“Es precioso” dijo Luisa. “Mira, cariño, ¿no es una maravilla?”.
Carmelina estaba demasiado débil para concentrar su atención en nada.
“Déjala que duerma un rato” propuso Pedrote. “¿Tienes ganas de dormir? Échate sobre mi hombro”.
Carmelina negó con la cabeza. Haciendo un esfuerzo añadió: “No tengo sueño” “No te preocupes, corazón. Recuéstate de todas formas, así estarás más cómoda”.
Los montes alfombrados de hierba estaban salpicados de florecillas que, en algunos lugares, formaban apretados rodetes.
Tras el baño de negrura nuestra visión se había agudizado hasta el punto de distinguir las delicadas corolas, las hojas ovaladas o lanceoladas, los tallos lisos y finos.
“¡Allí! ¡Allí!” gritó Luisa señalando con el índice un jaral. Pedrote se incorporó. También yo miré en esa dirección.
Aparte de los arbustos, ni Pedrote ni yo vimos ninguna cosa digna de tanto revuelo.
“¿Todavía no?” “Ya” anunció, triunfante, Pedrote. “¿Te refieres a esas setas?”.
En ese mismo instante, al conjuro de la palabra, las localicé. Cómo no las había descubierto antes, me pregunté con los ojos fijos en esos capuchones, algunos de los cuales estaban roídos por el borde de modo que las laminillas interiores eran perceptibles.
Cuando dejamos atrás la congregación de setas, Pedrote exclamó: “¡Fabuloso!” “Tendrías que haberlo visto” dijo Luisa a Carmelina. “¿Qué?” musitó esta.
Luisa se lanzó a una prolija explicación, pero Carmelina apenas prestaba oídos limitándose a asentir de vez en cuando.
Los parcos monosílabos no desanimaron a Luisa que se explayó en la descripción. Pedrote la interrumpió para advertirle que Carmelina podía marearse con tanto parloteo. Pero ella hizo caso omiso y, hasta que no agotó el tema, no se calló.
Cuando más adelante descubrimos en un prado varias pelotitas abolladas, Luisa se alborotó de nuevo.
“¿Qué es eso?” repetía con obstinación. “¡Ay, querido, tienes que parar! Nunca he visto nada parecido”. “Yo sé lo que es” dijo Pedrote. “Se llama…” Y quedó pensativo.
“Que pasamos de largo” “Ya lo tengo: son pedos de lobo” “¡Cómo te gusta tomarnos el pelo!”.
“Pedrote tiene razón” dije y conté que, de niño, cuando iba a casa de mi abuelo materno que vivía en una aldeíta, me distraía buscando esas esferas vegetales para pisarlas y observar la nubecilla de polvo negruzco que expelían.
Luisa, que escuchaba encantada, no podía creer que aquello fuera un hongo. “Vamos de sorpresa en sorpresa” concluyó.
La próxima fue un solitario altramuz engalanado de vainas. Y a esta sucedieron los mirtos de menudas hojas, los tersos y brillantes ranúnculos, el culantrillo, los helechos, la mejorana.
En realidad, no había que esperar a que surgiera el prodigio. Cualquier insignificancia se revestía de majestad si era contemplada cabalmente.
Los ojos sólo parecían sentirse atraídos por lo pequeño. A veces nos proporcionaban una visión de conjunto que duraba el tiempo de un relámpago. Y en seguida volvían a detenerse en la pulida superficie de una baya o en un racimo de granulosos madroños.
Los espacios abiertos les resultaban demasiado confusos. Los vastos encinares no se reducían siquiera a un solo ejemplar, sino a una plaquita abarquillada a punto de desprenderse de la corteza del tronco.
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Una vez más haciendo gala de capacidad de descripción y vastedad de vocabulario: de la negrura con todos sus matices, a la belleza del detalle, de lo luminoso, de lo fugaz. ¡Está claro que este viaje «seístico» va a dar mucho de sí! Me ha encantado (como siempre, por otra parte). Un abrazo, Antonio.
Tras el baño de tinieblas los ocupantes del bólido descubren el encanto, la magia de lo pequeño. Es como si sus ojos se hubiesen infantilizado, en el buen sentido. Como si contemplasen la naturaleza con la mirada y el asombro de un niño.
Gracias, Carmen, por tu comentario que es una inyección de optimismo, una agradable de empezar la semana con buen pie. Un abrazo.
Lo de hongos a mi me suena muy familiar.¡ Cuantas sorpresas les va a proponer el viaje!. Adoro los viajes y siempre me sucede un montón de cosas . …altramuz, explayar….gracias por las palabras nuevas. Un abrazo.
Pero no se trata de hongos alucinógenos tipo peyote. Este episodio se presta a esa interpretación psicodélica, pero mis personajes se han limitado a contemplarlos. No los han ingerido.
Los viajes son un buen aprendizaje. Se ve que eres aventurera (recuerdo tu parto en el norte de Rusia, un hombre no habría sobrevivido).
No conocías la palabra altramuz, tan sonora, pero su nombre vulgar puede que sí: chocho. Los ponen de aperitivo en los bares. Que tengas una buena semana.
Ohhhh…si lo supieras todas mis aventuras….jajajaj Altramuz se llama «lupín» o «habas de lobo » en Rusia y no he oldo hablar que los frutos de lupín son comestibles , ¿ Y si preguntaré en un bar por chocho en plan de aperitivo? ¿ me entenderán?..muy gracioso. Un beso.
En Andalucía sí te entenderían. En otras regiones no sé. Su nombre latino es Lupinus albus. Así que lupín o lupino es otra de sus denominaciones comunes. Los altramuces o chochos son comestibles y tienen además muchas propiedades.

Bon appétit.
Recuerdo haber pisado Pedos de Lobo de pequeña.
Parece que tienen los sentidos agudizados para lo micro, ¿ no se habrán comido alguna seta?
Sus sentidos, en particular la vista, se han afinado extraordinariamente pero como consecuencia de la inmersión en las tinieblas nocturnas, que ya han quedado atrás. Los pobres no han desayunado siquiera.
Una deliciosa descripción donde brillan tus dotes de profundo observador y amante de la naturaleza. Con la fortuna que tienes además de tenerla casi a la mano.
Es interesante la imagen que has planteado: Se necesita primero entrar en una nebulosa, en la oscuridad, para luego despertar y tener los sentidos, la mente y el corazón despejados a fin de apreciar desde lo macro hasta lo micro que nos rodea (tangible o inmaterial).
Este viaje a Aracena está tomando visos de iniciático, de alguna manera.
Abrazobeso con el cariño fraterno de siempre, querido Antonio.
Soy un amante de la naturaleza y de las largas caminatas. Las plantas que cito, el paisaje, son propios de la sierra, en concreto de la de Huelva, aunque no sólo de allí. En Aracena viví varios años.
Lo que señalas en el segundo párrafo de tu comentario es lo que les ha sucedido a los personajes de esta novelita. Han pasado la prueba de la oscuridad, no sin pagar un precio, sobre todo Carmelina, y han recuperado el uso de sus sentidos, el de la vista en particular, con una mayor capacidad de penetración.
Se trata, sin duda, de un viaje iniciático. Se podría afirmar que todos lo son a condición de prestarse a ello, de mantener la mente abierta y el corazón receptivo. El viaje tiene siempre un correlato interior.
Mis personajes aprenden sobre ellos mismos, se van descubriendo. Todavía queda viaje y, por supuesto, la llegada a su destino, Aracena. Un abrazo.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
Un capítulo que hace honor al título de tu blog. Tu prosa diáfana abre caminos en la fronda espesa. Un abrazo.
La verdad es que me gustaría alcanzar la eficacia de la diafanidad, de la transparencia, de la expresividad de quien escribe aparentemente sin esfuerzo, llevado por lo que hay que decir y no por la construcción de un texto (por lo que quiere decir). Un abrazo.
Se trata de eso, Antonio, que el esfuerzo no se note. Desde luego, no hay una fórmula, o al menos no solo una, pero siempre he sospechado que detrás de un estilo narrativo fluido, sencillo y directo hay muchas horas de trabajo. Y entiendo que no puede ser de otra manera. Fluido, sencillo, directo y con propuestas reflexivas también. He leído por ahí que la Blyton escribía 1500 palabras por hora!. Bueno, no sé si sabes de alguien más. Simenon, también, pero no sé si tanto. En fin, gracias Antonio, y a seguir trabajando, que no queda otra. Un abrazo.
Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que el trabajo obra milagros, en literatura y en todo. Fórmulas magistrales no hay (a lo mejor algunos truquillos), sólo la paciencia, la implicación y las motivaciones personales. Esta es la gasolina. Mil quinientas palabras me parecen un montón. De una sentada puedo escribir de quinientas a setecientas, depende del día. Lo de Blyton y Simenon es una proeza. Flaubert, sin embargo, confesó a su amiga madame Roger des Genettes: «Ayer trabajé durante dieciséis horas, hoy todo el día, y por fin esta noche he terminado la primera página». No olvidemos que redactaba a mano.
Y a su sobrina Caroline le envió una carta en la que se leía esto: «Para escribir página y media , acabo de cargar de tachaduras doce» Y cita a otro colega que tachaba todavía más.
Lo dicho: A seguir trabajando, no queda otra. Un abrazo.
«Los ojos sólo parecían sentirse atraídos por lo pequeño.» Me hubiera encantado estar con ellos y dibujar esos micromundos, aparte de bellas son tan tiernas esas plantitas y florecillas etc. Y me encantan los madroños. Cuando te leo siento las hojas y huelo la tierra. Estoy un poco atrasada pero quería empezar desde el principio. Un abrazo, Antonio.
Ya lo haces. Ya dibujas, si no ese, otros mundos igual de interesantes. Tus trabajos traslucen tu amor a la naturaleza. Y tus personajes son personas, mujeres y hombres dotados de realidad.
Lo que dices a propósito de las hojas que se sienten, y de la tierra que se huele, me complace grandemente. El poder de evocación es importante para cualquier artista. Un abrazo.