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Posts Tagged ‘Arturo’

Una tarde de lluvia
Solían reunirse los fines de semana en una cervecería del Arenal. Cuando la charla languidecía, miraban los carteles de toros que decoraban las paredes.
Últimamente agotaban pronto los temas de conversación de forma que quedaban silenciosos, como hipnotizados por las imágenes taurinas.
Ni siquiera Leonardo, pese a su buena voluntad y a su verbo fluido, lograba reanimar la tertulia con sus bromas. Sólo Julia le seguía el juego sin demasiada convicción.
Cuando llegaban a este punto muerto, cada cual se abstraía en sus pensamientos. Sólo abrían la boca para llamar al camarero y pedir otra ronda.
Esta situación arrancaba del día en que Leonardo comunicó a sus amigos que la empresa donde trabajaba iba a realizar una reducción de plantilla, siendo la otra alternativa declararse en quiebra y cerrar.
Él tenía un contrato temporal, por lo que sería uno de los primeros que despidiesen. Si se quedaba sin trabajo, tendría que dejar sus estudios de ingeniería electrónica, reanudados recientemente, y regresar al pueblo.
Arturo y Ricardo le habían ofrecido su casa. Incluso Julia hizo otro tanto. Su piso tenía, además, la ventaja de estar situado cerca de la Escuela de Ingenieros. Y el inconveniente, como ella misma señaló, de que sus padres vivían con ella. O más bien lo contrario. “Y eso es un rollo” concluyó.

-o-

Un lluvioso sábado de noviembre Julia exclamó: “¡Esto pasa de castaño oscuro! Estamos amuermados”.
Como ninguno de sus amigos se hiciera eco de sus palabras, Julia los siguió pinchando: “Antes hablábamos. Ahora parece que estamos metidos en una pecera, desde donde miramos el mundo rumiando nuestras neuras”.
La chica cogió el bolso, que tenía colgado en el espaldar de la silla, e hizo amago de levantarse.
“¿Adónde vas con este aguacero?” preguntó Arturo. “Y sin paraguas” añadió Leonardo. “Me da igual mojarme” “Te comprendo” dijo Leonardo.
“Si quieres” sugirió Ricardo, “para divertirnos un poco, podemos hacer un balance de nuestras apasionantes vidas”.
“Lo que pasa es que no tenéis imaginación ni ganas de vivir” “Juro que me temía ese diagnóstico” declaró Arturo.
Antes de que la joven, cuyos ojos chispeaban, tuviese tiempo de replicar, Leonardo intervino: “Podemos hacer un ejercicio imaginativo y planear…no sé…un robo a un banco. No un asalto a mano armada, sino un golpe ejecutado con limpieza” “Un trabajo de profesionales hecho por aficionados” precisó Ricardo.
“¿Bromeáis?” preguntó Arturo. “¿Pues no ves que sí?” dijo Julia colgando de nuevo el bolso, “éstos no son capaces de desvalijar ni un kiosco”.
“Un kiosco por supuesto que no” convino Leonardo. “No nos desviemos del tema. Estamos hablando de resolver definitivamente nuestra situación económica” dijo Ricardo.
Y añadió: “Tengo los planos de la sucursal donde estuve trabajando hace dos años”.
“¿Va en serio?” preguntó Julia. “Son necesarias cuatro personas” explicó Ricardo. “¿No es así, Leonardo?”
“Así es, según el plan que apenas esbozamos” “Es verdad que el asunto quedó en el aire. Quizás ha llegado el momento de retomarlo y entrar en detalles” “¿Pero va en serio?” insistió Julia.

 

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En el bar donde recalábamos para tomar una copa, pegábamos la hebra con Arturo, un parroquiano que solía hojear el periódico distraídamente mientras paladeaba su vermut. Pensábamos que no era andaluz, tal vez por su acento neutro y su circunspección.
Tras ser interrogado al respecto por mi amiga Lucía, nos aclaró que sí lo era.
“Mi familia materna está asentada en esta región desde siempre. No así la paterna que vino de fuera. Mi abuela era asturiana y mi abuelo zamorano.
Como estaba comunicativo, siguió contándonos que fueron su abuela paterna y la hermana soltera de ésta quienes crearon el patrimonio familiar.
Cuando llegaron a Sevilla, se dedicaron al servicio doméstico. Trabajaron duro y, como ambas eran emprendedoras, primero alquilaron tierras de labor donde pusieron a trabajar al marido y a los hijos, y luego las compraron, de forma que a la vuelta de unos años eran dueñas o arrendatarias de varias fincas rústicas y urbanas en un pueblo de la provincia.
Arturo nos explicó que la primera generación acumula la riqueza con su sudor y su empeño. La segunda la mantiene. A la tercera, que era la suya, le corresponde la irresponsabilidad de dilapidar los bienes.
La tercera generación se despreocupa y malbarata. Y no es raro que acabe viéndose, como suele decirse, con una mano delante y otra detrás.
Los primeros hacen un gran esfuerzo. Los segundos, conocedores y beneficiarios de ese sacrificio, conservan lo recibido. Los terceros se limitan a vivir del cuento.
La cuarta generación es puesta a prueba y tiene que empezar de nuevo.
“La de tus hijos” apuntó Lucía. “Yo no tengo hijos” repuso Arturo.

 

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