En nuestro trabajo hay mucho papeleo y reuniones inútiles que se multiplican en determinadas épocas del año, acaparando nuestro tiempo y nuestra energía. Esta fue la razón de que una de mis compañeras, haciendo un gesto de desánimo, exclamase: “Estoy agotada. No sé si voy a tener fuerzas para llegar al final de la semana”.
La que ocupaba el asiento del copiloto se volvió y le dijo: “Pues lo que tienes que hacer es darte un homenaje”.
A pesar de no ser muy expresiva, la primera que habló puso una inconfundible cara de no haber entendido. “¿Un homenaje?” repitió como un eco.
Era evidente que estaba pensando en un acto de reconocimiento a Lola Flores, a Juanito Valderrama, a la Legión, al Real Betis Balompié o a cualquier capitoste de la bien nutrida nómina con que cuenta nuestra sociedad.
La otra confirmó el veredicto: “Un homenaje, sí, un homenaje”.
Como la primera, desconcertada, se volviera hacia mí y se me quedara mirando, le expliqué: “Eso es lo que hacen los yonquis cuando quieren disfrutar a tope. Se encierran en su casa varios días y se ponen de droga hasta las orejas”.
“No querrás tú que yo haga tal cosa” “No estoy diciendo que te des un chute de heroína sino un capricho. ¿Qué es lo que te gusta más?” “El café” “Pues ve a una tienda especializada que hay en el Arenal y compra Blue Mountain” “¿Y eso qué es?” “El mejor café del mundo. Y el más caro, por supuesto” “¿Cuánto cuesta?” “No estoy segura, pero un puñado así –dijo mostrando la palma de la mano ahuecada- te puede salir por veinte euros” “Qué disparate. Me voy a tener que gastar una fortuna porque con eso no tengo ni para empezar. Yo me llevo bebiendo café todo el día. Por la mañana me tomo por lo menos tres tazas. Después del almuerzo otra. A media tarde una o dos más”.
“Pero tú puedes permitírtelo. No estás casada, no tienes hijos. Tienes tu piso libre de hipoteca, una casa en el pueblo” “Y también tengo a mi madre que está achacosa” “Pero tu madre tiene su viudedad. Vosotras tenéis una posición muy desahogada” “Eso es lo que tú crees” replicó la primera un tanto mosqueada. “Vamos a ver: ¿qué gastos tienes tú?” “Y a ti qué te importan los gastos que yo tengo”.
Tras este rifirrafe dialéctico el silencio se instaló en el coche. Por primera vez en mucho tiempo tuvimos un viaje apacible.
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