Me preguntaba si sólo yo estaba atrapado en ese segmento espacio-temporal. Y también cuánto duraría la broma. Ese grotesco disfraz de la eternidad, ese vislumbre del infinito consistente en repetir una y otra vez los mismos gestos en un decorado inmutable amenazaban con desequilibrarme.
Me entraron ganas de reír. Primero disimuladamente y luego a carcajadas, di rienda suelta a mi hilaridad.
Me volví hacia mis amigos con los ojos llorosos por ese estallido de risa maligna y, al ver sus caras de circunstancias, se redobló mi jolgorio. Parecían estatuas. Ni el más leve tic los traicionaba.
En un arranque de rabia me puse a zamarrearlos. “¡Despertad! ¡Decid algo!”.
En cuestión de segundos conseguí revolucionarlos. Luisa empezó a gritar asustada. Carmelina no tardó en unírsele. Pedrote, desorientado, preguntaba: “¿Qué pasa? ¿Qué pasa?”.
Como se limitaban a defenderse, me apliqué a repartir mamporros. “¡Despertad! ¡Despertad!”.
“Que se esté quieto” decía Luisa sin hacer nada por evitar mis embestidas. “Pedrote, tú que tienes más fuerza, agárralo”.
Pero cuando este intentaba atraparme, la emprendía a tortazos con él.
“Yo solo no puedo. Tenéis que ayudarme” “Si lo llego a saber…” se lamentaba Carmelina.
“Tiene que ser entre los tres” insistió Pedrote. “¿Qué mosca le ha picado? ¿Por qué nos pega? ¿Qué le hemos hecho?” decía Luisa.
Mis golpes se fueron espaciando a causa del cansancio y ellos aprovecharon la ocasión para inmovilizarme.
“¿Por qué eres tan malo?” preguntó Luisa. “¿Y si ahora te sacudiésemos el polvo?” apuntó Carmelina. “Soltadme. No puedo respirar” “¿Para que empieces de nuevo?”
“No puedo respirar” repetí acezante. “¿Tuviste tú compasión de nosotros?” replicó Carmelina. “Hasta ahora nadie se había atrevido a levantarme la mano y tú te has ensañado”.
Al cabo de un rato Pedrote dijo: “No podemos seguir así todo el viaje. A ver si el remedio va a ser peor que la enfermedad”.
Carmelina y Luisa lo miraron extrañadas. “Si no lo dejamos conducir, acabaremos estrellándonos”.
Las dos mujeres vacilaron. La presión de sus manos disminuyó un poco.
“Pero si este coche sabe el camino. ¿No ves que va solo y no pasa nada?” repuso Carmelina. “Que estemos teniendo suerte, no significa que la vayamos a seguir teniendo” dijo Pedrote.
“¿Y tú qué piensas?” preguntó Carmelina a Luisa. “No sé qué pensar”.
Con la cabeza agachada, escuchaba estos dimes y diretes y recapacitaba sobre lo ocurrido. Por fin, me decidí a intervenir y les conté mi pasada experiencia, que me afectó hasta el punto de perder los estribos. Yo mismo estaba asombrado y ahora, en frío, no me explicaba esa reacción.
“Pues yo” dijo Pedrote “sigo notando esa sensación de la que tú has hablado” “Sí” confirmó Luisa, “estamos recorriendo una y otra vez el mismo tramo” “Eso es imposible” replicó Carmelina.
“Soltadme y vamos a aclarar este asunto” “¿Prometes no volver a las andadas?” “Lo prometo”.
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Bastante angustioso eso de recorrer una y otra vez el mismo tramo.
En eso consiste más o menos la teoría del eterno retorno que a Borges le inspiró el poema «La noche cíclica».
Una experiencia angustiosa y enloquecedora que hace reaccionar violentamente al conductor del seíta.
Siguiendo con atención este relato que no deja de tener ciertos tintes surrealistas.
Estás manejando a lo largo de las nueve entradas que hemos leído los miedos más primitivos del humano, los cuales siempre se manifiestan en nuestras pesadillas, y este Viaje a Aracena está siendo ya una pesadilla para todos los personajes.
Gran novella, eso ni se duda. A continuar acompañando a tus personajes hasta que este viaje (que de repente se me ocurre iniciático) toque su destino.
Abrazobeso con cariño fraterno, siempre fiel y lleno de admiración, poeta querido.
Relato surrealista, onírico, puede que también absurdo, como la vida misma.
Los personaje se ven, en efecto, confrontados a situaciones primordiales de supervivencia (la travesía de las tinieblas o ese angustioso fenómeno de «déjà vu», que no deja de ser una parodia del mito del eterno retorno, para mí un hallazgo más literario que filosófico.
El viaje, como cualquier experiencia auténtica, está poniendo a prueba al conductor, que ha reaccionado violentamente en este episodio, y a sus amigos.
Gracias por acompañarlos. Falta les hace apoyo y simpatía. Aracena no está lejos. Otra cosa es que consigan recalar en ella. Un abrazo.
Querido Antonio: este mes me está resultando complicado gestionar el tiempo y no puedo leer los relatos con la puntualidad que quisiera… Una vez más nos dejas con esa sensación desasosegante característica del sueño que, sin ser pesadilla, tampoco es agradable: correr sin moverte del sitio, caer sin llegar a tocar fondo o caminar desnudo por una calle abarrotada… nuestros miedos más profundos se manifiestan en el sueño, liberados del control de la consciencia. Me pregunto qué miedos atenazan a tu protagonista. Un abrazo.
No hay problemas, Carmen. La obligación es antes que la devoción. Por experiencia propia sé que la gestión del tiempo puede ser dificultosa.
La situación que se plantea en este episodio puede ser real (una consecuencia del fenómeno del «déjà vu» en plan secuencia repetitiva) y es también propia, como señalas, del mundo onírico.
Los personajes han vuelto a caer en una trampa, aunque no todos tengan la misma conciencia de estar atrapados en ese demencial eterno retorno.
Se trata de un viaje (como el de Céline, salvando las distancias) al fondo de nosotros mismos. En ese descenso, forzosamente, aparecerán las criaturas que viven agazapadas en nuestro interior. Un abrazo.
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Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.