Mi hermana Luisa se había ido a trabajar al extranjero y hacía mucho tiempo que no teníamos noticias suyas. No respondía a nuestras cartas ni a nuestras llamadas telefónicas. Mis padres estaban preocupados y me pidieron que fuera a visitarla para ver qué pasaba, para averiguar a qué se debía su silencio.
Se marchó sin necesidad, sin una razón de peso. Un día nos comunicó que había decidido irse, que iba a probar suerte en otra tierra. Esto no era una explicación sino un simple anuncio de sus intenciones. Y a renglón seguido hizo las maletas y cogió el tren.
La propuesta de mis padres me causó una gran contrariedad. No sentía el menor deseo de hacer un viaje tan largo. Soy sedentario. Un simple desplazamiento a Sevilla, que está a treinta kilómetros de Las Hilandarias, me supone un notable esfuerzo. No quería ir, pero tampoco podía negarme.
Cuando se me presenta un conflicto de esta índole, un choque de intereses, un problema que no sé cómo resolver, una papeleta difícil, acudo a mi abuela, que es una mujer con mucha experiencia de la vida y abundantes recursos, con determinación, capaz de hacer frente a cualquier eventualidad, indoblegable, trabajadora, independiente.
Le planteé mi dilema y no tuvo el menor inconveniente en sustituirme. Ella haría ese viaje en mi lugar, se entrevistaría con su nieta, que se llama como ella y que ha heredado numerosos rasgos de su carácter, y luego informaría a mis padres.
Sólo me puso una condición: que la llevase en coche a Sevilla. No era mucho pedir. Así que acepté encantado.
El día de su partida era domingo. El tren salía por la tarde de la estación de Plaza de Armas. Como estaba tranquilo y satisfecho, tuve la ocurrencia de ir al cine, a la primera sesión, por supuesto. Había tres: a las cinco, a las siete y a las nueve. Calculé que tendría tiempo de hacer las dos cosas.
Era una tarde tristona de invierno. Una tarde buena para ver una película o para quedarse en casa, al calor del brasero, leyendo un libro, jugando al parchís o de cháchara con los amigos.
Estaba nublado, pero no había caído una gota de agua. Las calles estaban solitarias. Siempre he pensado que las tardes dominicales tienen un toque opresivo, como si en ellas se concentraran los años vividos, no sólo los míos, sino los de todos los habitantes del pueblo, incluidos los que ya han muerto. Esas tardes tienen un regusto antiguo y un color cenizoso que ponen de manifiesto la misteriosa dimensión de la existencia.
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El comienzo dejando las ganas de más a flor de piel
He dividido el cuento en tres partes. Hoy he publicado la primera. El martes y el miércoles sacaré las restantes. Espero que no te defraude. Saludos cordiales.
Seguro que no
Un beso
Un saludo, Antonio, espero ansioso la continuación.
Vamos a ver qué pasa. De momento el hermano de Luisa se va al cine tranquilamente, confiando en que habrá tiempo para todo. Saludos cordiales.
Me encanta el estilo con que escribes Antonio, solo un apunte, aunque entiendo que siendo ficción no tiene la mayor relevancia. De la estación de Plaza de Armas solo salen autobuses, no trenes.
Un saludo y enhorabuena por tu blog.
Gracias, Diego, por tu comentario. El texto es, en efecto, ficción, pero ese detalle concreto al que aludes es real.
No me refiero a la estación de autobuses de Plaza de Armas, sino a la antigua estación de trenes de Plaza de Armas, actualmente convertida en centro comercial y multicines. Este dato sitúa el relato temporalmente en el siglo pasado, cuando en Sevilla existía esa estación, también llamada de Córdoba, y la de San Bernardo, también llamada de Cádiz, que hoy es apeadero y estación de metro.
Saludos cordiales.
Me ha gustado el comienzo… ¿qué pasará, podrá hacer las dos cosas? Espero la continuación.
Besetes…
Según sus cálculos horarios sí. Pero ya sabes que surgen imprevistos. La verdad es que no debería fallar a su abuela que se ha ofrecido a hacerle un gran favor. Un abrazo.
Espero, espero…
Buenísima la descripción final de las tardes de domingo
Antes esa era la impresión que me producían esas tardes que preceden a los lunes, al inicio de una nueva semana.