La desazón se había esfumado. Me alejé sin prisa. No soplaba viento. No se oía el grito de ninguna ave nocturna. Sólo el aguacero. Arrullado por su sonsonete y por las revoluciones del motor emprendí el camino de vuelta.
Eran más de las doce. La noche era una inmensa cúpula de azabache donde, pulida y resplandeciente, bailaba la diosa Kali.
Los faros del Mercedes hacían emerger de las tinieblas a los alcornoques haciendo guardia en los lugares asignados sobre el tapiz verdeante.
Incluso bajo una lluvia recia era agradable el recorrido desde la casa a la salida de la finca. Uno se olvidaba de que también se iba acercando al barranco. El camino estaba trazado en sentido convergente. La doble cancela era el punto más próximo al despeñadero.
Los dueños de Orozuz eran conscientes del peligro que suponía la ubicación de la doble cancela. Su traslado más adentro planteaba un problema de difícil solución debido al mal entendimiento con los vecinos.
Entre la doble cancela y el barranco había poca distancia. La cuneta, que estaba encharcada, y una estrecha franja de tierra en declive. En esta pendiente crecían borrajas y jaramagos.
La casa había quedado atrás. Tan lejana y extraña como si perteneciera a otro planeta. El limpiaparabrisas funcionaba a tope. La visibilidad era aceptable. En cuanto divisé la doble cancela, reduje la velocidad.
Paré y me quedé mirando con irritación el doble cerramiento espléndidamente iluminado por los faros del coche.
Debía reconocer que las quejas y las pullas de Elena estaban justificadas. Fueron ella y Reme quienes salieron siempre. Una sostenía el paraguas y la otra abría y cerraba las cancelas. Alegando que era el conductor, me quedaba en el coche.
Era un fastidio tener que bajar. Ahora más que antes. Y esta misma operación debía repetirla otras dos veces.
Ante mí se alzaba una cancela metálica formada por un tablero rectangular pintado de verde, de cuya esquina superior derecha partía una barra semejante a una hipotenusa hasta el extremo del poste. Se abría obligatoriamente hacia dentro, pues, pegada a ella, había otra que era necesario empujar en dirección contraria.
Esta sucesión de dobles cancelas tenía una difícil explicación. La desavenencia entre vecinos no parecía razón suficiente para perpetrar ese disparate. En total había que franquear seis cerramientos.
No era tarea baladí llegar o salir de Orozuz. A propósito del nombre del alcornocal tuvimos, por cierto, la única conversación durante el viaje. No nos poníamos de acuerdo sobre su significado. Para Elena no tenía ninguno. Reme lo descompuso en “oro” y “azul”. La zeta final la achacaba a la pronunciación andaluza.
Apunté que se trataba del nombre de una planta también llamada regaliz. Al unísono me replicaron que eso era una chuchería de color negro.
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Me gusta mucho: » Los faros del Mercedes hacían emerger de las tinieblas a los alcornoques haciendo guardia en los lugares asignados sobre el tapiz verdeante.».
El retrato de Jenny ocurre en un faro y en un parque, deliciosa y enigmática película.
Todavía no sé si Jenny es la Señorita Spinney.
Gracias por los videos, Teresa, que tengo que ver de nuevo detenidamente. Las películas antiguas se merecen más de un visionado. Un abrazo.
El personaje que necesita ya alejarse de Orozuz y las circunstancias le ponen obstáculos. Puede tener muchas interpretaciones este fragmento de «El camino de regreso». La libertad que tanto se anhela y que tan difícil es de lograrse.
El relato va entrando hacia su punto neurálgico, o eso presiento. Nos tienes en suspenso, Antonio, y se agradece tanto.
Excelente inicio de semana. Vaya un grande y fraterno abrazobeso, maestro.
El personaje, quizás no a nivel consciente, ha emprendido el camino de regreso a sí mismo. En principio se trata sencillamente del camino de regreso a Sevilla, a su casa. Esa sería, con toda probabilidad, su respuesta si se le preguntase.
Hay, claro está, un anhelo de libertad y de autenticidad que en la velada de Orozuz no encuentra.
El relato se acerca a un punto de inflexión, a un gozne (como comentaba a propósito de tu tanka). Una puerta se cierra y otra se abre. El personaje quiere salir de ese recinto custodiado por seis cancelas en una lluviosa noche de finales de noviembre. Veremos si lo consigue. Un abrazo.
La mente del personaje no estaba para centrar su atención en los inconvenientes de la retirada:la oscuridad, el terreno seguro convertido en un lodazal y esos obstáculos del camino que tanto me recordaron episodios de mi infancia que al ir a dejar mercancias a los pueblos, había que bajar a abrir las puertas del camino, desatrancándolas, desde luego no serían los mayores quienes bajaran a hacerlo.
Exraordinaria la manera tan familiar y apropiada que tienes de narrrar.
Que tengas buen fin de semana.
La mente del protagonista estaba centrada en su deseo de partir. Estaba saturado y quería irse. Ni siquiera la noche cerrada en agua lo hizo desistir. Era más importante salir, reencontrarse.
También yo tengo recuerdos parecidos a los tuyos. También a mí me tocaba abrir y cerrar cancelas para que otros pasaran con el tractor. En mi casa eran agricultores y había que colaborar en las faenas del campo.
Gracias por tu apreciación de mi narrativa. Un abrazo.