Los deseos nacieron como espadas,
como leones rampantes,
como serpientes emplumadas.
En el tiempo de la infancia subyugaron.
En los claroscuros de la adolescencia
culto se les rindió.
Al calor de sus húmedos costados
a andar echamos por las sendas del planeta.
En endechas torcidas cantamos
el acre olor de su aliento.
Y en mitad del torbellino especular
de sus fuegos
la soledad del ciprés conocimos.

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