Cruzando el salón, emergieron con nitidez algunos retazos de la pesadilla, escenas concretas de mi lucha a brazo partido con el gatazo que, aunque no lo es, aparecía de color negro.
Fue él quien me atacó. Yo me defendí. Y el resultado fue que nos enzarzamos en una pelea sin cuartel en la que yo llevaba las de perder, como se puso de manifiesto al cabo de unos minutos.
Cuando el gato me tiró por los aires como si yo fuera un muñeco con el que estaba jugando, no me cupo duda de que mi suerte estaba echada. Caí al suelo y me puse en pie lo más rápido que pude.
Ahora los dos estábamos frente a frente, mirándonos sin pestañear. Ronroneó como él sabía hacerlo y avanzó una garra con las uñas fuera.
Era tan alto como yo y no tenía pelos. De hecho, su cara era humana. Y la garra que tenía extendida hacia mí era una mano. Se había convertido en mi doble.
Me percaté con horror que ese gato era yo mismo. Su mirada era sombría, sus rasgos angulosos, su piel cetrina.
Esa visión se me hizo insoportable y fue entonces cuando desperté en un deplorable estado anímico.
Por supuesto, no pensaba consentir que mi mujer comprase un gato. No había sitio en la casa para los tres. Si él entraba, yo salía. Así de claro iba a decírselo.
Tampoco pensaba pasar nunca más por delante del jardín del “skinhead”, lo cual me obligaría a dar un rodeo, pero no me importaba.
Esa noche nefasta me tenía reservada una última sorpresa. Me acerqué al frigorífico y cogí el tetrabrik de leche. Llené un vaso y lo calenté en el microondas. Se me antojaron unas galletas.
Fui a cogerlas al armario. ¿Cómo iba a prever que al abrir la puerta me llevaría uno de los mayores sustos de mi vida?
En la parte inferior, en una cesta acolchada, había un gatito de color canela sentado sobre sus cuartos traseros. Más tieso que un ajo, hierático, dueño de sí mismo, con largos y sensitivos bigotes, con caninos que parecían puñales en miniatura, con ojos fosforescentes, el minino tenía un aspecto tan fiero que, suavecito, cerré la puerta del armario como si aquí no hubiese pasado nada.

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