuada para designar el sentimiento que me embargaba durante ese paréntesis cotidiano, máxime cuando la transitoriedad de mi situación no se me escapaba.
Así pues, de tratarse de felicidad, sería una felicidad ficticia, basada en el sacrificio o en la ignorancia. Y no era así.
Ni torre de marfil ni cárcel de oro.
Era también lo bastante lúcido para no pasar por alto que, si mi estado se hacía permanente, quedaría atrapado en una ratonera.
El riesgo de sucumbir era real.
La recuperación, además, podía revestir formas engañosas. No ser más que un fenómeno de mimetismo o de adaptación forzosa. Una cuestión de supervivencia.
Si abolía la distancia hasta el extremo de carecer de perspectiva, entonces no me quedaría más elección que creer todo. En primer lugar, que estaba enfermo.
A medida que me adentraba en este laberinto, se me hacía evidente que me iba a ser necesario echar mano de un coraje y de unos recursos dudosos, si no quería perderme en sus múltiples pasadizos.
En vez de en un sillón, estaba sentado en un polvorín. Resultaba, cuando menos, improcedente hablar de felicidad en semejante coyuntura.
Sin embargo…
In illo tempore (XXII)
Posted in In illo tempore on septiembre 8, 2011| Leave a Comment »

Mi actitud se estaba convirtiendo en una fuente de malentendidos. Pero yo seguía sin dar importancia al revuelo que se había organizado. Ni siquiera me tomaba la molestia de intervenir cuando, en mi presencia, se abordaba el tema que traía de cabeza a la familia: yo, naturalmente.
La imagen de una persona apática e irritante se sobrepuso a cualquier otra.
Por otro lado, las reacciones que provocaban mis contadas manifestaciones verbales, eran desmesuradas. Ésta era otra razón para mantener la boca cerrada.
En una ocasión, ante su insistencia, dije que necesitaba tiempo. De inmediato me preguntaron para qué. Para pensar, respondí.
Pusieron tal cara que, ingenuamente, añadí: “Para ver más claro”.
En virtud de una regla diabólica, cualquier cosa que dijera se volvía contra mí. Mis palabras me traicionaban.
Puesto que no me representaban, las consideré espurias.
Me reafirmé en mi silencio que a los ojos de los demás pasaba por abulia.
Por desgracia, la cosa no quedó ahí.
Las pesadillas que de tarde en tarde me asaltaban, se hicieron más frecuentes durante ese invierno.
Nota.-En la entrada correspondiente a In illo tempore (I) puedes encontrar ordenadamente todos los fragmentos publicados hasta ahora.
In illo tempore (XXI)
Posted in In illo tempore, tagged el psicólogo, Jorge on septiembre 6, 2011| 2 Comments »

El psicólogo era un señor de cabeza oval y cara de empollón. Después de indicarme, con un movimiento de la mano, que me sentara en el sillón situado al otro lado de la mesa, justo en frente del suyo, me agasajó con lo que identifiqué con una sonrisa. A decir verdad, un leve estiramiento de labios.
Los primeros momentos de la entrevista los invertimos en estudiarnos mutuamente. Me chocó su aire de suficiencia. Sus gestos eran demasiado mesurados para ser naturales.
Según Jorge, era una eminencia en su oficio.
Tras anotar en un folio mis datos personales, me hizo dos o tres preguntas que nada tenían que ver con el objeto de mi visita, encaminadas, supongo, a crear un clima de confianza.
Con regularidad apoyaba el dedo índice de su mano izquierda en el puente de las gafas, que le resbalaban por la nariz, para colocarlas en su sitio. No tenía acento andaluz. Esto fue lo primero que dije por iniciativa propia.
Sonrió o estiró los labios y explicó que había nacido y estudiado en Madrid, pero llevaba viviendo en Sevilla mucho tiempo. De hecho, me aclaró, se consideraba más sevillano que madrileño.
Luego carraspeó y me comunicó que podía fumar si lo deseaba. Saqué mi paquete de cigarrillos y encendí uno. Él se cruzó de brazos.
Me había llegado el turno. No sabía por dónde empezar. Viendo mi apuro, al tiempo que encogía la nariz para evitar el deslizamiento de las gafas, aunque al final tuvo que recurrir al socorrido dedo índice, vino en mi ayuda: “Y bueno, ¿cuál es tu problema? ¿qué te pasa? Te escucho”.
Le dije que me negaba en redondo a proseguir mis estudios. “¿Y eso por qué?”. Me puse a hablar. De vez en cuando él hacía una anotación en el folio.
Así transcurrió la primera sesión. Amablemente, se puso en pie y me acompañó hasta la puerta de su despacho. Pude comprobar entonces lo bajo que era.
En el taxi, de vuelta a casa, me distraje contemplando los campos arados, que formaban un gigantesco damero ondulado.
In illo tempore (XX)
Posted in In illo tempore on agosto 29, 2011| Leave a Comment »

Estaba ansioso e ignoraba la causa. Salí a dar un paseo. Un largo paseo por las calles del pueblo.
Dentro de poco anochecería.
Cogí el método de solfeo, me lo puse bajo el brazo y eché a andar.
Andar me tranquiliza. Por lo general, es un recurso que da buenos resultados.
El cielo, por la parte de poniente, se había coloreado de rojo. Luego había una franja azul que se iba oscureciendo.
Me percaté de que estaba parado en mitad de la calle como un pasmarote, y de que varios ociosos recostados contra la pared de un bar todavía cerrado me observaban.
Enrollé el método Eslava, lo introduje en el bolsillo de mi chaquetón y proseguí mi camino.
Mi ansiedad, en contra de lo previsto, iba en aumento. Este pequeño incidente me alteró aún más.
¿Qué me ocurría? ¿Estaba verdaderamente enfermo?
Deseché al punto esa posibilidad.
Pasó la hora de la clase de solfeo y yo seguía recorriendo las calles del pueblo. Iba tan deprisa como si debiese gestionar un asunto que no admitía demora.
Otra vez volvió a asaltarme el pensamiento de que algo no funcionaba y otra vez volví a rechazarlo.
Me dije que estaba buscando algo, pero no sabía qué.
Por fin me detuve. Mi respiración se regularizó. Ante mí se extendía una calle en cuesta. Una farola iluminaba la hilera de casas de la derecha y la tapia de la izquierda. No había aceras.
Esa calle empinada tenía vida. En su mitad, una verde cascada salpicada de amarillo le confería ese don.
El silencio y el frío de la noche obraron los efectos de un sedante.
Debía regresar a casa.
Por encima de la tapia, la mimosa asomaba sus ramas verdes con borlas amarillas
In illo tempore (XIX)
Posted in In illo tempore, tagged el psicólogo, Jorge, mi madre, mi padre, Sevilla, taxi on agosto 26, 2011| Leave a Comment »

Dadas las circunstancias, pensaron en la conveniencia de que fuera a ver un psicólogo.
Jorge, como siempre, se las arregló para facilitar las cosas. También se encargó de escoger al especialista y de concertar la cita.
Tanta solicitud me hacía sentir incómodo. Por supuesto, iría a la consulta del psicólogo. No quería echar leña al fuego.
Lo que rechacé fue que alguien me acompañara. Les había asegurado que iría a ver a ese señor, que le contaría lo que hiciera falta, que no tenían por qué preocuparse.
Eran los primeros tiempos. Posteriormente su actitud evolucionaría hacia la indiferencia mezclada con la resignación. Incluso hacia una cierta tolerancia.
En el último momento mi madre se empeñó en venir conmigo. Pero eso no era lo que habíamos hablado.
Habíamos acordado que yo iría solo. No necesitaba ningún lazarillo que me guiase.
Jorge y mis padres dijeron que eso no era lo que ellos habían entendido.
Trataron de explicarse. Hilvanaron algunas frases que no llegué a oír porque me dio un ataque de risa.
Mi padre se tomó mi risa como un insulto. Es posible que mi reacción no viniese a cuento. Pero aquella farsa me resultaba tan cómica que no pude contenerme.
Mi madre estaba consternada. A sus ojos esa explosión de hilaridad era injustificada e irrespetuosa.
Al final propusieron una solución de compromiso: llamar a un taxi para que me llevase y me trajese de Sevilla.
Durante el viaje tuve que contenerme para no soltar nuevas carcajadas, de las que mi familia habría tenido puntual información a través de taxista.
In illo tempore (XVIII)
Posted in In illo tempore on agosto 25, 2011| Leave a Comment »

Desde una región que sólo conoce la oscuridad. Espesa. Asfixiante. Desde esa hondura. Desde ese sustrato.
Desde ese lugar sin fronteras, cuyo nombre es caos. Desde ese agujero que está en mí y en el Universo.
Desde el fondo de ese pozo insondable se deja oír un ruido de vagonetas. Un chirrido metálico de rieles bajo la presión de unas ruedas que empiezan a girar.
Todo está tan negro que es imposible identificar nada. El único sentido que sirve de algo es el oído. Una interminable fila de vagonetas que asciende a toda velocidad.
Pocos segundos me bastan para comprender.
Ese ruido de hierro no procede de una máquina que ha arrancado en ese momento.
Ese estrépito lejano se debe a la distancia que nos separa. Distancia que se va acortando vertiginosamente.
In illo tempore (XVII)
Posted in In illo tempore on agosto 18, 2011| Leave a Comment »

Cierta mañana, en un autobús atestado de trabajadores y algunos estudiantes, con la atmósfera sobrecargada por el humo de los cigarrillos. Un autobús traqueteante con los cristales empañados por el vaho de tantas respiraciones. Una desabrida mañana de invierno en la que los viajeros recorrían las calles como sonámbulos. Con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, de la cazadora o del abrigo. Sin ganas de hablar. Esperando la salida. Hasta que llegaba el autobús y nos precipitábamos dentro. Allí se estaba calentito. Incluso cambiaba el humor. Se gastaba bromas, se gritaba. Aún no había amanecido. Las mortecinas luces del autobús daban a los rostros un tinte cadavérico. Como si estuviésemos enfermos. El autobús arrancaba. A veces un murmullo constante reinaba durante todo el trayecto. Cierta mañana tan semejante a otras. El cobrador se desliza por el pasillo con su cartera colgada del hombro. La gente fuma, tose. Alguien entreabre una ventanilla que cierra inmediatamente hostigado por las protestas de los viajeros, a los que una ráfaga de aire helado saca de su agradable modorra.
¿Qué mañana cuando todas eran iguales? ¿Tal día que subimos empujándonos porque no había asientos para todos y los últimos tendrían que ir de pie? ¿Tal otro en que descubrimos una cara nueva o preguntamos extrañados por qué se retrasaba fulano, que acostumbraba a llegar el primero?
Veo mi imagen borrosa en los cristales cubiertos de vapor, que limpio con una manga de mi abrigo. En ese autobús repleto de trabajadores y algunos estudiantes. Cierta mañana.
In illo tempore (XVI)
Posted in In illo tempore, tagged Jorge on agosto 16, 2011| Leave a Comment »

No tenía nada que decir. Nada me atraía hasta el punto de hacer que cambiara de actitud. Asi que callaba y no me oponía a las ocurrencias de unos y otros.
Era más fácil asentir (bastaba un simple movimiento de cabeza) que tratar de convencer a mi padre, a Jorge o al amigo de turno que hubiesen sobornado para que hablase conmigo, de que al mayor servicio que podían prestarme era no inmiscuirse en mi vida.
Aunque no lo sospechasen, yo era consciente del peligro que corría. Un peligro en cuyo menosprecio encontraba una forma espuria de placer.
No había en mí ningún sentimiento de orgullo o soberbia. Ningún destello luciferino. Ello hubiese implicado un espíritu de lucha del que carecía.
Iba quemando mis naves una a una. Mejor dicho, miraba cómo ardían sin mover un solo dedo.
O tal vez iba soltando las amarras que me unían a un puerto resguardado de los huracanes y las tempestades.
Si persistía, el barco sería pronto un punto en la raya del horizonte. Un juguete de las corrientes marinas que lo arrojarían desarbolado en cualquier playa sin nombre.
El peligro a que me enfrentaba era de signo distinto al que ellos imaginaban.
Para poner en pie este embrollo necesitaba tiempo.
Así que haría lo que me mandasen con tal de que me dejasen tranquilo.
In illo tempore (XV)
Posted in In illo tempore on agosto 4, 2011| Leave a Comment »

Un verso provocó la hecatombe. Su eco resonó por encima de las aguas del río, chocó contra el puente, cruzado a esa hora por peatones apresurados y raudos vehículos, rebotó en un embarcadero situado en la orilla opuesta, alrededor del cual crecían plantas acuáticas y flotaban peces muertos, y regresó extenuado, apestando a cieno y a podredumbre, a gasolina y a humanidad.
Dejé de leer. La ciudad en torno mío aceleraba su ritmo. Rugía como una moto subiendo una cuesta.
Me levanté del banco donde estaba sentado y di algunos pasos.
Permanecí en el parque hasta la noche, sin sentir el frío ni la humedad, aplicándome tenazmente a soñar, con los ojos puestos en los álamos.
Rehíce, reinventé, retoqué, remodelé…me agoté en un esfuerzo inútil
De pronto reparé en una persona medio oculta entre los arbustos.
Me había sentado de nuevo en un banco. Esa otra persona y yo nos hallábamos en una franja de sombra. El globo de cristal y la bombilla de la farola más cercana habían sido rotos de una pedrada.
No le pasó desapercibido que me había percatado de su presencia. Por mi parte, tuve la impresión de que me sonreía.
Me puse en pie. También la otra persona se movió, quedando parcialmente iluminada. Era un hombre con un cigarrillo sin encender en la mano.
Fue a decir algo. A pedirme fuego, supongo. Pero antes de que despegara los labios, eché a andar en dirección a la salida del parque.