“¿Qué haces?” gritó Luisa “¡Nos vas a matar!” A Pedrote le divertían los vaivenes y se echaba con más ímpetu de la cuenta sobre Carmelina que transmitía la presión sobre Luisa. “Por favor, por favor” gemía.
Carmelina, que parecía haberse acostumbrado al zumbido del motor, se había agarrado a los espaldares delanteros para mitigar los empellones. A cada arremetida de Pedrote se ponía a protestar pero sin acalorarse demasiado.
“¡Para! Yo me bajo ahora mismo. No aguanto más” dijo Luisa lastimeramente, “me están estrujando” “Él tiene la culpa” dijo Carmelina “¿Yo?” preguntó Pedrote. “Tú no. Ese” “Deja de jugar con el coche, cariño” me rogó Luisa. “Como él va tan a gusto…” “No le importa, claro. ¿Por qué haces eso? Me duelen los hombros, y el pecho también”.
“Respira hondo” le sugerí. “Pero ¿por qué haces eso?” insistió Luisa. “Lo hago para evitar los baches” “¿Qué baches?”.
La superficie de la carretera estaba tersa. No tenía sentido que siguiera conduciendo en zigzag.
Marchamos un rato en silencio. Hilachos de negrura se entrelazaban con los matorrales o colgaban de los alambres de espino. Las corrientes de oscuridad atravesaban el cielo con lentitud. A veces ocultaban la cima de un monte que quedaba truncado. O se cernían sobre las copas de los árboles como un lúgubre dosel.
Carmelina aspiró el aire con dificultad al tiempo que empujaba con los codos a sus vecinos para procurarse más espacio.
“¿Qué te pasa?” “Estoy muy estrecha” “Estamos muy estrechos” rectificó Pedrote que había colocado los brazos entre las piernas. “Él no habla” dijo Carmelina, “como va bien ancho”.
Lancé una fugaz mirada al otro asiento delantero que estaba desocupado. Apretando el volante con las manos, repuse: “Lo siento, pero…” y dejé la frase sin terminar porque no se me ocurría nada.
“¿Que lo sientes? Lo sentirías si estuvieras aquí detrás, sin poder moverte” Carmelina siguió pinchándome, pero yo no encontraba la forma de hacerle comprender que no podía invitarla, ni a ella ni a los otros dos, a sentarse a mi lado. Sabía que de un momento a otro explotaría. De momento, se estaba limitando a manifestar su enojo con su habitual acritud.
“Por culpa de este grandullón” prosiguió “vamos como sardinas en lata. Debería pasar delante” Luego, dirigiéndose a Luisa, añadió: “No hay derecho. Todavía quedan muchos kilómetros y yo no estoy dispuesta a ir así hasta que lleguemos a Aracena. No sé lo que piensas tú, pero tendríamos que hacer algo”.
Luisa no respondió nada. La situación se estaba poniendo violenta. De vez en cuando giraba la cabeza y contemplaba el asiento vacío. Decidí aguantar. El asfalto relucía. Había miríadas de puntos que lanzaban destellos.
Carmelina la emprendió de nuevo. “Por favor” musité, y eso fue suficiente para que se alterase todavía más.
“No te enfades” dijo Pedrote, y más le hubiese valido no haber terciado. La irritación de Carmelina subió de punto y empezó a insultarlo. Lo llamó repetidas veces huevón y calzonazos.
“No la tomes conmigo” replicó Pedrote sin darse por ofendido. Carmelina siguió despotricando. Aunque esta reacción no me sorprendía, nunca la había visto tan fuera de sí.
Sólo Luisa podía atajar ese ataque de cólera. Le pedí que interviniese, pero no respondió. Orienté el retrovisor y la vi rígida. Su ritmo respiratorio era imperceptible. Tenía tensos los músculos del cuello. Sus ojos claros estaban fijos en el asiento delantero derecho.
Las cunetas hervían de tinieblas y el terreno era cada vez más accidentado.
Luisa movió los labios. Empezaba a salir del trance en el que se había sumido. Carmelina se había callado, pero bastaba mirar su cara para percatarse de que seguía enrabietada. Pedrote, aprovechando este paréntesis de paz, se puso a dormitar.
Luisa se llevó una mano al pecho y parpadeó. Luego suspiró y se humedeció los labios con la lengua. Carmelina dio un codazo a Pedrote que, en su sopor, se había recostado sobre ella.
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Querido Antonio: sin duda, te superas. En este segundo capítulo no solo la acción es más trepidante si cabe que en el anterior sino que la aparición de ese «algo» extraordinario en una escena tan cotidiana como una bronca a bordo de un coche pequeño te hace esperar con más curiosidad aún el capítulo siguiente. Me ha gustado mucho y me pregunto por dónde nos saldrás esta vez. Un abrazo.
Gracias por este comentario tan gratificante. La acción empieza a complicarse con ese misterioso asiento vacío. Los nervios están a flor de piel. El destino es Aracena pero, como ves, el viaje no se prevé relajado. Un abrazo.
Vaya con Carmelina, qué genio!!
Me siguen gustando mucho las descripciones del entorno.
Carmelina pierde el control con facilidad y en este caso con motivo. El asiento trasero de un Seat 600 es escaso para tres adultos. Celebro que te gusten las descripciones del entorno, casi con categoría de personaje.
Una conducción en zigzag sin motivo aparente, hilachos de negrura y corrientes de oscuridad tras los cristales y el asiento del copiloto misteriosamente vacío. Desde luego, el viaje promete. Además, esta segunda entrega mantiene el ritmo trepidante de la primera. Pues eso, que promete. Un abrazo Antonio
El conductor confundió las manchas de oscuridad que había en el asfalto con baches. Por eso daba esos bandazos.
El ritmo no sé si podré mantenerlo durante todo el relato, pero el misterio, como señalas, está servido. Gracias por la apreciación que haces de este capítulo. Un abrazo.
Coincido con palmeiralibre: esa nota de tensión te hace desear saber más.
¿Qué ha visto Luisa que se escapa al resto de los ocupantes?
Nos lo comunicará en el próximo capítulo. Luisa tiene capacidad visionaria. Cuando entra en trance puede ver lo que al común de los mortales, en este caso a sus compañeros de viaje, les está vedado. No sabemos cómo les sentará la revelación. El conductor intuye algo, por eso respeta el asiento vacío.
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Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.