Jacinto Basterra y yo fuimos juntos a la escuela y al instituto. Vivíamos en la misma calle, él en el número veintisiete y yo en el diecisiete. Teníamos la misma edad. Salvo que hubiese surgido una incompatibilidad insalvable, estábamos destinados a ser amigos.
Había, sin embargo, en nuestra pandilla otros compañeros que me eran más afines. Mi gran amigo era Cirilo Cortés. En el otro extremo se hallaba Joselito. Jacinto ocupaba un lugar intermedio.
Pronto dio señales de ser especial. En Las Hilandarias este adjetivo no es un elogio. Jacinto era taciturno y tenía rachas de enclaustramiento. Si salía, presionado por su familia, se mostraba ausente, esquinado. Su comportamiento suscitaba comentarios burlones o compasivos.
Debido al hecho de que nunca me unía a esas reacciones de mofa o lástima, gozaba de su confianza. A veces se sinceraba conmigo.
Un día me hizo partícipe de su temor a que el corazón le dejase de funcionar. Sus latidos disminuían hasta hacerse imperceptibles. Y la angustia se apoderaba de él. El médico no dio importancia a ese síntoma que calificó de imaginario. Ni, en lógica consecuencia, ningún remedio. Pero Jacinto encontró uno por su cuenta.
Cuando advertía que el ritmo cardiaco se debilitaba, se llevaba la mano derecha al pecho y marcaba el compás. Así permanecía hasta que el corazón recuperaba su tono.
Jacinto estaba dotado para la música y tenía una hermosa voz de barítono en la que reparó don Juan, el párroco del pueblo.
Cuando el cura formó el coro de la iglesia, pensó en Jacinto y también en mí. Ambos engrosamos sus filas. No tardó en ponerse de relieve que mi amigo tenía excelentes cualidades y yo las tenía mermadas.
Don Juan, en quien no era descartable cierto grado de malignidad a pesar de su condición eclesiástica y de su fama de majo, cada dos por tres me mandaba callar en los ensayos. Los talentos mediocres no le interesaban. Prefería prescindir de ellos y ahorrarse el trabajo de su educación.
De Jacinto declaraba que era un gran descubrimiento. De su voz clara y vibrante quedaban prendados incluso los legos, cuanto más el párroco de Las Hilandarias.
Proclamaba también don Juan, hombre expansivo y parlanchín, que desaprovechar ese don era un acto de ingratitud, un delito.
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¡Esto sí que es tener al lector prendido de cada palabra! Y aquí quedamos, fascinados, esperando con ansias la siguiente entrega. 🙂
Tus palabras son muy gratificantes. Captar la atención del lector, implicarlo en el desarrollo de la trama, convertirlo en un compañero de aventura es, sin duda, uno de los objetivos del narrador. Muchas gracias.
Que no le falte a Jacinto la música ni a este blog.
Cada vez tengo más la completa seguridad que el hombre ha perdido algo valioso por el camino y de ahí su gran desvarío y perdición.
Y qué mejor música que la del maestro Juan Sebastián Bach. Y concretamente este adagio.
Hemos perdido algo o nos lo han arrebatado. Tal vez la inocencia que, me temo, es como el agua que se derrama. Luego es muy difícil, por no decir imposible, devolverla al vaso que la contenía.
¿Qué tiene de raro que desvariemos o andemos perdidos? Un abrazo.
¡Sabes una cosa Antonio, que cuántas cosas se capta en la calle como para escribir un libro al estilo Dumas, Dickens o Stendhal!, soberbio las actitudes que te encuentras, te tropiezas con lo más sorprendente para bien y mal, pero de una plenitud abismal.
No sé si todo lo que estoy recogiendo podré llevarlo a un pequeño libro. Cómo es verdad que a veces perdemos mucha visión de las cosas, y cuando las rozamos es cuando más entero y vivo nos sentimos.
De donde te espera misericordia, silencio sepulcral, que digo, hasta el silencio sepulcral es bello en cierta manera y divino…es un silencio diplomático diría yo, falso e hipócrita…y dónde crees que existirá seriedad te encuentras con amabilidad…al estilo Bach…
¡Cuantas sonoridades encontradas nos arrinconan algunas y otras nos fortalece!, pero ver la realidad es tan primordial que no tiene desperdicio.
Seguro que puedes redactar un pequeño o un gran libro. Eres, por lo que aprecio, una buena observadora y tienes, como ya he comprobado, buenas dotes literarias. Esa es la base para elaborar una obra de valor.
Si tienes los ojos abiertos, tendrás mucho material a tu disposición. No hace falta ser un Dickens o un Benito Pérez Galdós. Basta con ser uno mismo para dejar constancia de la realidad circundante y de la realidad interior.
Jacinto, el patito feo del que todos se mofan, pero que guarda una secreta belleza que en el momento justo sale; y esa salida es a borbotones, sin compasión, y que, sin buscarlo, termina por apabullar.
Curiosas remembranzas, sin duda, las que «Jonás» va teniendo mientras yace malherido, al fondo de esa sima, con la angustia de no ser encontrado jamás.
Para nosotros, como tus lectores, nos vas desvelando la personalidad y la psicología de este personaje sin nombre y que, no obstante ello, es el esencial de la trama.
Bravo, maestro querido, relato inquietante y con todo el brillo de la factura excelente.
Abrazobeso cariñoso, frater, y una buena noche para ti, allá en tierras transatlánticas.
Jacinto es especial. Todo el que, por cualquier motivo, se sale de lo común, de lo normal, se expone a críticas y a incomprensión. No tiene por qué ser así, pero con frecuencia lo es.
Jacinto es especial porque, entre otras razones, tiene un don que no va a saber gestionar.
No se trata de nada del otro mundo. Lo que me lleva a preguntarme por qué hay personas que «sobrenadan» y otras que «se hunden». Por qué hay seres a los que vivir se les hace tan cuesta arriba. Por qué algunos tiran la toalla antes de tiempo.
Todos pagamos peajes, aunque todos los peajes no son iguales.
Un servidor no es relativista. Es verdad que todos tenemos problemas, pero los hay grandes, pequeños y que dan risa.
No obstante, queda en pie la cuestión: ¿por qué unos resisten y otros no?
Un abrazo.
Creo que porque hay problemas que llegan en momentos tan difíciles para las personas, que las sobrepasan, hasta el punto en que no se encuentra la salida de la cueva, por decirlo así. La historia personal y la herencia (más el ejemplo visto en casa) contribuyen sin duda a la fortaleza o a la debilidad del carácter para sobrellevar la vida.
Pienso que la vida se complica tanto por la frustración de no ver cumplidos ni sueños ni deseos (que nunca se cumplen tal cual, si es que lo hacen), en vez de aceptar el devenir de la misma, que sería lo natural. La educación y la cultura de siglos han contribuído en mucho a no recibir la vida y sus circunstancias como nos llegan.
En fin, divagando como luego me es habitual, querido Antonio.
Un grande abrazobeso, frater.
Sin duda es como dices. Todos los factores que señalas contribuyen a modelar al individuo, entran en juego e influyen en el resultado de la partida.
Sin duda la clave está en esa aceptación del devenir o de las circunstancias contra las que tan a menudo se estrellan los sueños y los deseos. Porque la vida no es lo que queremos que sea, sino lo que es. A nosotros nos toca decir sí o no.
¿Qué sentido tiene lamentarnos o declarar que hemos tenido mala suerte?
Gracias por tus divagaciones que tanto aprecio. Buen fin de semana.
Gracias por tu diálogo, por ahora virtual, pues nos permite a ambos desarrollar nuestras ideas.
Que tu fin de semana sea brillante al cobijo de los tuyos, Antonio querido.
Abrazobeso cariñoso, fraterno y siempre agradecido por tu apoyo y paciencia.
Parece que los momentos subconscientes; los estados de angustia, temor, dolor o la misma cercanía de la muerte, activan todas esos renglones de inconsciencia que en vigilia y estado «normal» nos cuesta trabajo recuperar. Por esa razón me gustan los sueños, son muy prolificos.
«Jonás» vuelve a un recuento de episodios que probablemente han marcado su historia personal. En este, sale a relucir su amistad con Jacinto, cuyos rasgos de personalidad, eran tal vez los que le generaban empatia y afinidad.
Me he planteado la misma pregunta tantas veces: ¿ Porque el camino de algunos resulta más cuesta arriba que el de otros ? La genética, aprendizaje desde la infancia, entornos microsociales, parecen confluir en como se afrontan las propias perspectivas, pero nunca son resolutivas. Hay algo, que hasta a los más desgraciados, les imprime más fuerza y sabíduria para resolver sus problemas. Por otro lado, aún las mentes con gran genialidad, tienen sus propias debilidades. La mente es insondable en estos y tantos ejemplos particulares.
Admiración me produce el giro que ha dado «El camino de regreso» y comienza a cobrar mayor sentido el título. Muchas gracias. Un abrazo.
Esta parte del relato está relacionada con el tema que estás desarrollando actualmente en tu blog. Tú de una manera científica y yo literaria.
El inconsciente se hace consciente, emerge en esos momentos de orfandad, de abandono, cuando no tenemos nada que perder, ante el gran salto a la aniquilación o a otro modo de existencia, tal vez la verdadera.
Los sueños son significativos, qué duda cabe, pero Jonás, más que sueños, tiene alucinaciones, como la de la zarza que cerca al coche. Las alucinaciones también son significativas naturalmente.
Y está proyectando mentalmente la película de su vida, reviviendo algunos episodios esenciales, como tú apuntas.
Ya veo que no soy el único que se ha hecho la pregunta de marras. Tu respuesta es lógica, pero no agota el problema que es complejo. Es una explicación racional que los casos particulares contradicen. En efecto, a menudo los más desgraciados, desde un punto de vista objetivo, tienen más fuerza y recursos para seguir adelante. Y siguen y viven y son todo lo felices que pueden ser.
Gracias a ti, Demiannicolás. Un abrazo y buen fin de semana.