Nada de eso venía a cuento ni interesaba a Moncho. Pero mi colega tenía una curiosa afición.
Había momentos en que la vida urbana lo sobrepasaba. El tráfago ciudadano, la monotonía burocrática, el politiqueo para el que no estaba dotado, y otros sinsabores los combatía escapándose al monte.
Cuando no podía más, cogía el coche y enfilaba la carretera de la sierra. Yo daba por descontado que desfogaba andando.
Mientras conversábamos tomando café, tras un cabeceo, lo negó. Ciertamente se emboscaba para recuperar su equilibrio, pero el método no consistía en caminar sino en pasear hasta el lugar elegido.
“¿El lugar elegido?” pregunté intrigado. De Maluenda se podía esperar una campanada. Me miró sopesando la conveniencia de confiarse. “No es un lugar” dijo “sino varios. En verdad, no son lugares sino árboles”.
Pagamos la consumición y volvimos al despacho. Durante el trayecto me reveló que practicaba la magia arbolaria. Como íbamos uno al lado del otro, no vio mi cara de sorpresa. Ignoraba que tal disciplina existiese. Y sin embargo la bibliografía era amplia. Maluenda empezó a citar títulos. Lo interrumpí porque era su historia lo que quería oír.
“No pienses cosas raras” dijo, “todo es más sencillo de lo que imaginas”.
Mi colega tenía localizadas varias encinas centenarias. Aparcaba el coche lo más cerca posible y se acercaba sin prisa, respirando hondo y disfrutando del paisaje. Este paseo lo relajaba y lo ponía en estado de receptividad.
Cuando llegaba al árbol, tocaba su corteza con las manos y la frente. En esta reverente actitud permanecía unos minutos. Luego, apoyando la espalda en el tronco, se sentaba en el suelo y dejaba transcurrir todo el tiempo que fuese necesario.
“¿Necesario para qué?” pregunté. “Necesario para sentir que la encina me ha transmitido una parte de su energía”.
Otras veces entrecerraba los ojos y dejaba correr las horas mientras escuchaba el ruido del viento en las hojas.
De pasada aludió a la decodificación de ese murmullo que era el secreto de la auténtica poesía.
En este punto mi colega cortó su exposición considerando tal vez que se había extralimitado. O porque habíamos llegado a la entrada de la Delegación de Hacienda.
Moncho rio de buena gana. Me sobresalté como si hubiese escuchado una bomba. El golpe de hilaridad lo hacía estremecerse. Pensé mosqueado que no era para tanto. A fin de cuentas no había contado un chiste.
Antes de calmarse del todo farfulló: “Tu amigo…tu amigo es…” “Un excéntrico” completé. Esa fue la palabra que se me vino a la cabeza, la misma que utilizaban en el trabajo para referirse a él.
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Interesante lo que hace este personaje al pegar la frente y tocar el árbol, hasta que este le traspase su energía…
Me va gustando mucho este relato en el Bosque silencioso…
Este personaje es un poco raro o quién sabe si los raros son los demás. Lo sea o no, hace cosas que se salen de lo común.
Lo que busca es recuperar la energía invertida en tantas cosas que no valen la pena. Lo que busca es recuperar su propio equilibrio. Más o menos lo que todos pretendemos.
Me alegro de que el relato sea de tu agrado. Un cordial saludo.
Maluenda venera a los árboles, como ancestral herencia céltica, y porque el árbol recoge la energía telúrica para transmitirla hacia el ambiente circundante. De alguna manera, Santiago está hermanándose con la madre tierra, con sus entrañas. Todo lo que puede entresacarse de este capítulo de «El camino de regreso» es fenomenal y con una profunda esencia que hermana lo físico con lo espiritual. Menudo personaje que nos estás regalando, mi Antonio querido.
Esa risa de Moncho no creo yo que sea burlona, y Jonás se ha anticipado a interpretarla.
Maestro, una vez más, has dado lección de narrativa puntual, imaginativa y deliciosamente elegante, en donde cada palabra ha sido elegido ex profeso, pero sin que se sienta esa intencionalidad, sino pareciendo que ha sido todo una labor «impulsiva».
Te abrazobeso con toda mi admiración y mucho cariño, mi frater trovador.
El mundo vegetal es anterior al animal. Así pues, los árboles y las plantas son los seres vivos que están más cerca de la Creación.
Maluenda sabe eso, que equivale a ser consciente de que es en la Naturaleza donde puede hallar refugio, donde puede recuperar la energía neciamente dilapidada en cuestiones banales o menores. Aparte de en las necesarias.
El poder de los árboles lo explicas muy bien al principio de tu comentario. Son numerosas las culturas que han reconocido este hecho, entre otras la celta para la que la encina era un árbol sagrado.
Pero Maluenda va a dar un paso más. No se va a conformar con esa integración en la Naturaleza. Él es un buscador. Por eso viaja a la India, la patria de los que aspiran a conocerse, a liberarse, a trascender la condición humana. Esa es la tríada que preside sus actos: autoconocimiento, liberación y trascendencia.
Más adelante lo acompañaremos en su experiencia hindú, de la que Jonás será informado, y que dejará en él un poso, el cual se concretará en otro personaje.
La risa de Moncho es de diversión. Le hace gracia esa situación demencial que es la propia de nuestra civilización occidental, y que nos fuerza a tomar decisiones heroicas o estrafalarias.
Ni él ni los suyos necesitan fugarse ni viajar a países lejanos para «vivirse», para estar en paz con ellos mismos.
En nuestro mundo la fama de Maluenda (su excentricidad) está justificada.
Las circunstancias delirantes que vivimos tal vez no sean para reír sino para llorar. Pero Moncho opta por lo primero.
La impresión de «impulsividad» que aprecias en el texto, es bien cierta. Así se produce la primera redacción. El adjetivo «impulsiva» le cuadra bien.
La intencionalidad me bloquea. Esto no quiere decir que no disponga de notas o que no haya un bosquejo previo. Pero, en definitiva, es dejarse llevar por el estro. Dejo que mi inspiración me conduzca.
Después, por supuesto, vienen las correcciones, el trabajo de pulido. Pero el original se mantiene con pocos o ningún cambio de contenido.
Gracias, como siempre, querido Ernesto, por tus inapreciables divagaciones, por tu finura crítica, por estar ahí, tan lejos y tan cerca. Un abrazo.
A Moncho le divierte esa gravedad con la que nos tomamos las cosas, que si lo hiciéramos con mayor ligereza, muchos pesares quedarían disueltos en vapor.
Bien afirmas, Antonio, nuestra época (desde hace un buen rato) nos ha impuesto mucho ruido, tanta basura, que es indispensable purificarse en la lejanía, ir a la fuente, al origen, para purgarse, reconstituirse y nutrirse.
Tu sistema creativo da resultados tan bellos y tan bien entretejidos, que oculta las costuras naturales del quehacer artístico y sólo deja para nuestro disfrute el arte inconsútil de un escritor tan exquisito como bien sabes que lo eres.
He disfrutado mucho tu comentario y las luces que arrojas en él.
Al artista, aplauso de pie, al maestro, mi admiración, al amigo y hermano, un abrazobeso cariñoso y grande.
No hay distancia entre espíritus afines.