El asado presentaba un apetitoso y uniforme color dorado. Aunque venían trinchadas de la cocina, los trozos estaban dispuestos de forma que las dos aves parecían enteras. Rechonchas y con las patas encogidas, las dos pulardas, bañadas en su propio jugo, hacían la boca agua.
Mariana, utilizando los pertrechos “ad hoc”, procedió a servir. Rafael descorchó otra botella que reavivó nuestro entusiasmo. No era yo el único que apreciaba el buqué del vino. A estas alturas tenía ya varios incondicionales.
Cuando cada comensal tuvo ante él su plato con la ración de carne, Mariana puso en circulación el recipiente ventrudo con una salsa cremosa. Por último, pasó de mano en mano la fuente de arroz basmati.
Alonso proclamó que la salsa estaba de rechupete. Con su habitual llaneza, Mariana explicó que no tenía ningún secreto: a la crema fresca le había añadido un poco de jugo del asado. Eso era todo.
Alonso, incrédulo, negó que eso pudiera ser todo. Sonriendo complacida, la anfitriona ratificó lo dicho.
La salsa, en efecto, era una exquisitez. El sabor de las pulardas impregnaba su suave textura. Mezclada con el arroz era una delicia irresistible. Se acabó pronto. Mariana, que tenía preparada más, se levantó y rellenó la panzuda vasija de loza con el filo dorado.
Las mujeres ayudaron a Mariana a llevar los platos y las fuentes a la cocina. Colaboro de buen grado pero me repele dar lecciones. Como vi que los otros hombres permanecían sentados, hice lo mismo.
Mi mirada se cruzó con la de Elena y leí claramente en sus ojos lo que pensaba. En otras circunstancias me hubiese irritado, incluso hubiese entrado al trapo, pero en mi estado de ánimo no me afectaban las impertinencias. En este sentido, Reme es más contemporizadora.
Ante Elena, que no daba nunca su brazo a torcer, sólo cabía la sumisión. Su perspicacia le permitía, además, descubrir las motivaciones secretas, ésas de las que uno mismo no quiere enterarse. No tenía nada de extraño que su novio hubiese puesto tierra de por medio.
Pero lo fastidioso y contradictorio era que no me identificaba con el comportamiento, los chistes y los guiños de complicidad de Alonso y los otros. Y allí estaba yo sin escuchar lo que ellos hablaban y sin ayudar a ellas, en esa tierra de nadie.
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¡Eah, como siempre nos toca a las mujeres recoger la mesa!, ¡ no hay derecho!, jejejeje. ¡ Que apetitoso te ha salido el plato, Antonio!, ¡ Ay , perdón el artículo!, hasta saboreamos el olor de las pulardas.
Eso de recoger la mesa (y demás tareas domésticas) sólo las mujeres ha cambiado. ¿O no?
No recuerdo haber comido nunca pulardas, pero me pareció un plato muy a propósito para esta cena.
jejejej, ¿ de dónde habré sacado que comiste pulardas?, ay la imaginación que juega malas pasadas.
De una escena tan común, logras un relato humano y con profundidad psicológica, en donde tus personajes salen de su ordinariez para volverse en iconos de los tipos humanos a los que retratan.
Tus descripciones son vívidas y sabes jugar con la imaginación de tus lectores a través de ellas.
La elegancia de tu estilo es tu sello. Tu arte literaria es siempre toda una lección de escritura.
Gracias por tu generosidad en regalarnos a quienes te admiramos tu obra, maestro.
Al amigo, al frater, mi cariño.
Implicar al lector, convertirlo en cómplice, creo que es una de las aspiraciones de todo escritor.
Celebro que en este episodio los personajes, de una u otra forma, interpelen al curioso que recorre las líneas del relato.
Estaba pensando que, como eres vegetariano de estricta observancia, no podrías participar en esta cena. Quiero decir que me resulta difícil o imposible ubicarte en ella. ¿O me equivoco?
Un abrazo, cher collègue.
Jajaja. Así es, mi querido Antonio, sólo podría asistir como observador, pero no como comensal. No te equivocas.
Te dejo un grande abrazobeso, maestro querido y un deseo de que tengas buen cierre de semana.