Recogió las monedas que había en la caja y las echó en un deteriorado bolso étnico con un diseño de elefantes. Sus gestos eran naturales, ni lentos ni precipitados. Como si lo que estaba haciendo fuese lo más normal del mundo.
En ese momento se encendió una lucecita en mi cabeza. No era la primera vez que un alma caritativa la invitaba a un café o a un desayuno completo.
La caja, una vez vacía, la guardó dentro del edificio, en un rincón.
Sus movimientos precisos me impresionaban. Ella, ciega tenía que haber sido para no percatarse de mi perplejidad, me preguntó con retintín: “¿Se encuentra bien?”.
“Muy bien. ¿Tomamos ese café?”.
9
Retiramos nuestras consumiciones del mostrador y no sentamos a una mesa, junto a la cristalera. Era un establecimiento concurrido. Los clientes no paraban de entrar y salir. Me hubiese gustado un lugar más tranquilo.
Además hacía frío. La gente me distraía, la de dentro y la de fuera. Lo anterior impedía que me concentrase. Tampoco ayudaba el hecho de que, sin ningún motivo, máxime cuando era yo quien había tenido la iniciativa, estuviese nervioso.
No era ese el caso de la chica que había cogido el vaso de café con leche y lo apretaba entre sus manos.
Mi compañera de mesa estaba feliz. Eso me irritó. Tomar un café con leche no justificaba ese regocijo, ni siquiera en una desabrida mañana invernal.
Era un día gris. La chica no hablaba. Se limitaba a calentarse las manos con el vaso y a dar sorbitos de su contenido.
10
No era de recibo que no hiciese nada por agradar. Sin saber por qué me sentí estafado. Incluso pensé que se había olvidado de mí, a pesar de tenerme en frente.
Dije lo primero que se me pasó por la cabeza. Me había acordado de que tanto ella como los otros dos mendigos leían un libro. Lo cual, aunque no pudiera calificarse de extraño, fue un detalle que me chocó.
“¿Qué lee?”. Ella dejó el vaso en la mesa y sacó del bolso con dibujos de elefantes un ejemplar de los diálogos platónicos. Orientó la portada en mi dirección. La selección incluía Fedón, El Banquete y Gorgias.
“¿Usted cree en la inmortalidad del alma?”.
Estuve tentado de darle una respuesta académica, de relacionar el pensamiento griego, el cristianismo y el taoísmo. De demostrar que era un hombre culto. De irme por los cerros de Úbeda.
Pero en un rapto de inspiración, o quizá porque la figura de Brioso emergió en mi mente, procedí a la gallega.
“¿Usted pertenece a la Orden, verdad?”. Los ojos de la joven destellaron. Estrujó el bolso que tenía sobre los muslos. Sonriendo ladinamente me devolvió la pelota: “¿Qué Orden?”.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Bueno, este relato me ha encantado, Antonio, sobre todo porque hay una indefinición de género que despierta sentimientos y emociones igualmente ambiguas. Un abrazo.
Me alegro de que te haya gustado este relato cuya atmósfera has captado. Su final, que es algo a lo que suele verme abocado, es abierto. Corresponde al lector, si le apetece, descifrar la significación o el papel que representan esos pseudomendigos. Un abrazo.
Final sorpresivo, para los personajes y para el lector. Genial forma de introducir a tus lectores en la trama del relato. Es evidente que la joven que tanto ha atraído al narrador no es lo que en un principio creyó y las apariencias le hicieron creer. La ambigüedad final abre cualquier interpretación viable y vuelve a dejar a tus lectores con un palmo de narices.
Y a todo esto: ¿Perteneces tú a la Orden, magister? (Guiño)
Abrazobeso fraternal, cariñoso y fiel, cher Antonio.
En este caso es bien cierto que las apariencias engañan, cosa que por lo demás ocurre con bastante frecuencia.
Esos desharrapados no son unos pedigüeños al uso. Son unos mendigos muy peculiares que están ahí en la calle leyendo, la chica ni más ni menos que a Platón. Su presencia en la vía pública se la podría calificar de testimonial.
Para el aburguesado protagonista que algo intuye, de ahí la atracción que experimenta, pueden ser incluso miembros de la Orden de Soñadores, de la que ha oído hablar, seguramente a través de su amigo Brioso, gran zascandil y metomentodo.
Orden, cher collègue, a la que por supuesto pertenezco.
Este es uno de los temas que, como escritor y cofrade, estoy tratando, en la medida de mi talento e imaginación, en mi trabajo actual, pero que ya afloró cuando redacté este relato. Un abrazo.
Y que me gusta muy mucho que hayas sumado este nuevo tópico a tu narrativa, así como la manera en que lo estás logrando.
Los soñadores con frecuencia son prejuzgados y mal juzgados, con frecuencia son incomprendidos, con frecuencia nadan a contra corriente, con frecuencia son quienes mueven, de una u otra forma, al mundo. Porque, sin embargo, se mueve…
Abrazobeso, Antonio querido, con cariño fraterno y grande admiración.
Es un tema antiguo, tanto como la confrontación de nuestros deseos de felicidad y realización con la cruda realidad.
Rousseau pertenecía también a esa Orden, como lo demuestra su libro, entre otros igualmente dados a las elucubraciones y fantaseos (y que tuvieron grandes repercusiones sociales), «Ensoñaciones del paseante solitario».
Los sueños, en efecto, son el motor del mundo.
Y sean o no comprendidos o apreciados, el destino de los soñadores es cambiar de esa forma sutil el estado de cosas. Un abrazo.
Y la vida, a fin de cuentas, es sueño…
Abrazobeso fraterno, cariñoso y cálido.
Un sueño que a veces se torna una pesadilla. Buen fin de semana.
Vaya que si puede ser una pesadilla…
excelente texto. un abrazo
Muchas gracias, Rubén. Otro abrazo.
[…] Source: Soñadores (y III) […]
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.