XIV
En primer lugar pasó la pierna derecha por encima del hierro transversal que, circunvalando la columna, recorría toda la verja. Espernancado como estaba, tuvo ocasión de verificar un detalle que, si no hubiese sido por su obnubilación, lo habría hecho desistir: su vientre protuberante encajaba a duras penas en la estrecha abertura.
El niño giró la cabeza y la puso en paralelo con la columna y el barrote. Luego la acercó lentamente ajustándola por ambos lados. Su respiración era entrecortada y estaba sudando. Con los dientes apretados, se dispuso a hacer el esfuerzo definitivo.
Una gran aclamación le confirmó que lo había conseguido. Tragó saliva y abrió los ojos que involuntariamente había cerrado. La cabeza estaba dentro. Ayudándose con las manos trató de pasar el resto del cuerpo, pero estaba encajonado de tal forma que tuvo que desistir.
Varios niños reaccionaron y se pusieron a tirar de él. Pero, con su mejor voluntad, sólo lograron arrancar quejidos y protestas a la víctima.
Dos chavales se colaron con una facilidad asombrosa. Ellos desde dentro y otros desde fuera se aplicaron a la tarea de devolver la libertad al pobre incauto, cuya cabeza había entrado pero que ahora no salía.
Los niños empezaron a intranquilizarse al comprobar que, ni siquiera sumando sus fuerzas, eran capaces de sacar del atolladero al zangolotino que se había puesto de todos los colores, y que, conteniendo las ganas de llorar, escuchaba la discusión sobre posibles soluciones en que se habían enzarzado sus compañeros, la cual llevaba trazas de eternizarse.
Algunos, a la chita callando, escurrieron el bulto atemorizados por el feo cariz que estaba tomando ese asunto.

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Abrazo enorme, amigo, y gracias por regalarnos esta enorme lectura. Relato magistral desde su parte (I).
Gracias a ti, Ernesto, por tus gratificantes palabras, por tu generosidad, por, aunque no nos conocenos personalmente pero lo digo sin temor a equivocarme, tu extraordinaria calidad humana. Un abrazo fraternal.
Otro fuerte y afectuoso abrazo, amigo.