A media tarde, cuando salimos de Sevilla, lloviznaba apenas. Una ráfaga de chispas de agua dejaba un discreto rastro en los cristales. No hacía falta siquiera accionar el limpiaparabrisas. Llevaba encapotado todo el día. La tormenta se estaba reservando para la noche. Este sirimiri era la inocente avanzadilla. Elena rezongaba. “¡Qué mala pata!” “Con el buen tiempo que hemos tenido hasta ayer” “Por lo menos que espere hasta que lleguemos”.
Elena conoce el arte de irritar al prójimo. Si se la ignora o, para salir del paso, se le da la razón como a los locos, se las arregla para incomodar a los culpables. Esta vez se portó bien y no se excedió dando la vara.
La noche se nos echó encima cerca de Orozuz, adonde para mi gusto llegamos demasiado pronto. El hecho de no ser los primeros no me hizo cambiar de opinión. Se trataba de una cena, no de una merienda. Reme y Elena me recordaron que podíamos aparecer cuando quisiésemos. Aun así, consideraba que tanta premura no estaba justificada. Esta cuestión suscitó una pequeña disputa.
Era finales de otoño. Hacía el tiempo propio de esa época del año. ¿Qué esperaban Elena y los otros invitados? ¿Que soplase una brisa primaveral que permitiera abrir los ventanales del salón? Casi todos manifestaron una pueril decepción. Se habían hecho tantas ilusiones. Procuré no ponerme crítico y sonreír.
La finca estaba en pleno monte. Para llegar a ella había que dejar la carretera y coger un camino en buen estado. Los dueños de Orozuz y los de las otras propiedades colindantes se encargaban de su conservación. Aunque el camino se estrechaba en algunos tramos, los coches circulaban con desahogo. Sólo había un inconveniente que ponía a prueba los nervios de sus usuarios.
En esa hora equívoca del anochecer, tras haber contemplado el campo reverdecido, las choperas vestidas con retazos de hojas amarillentas, los arroyos corriendo y las encinas multiplicándose a medida que nos adentrábamos en la sierra, en esa hora, en que por un feliz azar guardábamos silencio, tuve un presentimiento que más tarde cobraría cuerpo.
La visión de las ramas casi desnudas de álamos y fresnos desencadenó una sensación agridulce, e hizo aflorar un profundo deseo. Las hojas, pudriéndose y transformándose en humus, descansaban al pie de los árboles. Esa materia vegetal regresaba al seno de la tierra, de donde renacería hecha savia y sembraría de brotes tiernos los esqueletos leñosos en primavera.
Bajé el cristal lo justo para aspirar el olor a tierra mojada y plantas montaraces. Pero, obligado por las protestas de Elena que tenía frío, tuve que subirlo enseguida.

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El tan cotidiano contraste entre la vida estresada de la vida citadina moderna y la tranquilidad y paz de la sabia madre naturaleza. Es cuestión de determinarse por uno u otro camino y aferrarse a él, pase lo que pase. La vida es la que va de por medio.
Esa descripción del paisaje y del ambiente es un exquisito poema bucólido, mi querido maestro. Siempre, siempre, en ese tu estilo lleno de elegancia precisa y de profunda reflexión disfrazada de sencillez verbal.
Gracias, querido frater, por regalarnos tus líneas. Sabes que te abrazobeso con harto afecto, amigo querido.
Maravilloso surcar de caminos así como de esta extraordinaria narrativa tuya Antonio, nos ha llevado por el sendero desde abajo hacia arriba, leyendo y leyendo, paso a paso…suave sensación la que deja tu texto con un cierto toque de misterio no es exactamente el toque de Jane Eyre pero algo tiene parecido. ¡ Vaya, vaya con Elena!, que le vamos a hacer si es muy real su comportamiento. Me encanta tu narrativa tan amena.
Una de mis pretensiones como escritor es que mis personajes, a poder ser todos, tengan profundidad, no sean planos. Un punto de referencia es ese gran fresco histórico que es Guerra y Paz, por donde desfilan cientos de hombres y mujeres tratados individualmente). No siempre se consigue ese objetivo. Pero quizás por ese empeño, el personaje de Elena te parece «muy real en su comportamiento».
Gracias por el juicio que te merece mi narrativa.
El regreso y el camino…¿ pero qué regreso y qué camino? y ¿ a dónde regresamos y por dónde transitar…a dónde el corazón nos lleve, quizás un cierto aire amablemente misterioso nos empuja…sin saber cómo ni el porqué…¡dichoso apetitoso destino que nos marca la ruta sin nosotros poder escribir una sola línea por nuestra propia cuenta o benéfico destino…!
Hay caminos de ida y caminos de vuelta. A lo mejor es el mismo camino que una vez se anda y luego se desanda. Nos vamos pero acabamos regresando. Pensamos que la vida, la felicidad, están fuera,pero descubrimos que están dentro.
A veces nuestros corazones, son el centro de la diana dónde el destino se encarga de disparar antojadizamente sus flechas.
Creo que se trata de un aprendizaje, a menudo duro. No hay duda de que el corazón es una diana donde la vida y el destino («Vida y destino» es un libro que tengo pendiente de leer: http://es.wikipedia.org/wiki/Vida_y_destino ) clavan sus flechas y lo hacen sangrar.
Fuera de los inconvenientes que supone lidiar con desacuerdos, actitudes displcentes o la incontrolable condición metereológica, este texto lo he disfrutado en particular por los detalles de una travesia serrana que deja sensaciones plenas al absorber realmente la belleza del entorno al punto de arribar a la admiración por la transformación y el orden de todos los elementos que contribuyen a que los ecosistemas sean nuestro complemento perfecto.
En la penúltima frase, donde una sensación agridulce y un deseo profundo nacen, se puede entender que proviene de ver como la naturaleza se renueva periodicamente y no es tan efímera como el ser humano.
Me pareció haber visto en tu blog que tienes un libro publicado eue lleva por título Sierra. Estoy en lo cierto ?
Saludos cordiales.
Pues la travesía serrana continúa hasta la llegada a la finca adonde van los personajes, que está situada en pleno monte. En este sentido, el relato es bastante descriptivo. O quizá sería más exacto decir que la naturaleza ocupa un lugar importante en la dinámica narrativa, o un papel protagonista.
Tu interpretación de la penúltima frase es correcta. En la naturaleza se muere para renacer. La vida y la muerte son la cara y la cruz de la misma moneda. Una procede o precede a la otra. Para volver a nacer hay que morir. Para renovarse, para que surjan nuevos brotes, el árbol debe despojarse de sus hojas y quedar desnudo. Sólo entonces se producirá el milagro.
Mi segunda novela, titulada «Exitus», cuenta la excursión por la sierra de cinco amigos y un perro. Te dejo el enlace:
Saludos cordiales.
No puedo estar más de acuerdo. Esperaré entonces la continuación de este relato.
Muchas gracias por el enlace. Estoy seguro que cuando lo lea con detenimiento cautivará mis sentidos.
Hasta la próxima.
Excelente. Me gusta el contenido y la forma. Los tiempos. Esto es uno de tus escritos que me parece de calidad superior y no sé si lo puedo explicar: atrapa, fluye, hace pensar y ver todo el cuadro. Huele a tierra mojada y personas complicadas pero con fondo de humus.
Gracias, Rosa. Me alegro de que aprecies este relato que escribí hace algunos años, y que estoy reescribiendo, más que corrigiendo, para su publicación en el blog. Tu comentario me anima grandemente a perseverar en esta tarea.
Eres muy exacta en tu valoración final. Esas palabras pueden ser el resumen de esta entrega: tierra mojada y personas complicadas sobre un fondo de humus. Un abrazo.
Nunca te dejas desanimar, Antonio. Tienes una fuente inagotable de observaciones nítidas de las que podemos aprender, aparte de disfrutar.
He descubierto tu blog hoy y es mi intención seguir tus pasos, ya que aprecio tus textos y fotografías.
En este relato el poeta asoma desde que empieza a expresar los sentimientos que le inspira la naturaleza: «En esa hora equívoca del anochecer…» ¡Me gusta!
Muy amable por tu parte. Espero que disfrutes de tus visitas a este bosque, donde actualmente encontrarás este relato largo que empecé a publicar hace poco tiempo, y una serie de poemas con más antigüedad. Además de las fotos de árboles y plantas principalmente.
Muchas gracias y un cordial saludo.