“Pues bien, aquí, en Sevilla, hay unas tijeras de plata. Es uno de los pocos lugares del planeta que goza de ese privilegio, porque desde luego lo es”.
Lorenzo se había olvidado del desayuno y era todo oídos. Su número de pulsaciones había aumentado.
“¿Tú las ha visto?” “No, pero quien me ha comunicado su existencia sí, y es una persona de confianza cuya palabra no pongo en duda”.
Tras una pausa de marcado tono teatral añadió: “E incluso las ha utilizado” “¿Para qué?” “No para cortarse las uñas ni para recortar papel y hacer figuritas…”.
“Kirigami se llama eso” “¡Qué enterada estás!” “En una ocasión hice un curso de kirigami y origami, que es el arte de plegar papel”.
Consciente del efecto que iba a producir en su amiga, la mujer declaró: “Sirven para cortar los malos recuerdos”. Y a continuación se llevó un trozo de tarta de manzana a la boca. La otra entreabrió la suya en un gesto de difícil identificación.
“Lo creas o no, se emplean para eliminar esas imágenes que quedan flotando en la memoria como maderos podridos a la deriva, los cuales de vez en cuando chocan con el barco. Aunque no hay peligro de naufragio, esos encontronazos producen desasosiego.
“Las tijeras de plata cortan los episodios, las conversaciones, las bufonadas que uno quisiera que no hubiesen ocurrido.
“Todas tenemos historias a las que daríamos un tijeretazo de buena gana, y quedaríamos como nuevas ¿o no?” “Por supuesto”.
“Aquí no se trata de asumir ni integrar o cualquiera de esas monsergas psicológicas al uso. Se trata de cortar por lo sano. De desprendernos de lo que nos incomoda. De escamondarnos. Fuera churretes incrustados en la piel. A la basura los harapos. ¿No te parece algo maravilloso?”.
A Lorenzo se lo parecía. A la amiga de la señora también, según dijo.
“No hay que esperar a que el Alzheimer o un accidente cerebral nos permitan disfrutar de ese deseado olvido. No hay que esperar a que la memoria empiece a flaquear para no sufrir las embestidas de esos tarugos flotantes. ¿No es el objetivo vivir plenamente?”.

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