270.-Primero dice una cosa, luego se desdice. Se atiene al clásico refrán: “Donde dije digo, digo Diego”. Esta es una de las características del poder y sus acólitos. El revés y el derecho se confunden o se intercambian a placer. Toman una medida y dan un porqué. Si otro hace lo mismo, ni la medida ni el porqué valen. Ambos son barridos con un despectivo golpe de mano. El poder es justificación plena de sí mismo. Esto significa que no tiene fundamentos o que los tiene todos, desde el primero hasta el último.
La misma situación puede recibir diversos tratamientos que serán aptos si quien los pone en práctica está dotado de poder, y que serán arrojados al cubo de la basura si quien los propone es un don nadie o por tal es tenido.
El poder dice y se desdice, hace y deshace, ata y desata. Esa es su esencia, tanto a nivel doméstico como social. Su enemigo mortal es el respeto, al que odia más que a nada en el mundo porque es el espejo donde ve reflejadas sus siniestras facciones.
Pero el respeto, como todas las demás virtudes y principios, se lo pasa por el forro, por la piedra o por donde haga falta si molesta demasiado. Se podría resumir la historia de la humanidad como un intento, hasta ahora infructuoso, de hacer entrar en razón al poder. Pero es que, no hay que señalarlo, el poder y la razón se llevan fatal. Son incompatibles. Nadie conseguirá nunca mezclar homogéneamente el agua y el aceite más allá de cinco segundos.
El poder tampoco tiene que dar explicaciones. O si se quiere, tiene tantas para cada momento, para cada lugar, para todos los gustos, que es como si no tuviera ninguna. Hoy da una, mañana otra y pasado mañana emite un comunicado en el que afirma solemnemente que todo lo ha hecho por el bien de la ciudadanía, del pueblo o de la humanidad en pleno. Y tan pancho.
Por supuesto infunde miedo. Hoy sí, mañana no. Sartas de mentiras pronunciadas con la mejor intención. Arbitrariedades sin cuento. Esa es el meollo del poder, que se camufla continuamente, que es camaleónico.
El poder, al igual que el viento, cambia de dirección cuando le parece, chaquetea a su antojo, tiene una consumada habilidad para maquillarse y ponerse moños.
Y no se vaya a incurrir en la simpleza de asociar el poder a una clase, a un estamento o a quien más coraje dé. Porque el poder es sólo suyo y de quien se pliega a él, que puede ser cualquiera con ambición y escasos o nulos escrúpulos, cualquiera con la conciencia y la manga igual de anchas.
El poder ignora la objetividad. O sea, se ríe de la verdad que, según declara sin empacho, no sabe lo que es o niega su existencia o le clava el estoque de su mordacidad. La verdad es, junto con el respeto, el otro Pepito Grillo al que el poder aplasta de buena gana a las primeras de cambio. Ambos le producen urticaria, los soporta a duras penas, sólo si no hay más remedio. Pero en cuanto ve dos dedos de luz, o más bien de sombra, les da el zapatazo.
El poder se nutre de los motivos personales, de las mezquindades de cada uno, de sus frustraciones, de sus sueños de grandeza, de todo aquello que excluye al otro, que lo acoge sólo en la medida en que comparte o se presta a su juego. Los poseedores del poder no quieren iguales. Como mucho, colaboradores o, más exactamente, colaboracionistas. La verdad del poder es que crea lacayos.
Nadie comparte el poder voluntariamente. Por eso se producen tantas guerras y refriegas, por eso hay tantas tensiones. El poder se arrebata y esta es una de las raíces, tal vez la más importante, de las calamidades que nos asolan.
El poder tiende, pues, a la perpetuación y a la imposición, a hacer prevalecer sus intereses.
Negación de la objetividad, martillo del respeto, el poder, que nunca da su brazo a torcer, hocica tan pronto como emerge una de esas dos realidades con la suficiente fuerza.
El poder, que no parte peras con nadie, tiende a engordar, como un insaciable animal de aspecto cada vez más monstruoso. Su destino es el despotismo absoluto. Esa charca cenagosa es su medio natural, es ahí donde encuentra su perversa realización, su ponzoñosa felicidad, alcanzadas a costa de hundir en la miseria a los demás. El despotismo no es otra cosa que la imposición de la propia voluntad, es decir, una ilegitimidad por contraposición a la legitimidad, basada en unos conocimientos o un estatus adquiridos objetiva, libre y respetuosamente.
El poder lo apetecen los individuos aquejados de una subjetividad hipertrofiada, dominados por la soberbia, el poder sin cortapisas, el poder que hace saltar los goznes y que cambia las reglas del juego para retroalimentarse.
Resumiendo, el poder es un abrevadero del mal. A beber esa agua turbia van aquellos cuya caracterología o patología se ha reseñado en el párrafo anterior. Su campo de acción se extiende a todos los ámbitos. No reconoce al otro. Niega la verdad pero admite las verdades siendo la suya la que pita. Así que a callar y a obedecer.
Reblogueó esto en Ramrock's Blog.
Gracias por rebloguear. Saludos cordiales.
“Manda el que puede y obedece el que quiere.” Alessandro Manzoni
Hay pocas personas los que han superado la prueba del poder. Un abrazo.
El poder divide el mundo en dos: los que mandan, que son unos cuantos, y los que obedecen, la inmensa mayoría, algunos de los cuales, una minoría, osan rebelarse.
El poder es más adictivo que el sexo o el alcohol, como lo demuestra el hecho de que casi nadie lo deja voluntariamente. Un abrazo.
Buena descripción. Todo eso es lo que hay tras las máscaras que usa quien tiene algún poder, ya sea grande o pequeño, político, económico o de cualquier otra índole. Saludos.
Gracias, Santiago. Pienso como tú. No hay que dejarse engañar por las manifestaciones del poder, algunas de las cuales son a lo grande. A escalas más modestas es igual de inicuo. Que disfrutes de estos días.
No lo has podido contar mejor.
Es el egoísmo más absoluto.
(Y hablando de poder, tengo a tu «Niño zangolotino» en el mío)
Gracias doblemente, por tu apreciación de esta anotación y por tener en tus manos a mi «Niño zangolotino», que es un personaje al que tengo mucho cariño.
Al hilo de tus reflexiones, una de José Mujica que el poder tradicionalmente «no ve», cuando alguien lo posee, que no cambia al que lo tiene, sino que revela lo que es. Un abrazo, Antonio
Eso es exacto. El poder nos desenmascara. En el peor de las casos saca a la luz el «Hitler» interior. El dicho popular reza: «Si quieres conocer a fulanito, dale un carguito». Ni siquiera un cargo. Que disfrutes del puente, si lo tienes. Y si no, también.
El poder se construye valiéndose de todas esas artimañas que tan magistramente has desarrollado. Coinicido fehacientemente con lo que expones.
Un retrato de tiempos modernos sobre el poder sería la Dinastía Kim de Corea del Norte. Casi todo el país ha inmortalizado y creido sus dogmas e ideologías, aún a pesar de las atrocidades cometidas y épocas de hambruna.
Al ver casos como el de Sara Huckabee Sanders, vocera de Donald Trump, tratando de cubrir la figura de ese poderoso personaje, no hago más que ver a aliados que facilmente son despojados de dignidad y autenticidad.
Que tengas buen fin de semana.
El ejemplo de Corea del Norte es muy ilustrativo de las arbitrariedades del poder, de su manera de actuar abocada inexorablemente al despotismo. Sin duda se trata de un caso extremo y evidente, al menos para los no coreanos del norte.
Pero el poder es una malla que se extiende por todas partes, y que aprieta hasta ahogar allí donde no encuentra oposición ni resistencia.
Gracias por tu oportuno comentario. Y feliz día de la Inmaculada Concepción, que en España es festivo hasta que el poder decida lo contrario.
Magnífico y exhaustivo retrato del poder. De todos los justos calificativos otorgados, me quedo con este: “El poder es plena justificación de sí mismo”.
El poder procura rodearse de acólitos que lo defiendan, que lo mantengan en su pedestal. Cuando el poder se acaba, arrastra consigo a sus seguidores. De ahí debe proceder la frase:”Se ha caído con todo el equipo”.
Me voy a misa. Un abrazo.
Gracias, Carmen. Para algunos el poder es la única realidad porque ofrece la posibilidad de imponerse. Y eso produce el mayor estremecimiento. Los que lo ansían no se paran en barras ni se andan con chiquitas. Después de Hamlet puedes leer Macbeth donde se ilustra claramente esto que digo.
Yo me voy a celebrar mi cumpleaños con mi familia. Que tengas un feliz domingo.
Asistí en dos ocasiones a la ópera “Macbeth” de Verdi, basada en la obra de Shakespeare. También estuve viendo “Lady Macbeth” de Shostakóvich. Sin embargo, la ópera ya no es lo que era desde que comenzaron las puestas en escena vanguardistas. Hay óperas intemporales que pueden con todo; pero la mayoría pierden encanto si las sacas del contexto en el que fueron creadas. Y lo que es peor: parece como si el vanguardismo en la ópera -puro simbolismo en lo demás- sólo fuese creado para llevar a escena una evidente pornografía que nada tiene de simbólica. (Me he salido del tema. Perdón).
Acogiéndome al dicho de que “todos los santos tienen su octava”: ¡Feliz cumpleaños!
Gracias, Carmen. Quizá habría que pasar de puntillas sobre los cumpleaños. En fin, siempre es agradable reunirse con la familia, y que se acuerden de uno.
La pornografía no sólo ha invadido la ópera, también el teatro, el cine y la televisión, donde es raro que no haya escenas resueltamente pornográficas. El objetivo, según me parece, es escandalizar y adoctrinar. Adoctrinar escandalizando. En lo que a mí respecta, lo único que me produce escándalo, y no violencia, son las actitudes respetuosas, los diálogos inteligentes, el auténtico ingenio. En el teatro, el cine y la televisión, y fuera del teatro, el cine y la televisión también. Un abrazo.
«[…] de todo aquello que excluye en gran medida al otro, que lo acoge sólo en la medida en que comparte o se presta a su juego. […]»
Entonces era eso, no me interesaba más allá de lo que aportaba a mis intereses personales, no había un interés genuino por la persona o por su modo de entender la vida, era simple y llanamente un chupóptero, una sanguijuela que únicamente quería sorber la esencia que en forma de sabiduría queda como resultado del acto de vivir. Le formulaba preguntas que sutilmente le movían a seguir descubriéndose, a seguir contándome su historia, su vivencia, su relato vital. Yo por mi parte sabía filtrar lo útil de lo inútil, lo que servía y lo que no. Al cabo de varios días de charleta aparentemente distendida en el recreo, yo ya lo conocía todo de mi interlocutor, había interiorizado toda esa experiencia ajena, había descubierto a la persona, el por qué de sus actos, de sus reacciones, veía los matices en la respuestas que daba a las contingencias que se le presentaban. Y poco después, como un niño que se cansa del juguete con el que ha estado jugando durante semanas, y que arrumba en el baúl para siempre jamás, perdía las ganas de seguir juntándome con el sujeto del que me había estado alimentando, y sin remordimiento alguno esperaba con paciencia la siguiente persona que llamara mi atención…
¿Es un texto literario o una vivencia? Sea una cosa u otra es una reflexión muy interesante. Un abrazo.