Mabel era gordita, de cara ancha y maneras más que desenvueltas. A Mabel le costaba la misma vida estar con la boca cerrada.
Aparentando más seguridad de la que tenía, subió al plató y expuso su propia intimidad a los oídos de los espectadores, algunos de los cuales se sintieron incómodos. Otros se violentaron y experimentaron un visible rechazo.
La mayoría, sin embargo, optó por mantenerse a la altura de las circunstancias, aceptando con una sonrisa de aquiescencia la divulgación de materias recónditas y experiencias iniciáticas, encajando deportivamente esa provocación.
Mabel contó, aturrullándose a veces, sus visitas a claustros, criptas y pórticos. Habló de los escenarios de sus pasiones como quien enumera los ingredientes de una receta de cocina.
Todos hemos peregrinado a lugares sagrados. Todos nos hemos postrado en algún adoratorio. Y hemos mitificado o desmitificado buscando la felicidad. Todos nos hemos adentrado en una cueva o hemos buscado el cobijo de una frondosa encina. Y hemos repetido: “No soy más que un extranjero”.
En la cara de Pedro y Lucía se pintó un profundo desagrado. Ellos y otros asistentes más discretos que no dejaban traslucir sus sentimientos, estaban cansados de asumir el papel de comparsas que legitimaban con su presencia esos espectáculos vulgares.
Los misterios son ríos subterráneos que discurren calladamente. La intimidad no es una mercancía que se pregona en la plaza. Las catacumbas no son discotecas sino lugares de culto y enterramiento.
Los misterios no sobreviven a la luz de los neones ni a los aplausos del público. Sucumben cuando aparecen en los programas de televisión. Se desvirtúan cuando andan de boca en boca.
La desdichada Mabel, cada vez más gesticuladora y parlanchina, cada vez más convencida de ser una mensajera de los tiempos actuales, se explayó.
Pero el mundo se estaba empobreciendo. Así lo sentían Pedro, Lucía y algunos más.
Los misterios, como tabernáculos profanados, no ofrecían refugio a las transmutaciones y a los renacimientos. Se habían diluido y vaciado. Eran huevos hueros.
Las ceremonias secretas y las verdades ocultas habían sido rebajadas a la categoría de quincalla.
Ese sustrato nutricio y esa necesidad de penumbra esenciales para la germinación, el desarrollo y el florecimiento se vendían en sacos de variados colores, dependiendo de la proporción de sus componentes, en los supermercados, sección bricolaje.
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