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Posts Tagged ‘las tinieblas’

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Poco después la cogieron entre los dos y la colocaron de forma que pudiera respirar cómodamente. Pero Carmelina no volvió en sí y Luisa empezó a sollozar.

“Tranquilízate” le dijo Pedrote. “¿Qué vas a hacer?” pregunté. “Voy a tomarle el pulso”. Pasados varios minutos, Pedrote anunció: “No se lo encuentro”.

El llanto de Luisa, hasta entonces contenido, se disparó. “Prueba en las sienes o en el cuello” apunté. Pedrote se puso a palpar de nuevo y al cabo exclamó: “¡Ya lo tengo! Me parece que sí…”

“¿Estás seguro?” “Lo he perdido, ¡mecachis! Un momento…un momento. ¡Ya lo tengo de nuevo! Los latidos son débiles” “¡Ay, Dios mío! Debe de haber sufrido un colapso” se lamentó Luisa, “habría que hacerle la respiración artificial”.

“Tú sabes hacerla” le dije. “Sí, pero desde que era monitora de natación no practico» “Tienes que intentarlo” terció Pedrote.

“No sé si podré. Ayúdame a tenderla” “No tenemos sitio” “Cógela por las axilas” “¡Cómo pesa!” “¡Qué torpe eres! Acuéstala sobre los dos” “No cabe” “Sí, un poco ladeada”.

Al fin consiguieron colocarla en la posición que Luisa había indicado.

Las tinieblas raleaban. La mole fuliginosa se dividía y subdividía dejando espacios vacíos por los que circulaba el aire frío de la madrugada. Esas bolsas de oxígeno nos permitían respirar sin dificultad y alimentar la esperanza de una pronta salida.

La oscuridad se ramificaba adoptando la forma de una red gigantesca. O se alargaba y adelgazaba en infinidad de lianas que se entrelazaban formando una lúgubre selva tropical. A continuación se descompuso en cientos de torpedos inmóviles que, por suerte, no explotaban cuando el coche chocaba con ellos.

A estas transformaciones sucedieron otras: un bosque de columnas que se estrechaban y luego se abrían en abanico, una legión de medusas de incontables tentáculos, tulipanes, cálices, discos, animalejos de patas minúsculas y trompas descomunales, haces de flechas que se desparramaban anárquicamente, entorchados…

Estaba tan distraído que no oí la llamada de Luisa. “¡Querido! ¿Qué te pasa?” “¿Qué me pasa?” “Sí, te estoy hablando y no me haces caso. ¿Estás bien?” “Claro que estoy bien” “Entonces ¿por qué no respondes?” “¿No habéis visto nada?”.

“¿A qué te refieres?” preguntó Pedrote. “¿No habéis visto nada?” “¡Qué pesado te pones!” exclamó Luisa y añadió: “Nosotros tratando de reanimar a Carmelina y tú teniendo visiones. Luego soy yo quien tiene la fama”.

“Las tinieblas se están disipando” repliqué “¿Ya se ha repuesto Carmelina?” “Por fin te acuerdas de ella” “Se podía haber muerto y él ni siquiera se habría enterado” bromeó Pedrote.

La doliente estaba sentada de nuevo entre los dos, que la sujetaban para mantenerla derecha.

“¿Estás mejor?” le pregunté. Carmelina hizo un leve gesto afirmativo mientras Luisa le alisaba el pelo.

 

 

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El capitán Marlow, que es el narrador, protagonista y privilegiado testigo, refiere los hechos a un grupo de atentos oyentes, que incluye a los ausentes lectores, formado por unos amigos sentados en la cubierta de un bergantín, en el estuario del Támesis.

Mientras esperan el cambio de la marea para proseguir la navegación, Marlow rememora la aventura vivida en el África profunda.

Con estilo denso y fluido, el narrador desgrana las peripecias de su viaje por un caudaloso río (en 1890 Joseph Conrad remontó el Congo) hasta llegar a una estación comercial en plena selva a cuyo cargo se encuentra Kurtz, el antagonista.

Comprando, cambiando, engañando, Kurtz se dedica a recoger todo el marfil de su zona de influencia. De hecho, Kurtz ha ido mucho más lejos convirtiéndose en un reyezuelo que ejerce un poder absoluto sobre las tribus de la región. El coronel Kurtz de “Apocalyse now”, que se llama igual en homenaje al personaje de Joseph Conrad, es su versión cinematográfica realizada por Francis Ford Coppola.

En el libro, como suele ser el caso en los relatos del autor polaco – británico, se aborda un conflicto interior de gran envergadura.

Kurtz, en el corazón de las tinieblas, ha sido ganado por ellas. Es un hombre de dotes extraordinarias como extraordinarias son también su vanidad y su soberbia. Es un hombre fuera de lo común llamado a ejecutar importantes obras, pero sus empresas, a la postre, quedan todas en agua de borrajas.

Tiene facultades para la pintura, la literatura, la política, el periodismo pero no es ni pintor ni escritor ni político ni periodista. Sólo se puede afirmar de él que se ha convertido en un sátrapa al que obedecen ciegamente los indígenas.

Marlow sufre la fascinación que irradia ese personaje. Bien es verdad que sus compañeros de viaje son tan mezquinos y vulgares que resulta imposible congeniar con ellos.

El rescate de Kurtz se lleva a cabo porque está muy enfermo. Contra su voluntad va a ser devuelto a la civilización. Pero por el camino muere. Marlow es el encargado de guardar sus papeles y administrar su memoria.

Es la novia de Kurtz, que vive en la inopia, la última persona con la que Marlow se entrevista. Se despide contándole una mentira para proteger la acaramelada imagen que de su prometido conserva la mujer.

La muerte de Kurtz

“No he visto nunca nada semejante al cambio que se operó en sus rasgos, y espero no volver a verlo. No es que me conmoviera. Estaba fascinado. Era como si se hubiera rasgado un velo. Vi sobre ese rostro de marfil la expresión de sombrío orgullo, de implacable poder, de pavoroso terror…, de una intensa e irredimible desesperación. ¿Volvía a vivir su vida, cada deseo, tentación y entrega, durante ese momento supremo de total lucidez? Gritó en un susurro a alguna imagen, a alguna visión, gritó dos veces, un grito que no era más que un suspiro: “¡Ah, el horror! ¡El horror!” Apagué de un soplo la vela y salí de la cabina”.

La reflexión de Marlow

“[…] Afirmo que Kurtz era un hombre notable. […] Desde el momento en que yo mismo me asomé al borde, comprendí mejor el sentido de su mirada, que no podía ver la llama de la vela, pero que era lo bastante amplia para abrazar el universo entero, lo bastante penetrante para introducirse en todos los corazones que laten en la oscuridad. Había resumido, había juzgado. “¡El horror!”[…] No es mi propia agonía lo que recuerdo mejor […] Es su agonía lo que me parece haber vivido. Cierto que él había dado el último paso, había traspuesto el borde, mientras que a mí me había sido permitido volver sobre mis pasos”.

Traducción: Sergio Pitol

 

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